Los indicadores sociales y económicos muestran la magnitud y las singularidades de los problemas de producción y distribución de la riqueza que presenta Salta.

Por supuesto que hay momentos, personas, cosas, grupos o territorios que en los últimos 50 años han experimentado discretas o sorprendentes mejorías. Lo que no empaña ni atenúa el muy pobre resultado global de Salta como comunidad de hombres y mujeres que aspiran a vivir en libertad y dignamente.

 

Es notoria la inexistencia de un mínimo consenso acerca de las causas de nuestro estancamiento decenal. Tampoco hay coincidencias alrededor de un programa de reformas orientado a potenciar la producción, el empleo decente y el bienestar general.

 

Postulados que atrasan

 

Soy de los que piensan que una de las responsabilidades recae sobre el férreo conservadurismo que domina casi todos los escenarios de la salteñidad: Desde la educación (en todos sus niveles) hasta las instituciones electorales, de gobierno, de justicia, de legislación y de control.

 

Las mujeres y los hombres de todas las edades que se sienten disconformes con el estado de cosas, que pierden esperanzas, que sufren exclusiones, discriminaciones e injusticias no encuentran caminos para promover cambios; muchos de ellos se sumen en el desaliento y la resignación.

 

El conservadurismo al que me refiero poco y nada tiene que ver con las postulaciones del desaparecido Partido Demócrata Nacional ni con la trayectoria de la más cercana Unión Provincial.

 

Es un conservadurismo sin compromiso con los valores de la democracia, desapegado de los principios y de la ética republicana, satisfecho con sus éxitos excluyentes. Me refiero a una fuerza poderosa que primero se apoderó de muchos de los partidos tradicionales y que -luego- promovió su quebrantamiento y decadencia para reinar a sus anchas.

 

El conservadurismo salteño debe sus éxitos a su inteligencia y a su oportunismo, a su capacidad para colonizar instituciones, para domesticar ciudadanos, para torcer voluntades, para imponer "listas negras", para disfrazar organismos cuyos nombres aluden a instituciones de progreso pero que -en los hechos- sirven al atraso secular.

 

Tales son los casos del Consejo de la Magistratura, de la Auditoria General de la Provincia o del mismísimo Poder Judicial (fenómeno atribuible a su atraso científico, así como al desmesurado poder de la Corte de Justicia de Salta y sus compromisos con los poderes fácticos).

 

Agudos jurisconsultos se han encargado de este gigantesco maquillaje; muchas cátedras convergen con el ideario inmovilista, autosatisfecha de la masividad y alejadas de compromisos con la excelencia y el servicio a la comunidad en la que actúan.

 

Las banderas más excelsas, los objetivos más elevados fenecen o son manipulados por el núcleo de una "clase dirigente" que a cada momento encuentra los modos de perpetuarse y de sostener su programa de atraso, pobreza y aislamiento.

 

Peronismo y radicalismo

 

Abundan los casos en donde las trayectorias de los grandes movimientos populares (léase peronismo (*) y radicalismo en sus diversas variables) e incluso los postulados de izquierdas y derechas tradicionales son puestos al servicio del recurrente conservadurismo. Todo ello se logra merced a un régimen electoral genéticamente fraudulento, a estrategias de propaganda abrumadora pagada con recursos públicos y que incluyen un vergonzoso culto a la personalidad que se expresa en miles y miles de placas de bronce, mármol o granito que nos recuerdan las bondades imaginarias de gobernantes antiguos y recientes.

 

La mitológica defensa de la "patria chica" y su contraposición con los valores de la ilustración, del progreso en libertad y de la fraternidad juegan un papel central a la hora de explicar el éxito y la pertinacia del conservadurismo local.

 

Estamos, a mi modo de ver, frente a un régimen compacto. Que gobernó Salta en tiempos de dictaduras y en tiempos de democracia, adaptándose allí donde resultó necesario hacerlo. El conservadurismo salteño gobierna cuando el peronismo gira a la izquierda y cuando regresa a la derecha; gobernó bajo la experiencia del Movimiento Popular Salteño y del Partido Renovador de Salta.

 

Desplegó todo su ingenio para adaptarse, sometiéndose (como ocurrió en el caso de actividad hidrocarburífera y en el de los biocombustibles) a los vaivenes de la política nacional. Ganó cuando la Nación reforzó el unitarismo y volvió a ganar cuando se insinuaron aires federalizantes; en ninguno de ambos casos su triunfo se volcó en beneficio del progreso común.

 

Recursos naturales

 

Pero vamos por un momento a la actualidad. Esta óptica nos muestra a la provincia de Salta exigiendo gobernar la minería (esgrimiendo el irrebatible argumento del artículo 124 de la Constitución Nacional reformada en 1994), pero cuidándose de adscribir a ideologías extractivistas (**).

 

Dicho en otros términos: la legítima defensa del federalismo en materia de recursos naturales (agua, bosques, minerales, hidrocarburos, tierras aptas para ganadería y agricultura) conecta -como añillo al dedo- con el conservadurismo, que se conforma con las regalías (en registradas y no registradas) y deserta del objetivo de agregar valor a estos recursos.

 

Así ocurrió, por ejemplo, en tiempos de la Stándar Oil, cuando los conservadores históricos apelaron al ropaje federalista para negociar entrecasa el precio y destino de nuestra riqueza ubicada en el expoliado norte salteño (***).

 

Esta posición de quienes mandaban en Salta en los años de 1930 fue revertida por el primer peronismo (1945/1955), que -situándose en la estela de Mosconi- consolidó la nacionalización y estatización del recurso con el acompañamiento de las fuerzas modernizadoras locales.

 

El conservadurismo decenal salteño -nostálgico del modelo potosino- no piensa al desarrollo minero como la herramienta para abrogar la pobreza, el hacinamiento y las exclusiones, sino como una fuente de ínfimos recursos presupuestarios y extrapresupuestarios. El conservadurismo salteño piensa y actúa, ahora como antes, en pequeño, vela por sus intereses y se proclama "tradicionalista".

 

* En su obra El mito bolchevique (1925) A. Berkman inserta esta frase: "La revolución ha muerto. Su espíritu llora en el desierto". Una frase que bien podría aplicarse -en mi caso, con pesar, a la revolución inaugurada el 17 de octubre de 1945.

 

** Una reforma que, en lo que aquí interesa, significó un giro, un brusco corte, con la tradición peronista teorizada por Arturo SAMPAY, consagrada en el artículo 40 de la Constitución de 1949, e inspirada en el nacionalismo de los recursos naturales.

 

*** Solberg, Carl E. "Petróleo y nacionalismo en la Argentina", Editorial Hyspamerica. 1982.