Brian corrió un poco el catre que usaban de cama con la Mari y sus dos hijos. Amontonó las sillas destartaladas sobre la mesa recuperada del San Javier, peleada entre risas y mal olor con los otros muchachos del vertedero. Hizo lugar contra la pared opuesta y le dijo a su hermano Carlos que lo miraba desde la puerta con el tatuaje de Carlitos asomando en el antebrazo. “Acomodá tus cosas ahí, mañana le hacemos una piecita n’el patio”. 

 

Carlos y su pareja panzona de 5 meses dejaron los bultos contra la puerta, desplegaron el colchón enrollado sin funda y con vergüenza le dicen a la Mari, “Apenas podemos nos vamos, discúlpame”

 

Brian se sintió obligado a dar más explicaciones. “Ni una semana le dieron al Carlos en la piecita, ¡qué culiao! mañana empezamos a ampliar pa’ ellos, el Néstor en la esquina tiene unos plásticos, se los pedimos total después le devolvemos”. El silencio fue callado por la televisión. Mari sintió la invasión de su refugio, de su palacio de circunstancia. Ya era difícil la intimidad con los dos chicos, parar la olla para los cuatro, ya era difícil imaginar un mañana distinto del hoy. No entendía como las cosas podían ser aún más complicadas, pero lo serían. 

 

Sonrió y salió al patio. Encendió el fuego con las brasas que quedaban, acomodó las ramitas y mirando hacia adentro, suavecita, la llamó “Cintya, vení acompañame mientras cocinamos algo”. Cintya salió se sentó en el taburete haciendo equilibrio, con una ramita que recogió del suelo empezó a remover el fuego despacito y cuando las llamas le calentaron sus mejillas sintió que el calor le secaba las lágrimas que no habían parado nunca, mientras acariciaba su pancita nueva. La Mari agregó sal al agua que ya espumaba y al tiempo que se levantaba, con cariño le dice a esa nueva amiga de 17 años, “tranquila, todo pasa y vas a ver, ya vamo’ a conseguir algo”.

 

Cientos en Salta han tenido que recorrer caminos parecidos al de Carlos. Amigos y familiares de las Villas o los Asentamientos los recibieron ante el desempleo creciente. La imposibilidad de pagarse una simple pieza. 

 

Los dueños del modelo podrán pretender que no existen, o que son el problema de otros. Podrán indignarse por sus reacciones ilegales, pero en algún momento tendrán que asumir que esta pobreza, que relegarlos al rincón más invisible de la sociedad, es el resultado de la acumulación interminable e inmoral de los dueños de la pelota. 

 

En algún momento las cosas se tienen que acomodar.