Corrían los primeros años de la década de 1980 y me encontraba explorando la Puna en busca de minerales, especialmente de sales fósiles de boratos. Largos viajes de exploraciones nos llevaban a cruzar el territorio andino desde el sur de Catamarca hasta la frontera con Bolivia. Fue en el norte de la Puna jujeña, más precisamente en Coranzulí, donde conocí a un personaje singular, don José Raymundo Guzmán.

 

Era Guzmán entonces un hombre relativamente joven, de campo, nativo auténtico y había realizado infinidad de tareas y trabajos propios de la vida pastoril. Criaba sus ovejas y llamas en dos puestos los que tenía uno en los alrededores de Coranzulí y otro en las afueras de Susques. Al viejo estilo de los habitantes de la región se movía de un puesto a otro según la época del año para aprovechar los mejores momentos de pastaje. Es así como el hombre conocía como la palma de la mano cerros y quebradas del norte de la Puna de Jujuy.

 

El gran baquiano

 

En 1981 llegué hasta Coranzulí en busca de un baquiano y fue allí que me lo recomendaron. Nuestro objetivo entonces era reconocer unos afloramientos de rocas blanquecinas formadas como depósitos de un viejo lago volcánico unos 10 km al sureste del pueblo de Coranzulí. Precisamente por la coloración de las rocas el paraje se llamaba Loma Blanca.

 

Llegamos al lugar, hicimos los reconocimientos, recolectamos muestras de boratos y otras rocas, mapeamos y fuimos avanzando en el conocimiento de lo que una década más tarde se convertiría en el hallazgo de una mina de tincal. Mina Loma Blanca es hoy el cuarto de los únicos cuatro yacimientos de bórax o tincal fósil que se conocen en el mundo. Los otros tres son los gigantes de Kirka (Turquía) y Boron (California); y nuestro más modesto Tincalayu (Salta).

 

Durante muchos años continuamos recorriendo la región siempre con el noble guiado de don Guzmán. Exploramos el río Alumbrio por sus diferentes afluentes hasta alcanzar las nacientes en las faldas de los volcanes Coyambuyo y Niño. Allí vimos la espectacularidad de los grandes géiseres apagados, con sus faldones tapizados por los boratos de las aguas termales. Todos se presentaban como pequeños volcanes blancos tapizados por el borato común ulexita.

 

Más de 30 edificios geiserianos o plataformas se reconocían en las distintas quebradas que hacen un conjunto único y tal vez solo comparable al Valle de Puga en la India. También visitamos en esa región un pequeñísimo salar, desarrollado sobre una colada de lava ignimbrítica, de nombre Lagunita. Aquí hicimos otro importante hallazgo para la ciencia, ya que descubrimos en los bordes de la lagunita seca cristales del borato inyoita. Hasta entonces solo se conocía una localidad en el mundo con el mineral crecido en materiales actuales y es Laguna Salinas en Perú.

 

En 1987 visitó Salta el mayor experto mundial en boratos, Dr. Cahit Helvaci, quien lo llevó para estudiarlo en Turquía. Los resultados del estudio los presentamos en el 29§ Congreso Internacional de Geología que se llevó a cabo en 1994 en Kyoto (Japón). El trabajo fue seleccionado y publicado en un libro sobre evaporitas y ambientes desérticos por los editores Y. Watanabe y A. Motamed, y publicado por una casa editora de Utrecht-Tokio.

 

Rastreo del oro

 

Guzmán era también muy habilidoso para lavar oro. Conocía todos los arroyitos que llevaban oro en sus arenas. La región del occidente de la Puna jujeña es de por sí rica en oro. Me mostró muchos lugares a lo largo del río Alumbrio y otros afluentes del río Coranzulí donde se encontraba el oro. Había aluviones colgados en las terrazas del río con la base completamente oxidada por el óxido férrico de la pirita que le daba un color marrón negruzco. Es lo que los nativos llaman los llampos. Visitamos viejos lugares que habían explotado los españoles y antes de ellos los indígenas de la región y los incas.

 

Los lavadores de oro bajaban el aluvión aurífero desde los llampos oxidados y lo lavaban en el río. Además de enseñarme sus conocimientos empíricos, don Guzmán tenía una rara habilidad para rescatar oro de las arenas. Se recostaba a la orilla de los arroyos y comenzaba a soplar pacientemente la arena seca. Iba así removiendo el cuarzo y otros minerales livianos y al final siempre brillaba un granito intensamente amarillo de una pepita o chispita de oro del tamaño de un grano de arroz.

 

Fuimos también a visitar un cerro donde había vetas de cuarzo aurífero. Me contó que esa mina se trabajó en tiempos de los españoles, que la misma se había derrumbado y que los viejos mineros estaban allí sepultados en los socavones. Le tomé una fotografía de pie, parado sobre las rocas auríferas y con un lindo paisaje de fondo.

 

Allí lucía don Guzmán con sus ropas indígenas y su infaltable sombrero negro. Cuando publiqué mi Diccionario Minero Hispanoamericano en Madrid en 1995, el editor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la eligió para la portada del libro. Esa y otra foto publicada en mi libro sobre la Puna Argentina son las dos únicas que conservo de este notable personaje. Don Guzmán sabía reconocer muy bien los terrenos, los tipos de vegetación que los cubrían y la posibilidad de encontrar allí minerales.

 

Un día me llevó a visitar unos cerros al oeste de mina Loma Blanca, donde él decía presentir la presencia de minerales ocultos. Había caminado por el lugar y sabía que algo raro ocurría allí. Efectivamente hicimos algunos pozos a pala y pico y enseguida aparecieron sulfuros que estaban recubriendo los rodados de un aluvión. Soluciones hidrotermales metalíferas habían brotado en aquel lugar y formado esos restos de mineralizaciones con valores de cobre y plata. Dejamos el pozo abierto para volver a sacar más muestras al día siguiente. Grande fue la sorpresa cuando encontramos que unos pajaritos que se habían refugiado allí estaban muertos. Evidentemente los gases venenosos metalíferos presentes hicieron su efecto.

 

Bautizamos el lugar como Pájaro Muerto y es un futuro blanco para la exploración de un depósito tal vez parecido al que formó la mina de plata Providencia en los cerros del borde occidental del salar de Olaroz. Se sabrá el día que se realicen allí perforaciones profundas con diamantina.

 

En otros puntos se identificaron venillas de azufre, anomalías de bismuto, alumbre formado en rocas negras piritosas, etcétera. Oro, boratos, metalíferos y demás sirvieron para que Ricardo F. Armanini, entonces estudiante de la carrera de geología de la Universidad Nacional de Salta hiciera su tesis de graduación en 1995.

 

Sabiduría sincrética

 

Guzmán como guía y baquiano fue de una ayuda fundamental. Me gustaría resaltar algunos otros aspectos de la personalidad de mi biografiado. Conocía con lujo de detalle todas las hierbas del campo y su uso en la medicina tradicional. Era un heredero de los viejos médicos kallawayas incas. Sabía el uso de cada planta para las distintas dolencias. Curaba con esas yerbas de la herbolaria andina. En un claro sincretismo con el rito católico pues atendía a sus pacientes a los que les administraba los yuyos al mismo tiempo que rezaba y se persignaba. Por haber nacido en esa región de la Puna y haberse criado allí siempre, estaba perfectamente adaptado y tenía además un gran dominio de los estados del tiempo. Sabía cuándo estaba por llover, cuándo se preparaba una nevada, sorteaba los intensos fríos de la Puna con ropa de tejidos de llama y ovejas, sabía protegerse a la intemperie de los vientos helados que pueden causar estragos al descampado. Conocía todas las cuevas, refugios y aleros de la región para guarecerse en caso de necesidad y encender un fuego salvífico.

 

Atesoraba los lugares donde había ojitos de agua dulce. Podía sobrevivir con muy poco. Una tarde, casi a la oración, vio unas vizcachas de la peña que estaban retozando. Estas son bastante huidizas y escapan rápidamente a sus cuevas para obtener refugio. Guzmán bajo a contramano del viento para no ser detectado y al rato subió con dos vizcachas que nunca supe cómo las había cazado. Para esa noche la cena estaba asegurada. Volví a verlo en la década de 1990 en Susques para que me mostrara unas vetas de plomo que había descubierto en los cerros vecinos. Luego no supe más nada de la vida de aquel viejo amigo puneño.

 

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