Un intendente tiene tres funciones fundamentales y muchos deberes. Las funciones son conducción, ejecución y gestión.
El primer deber de un intendente es ser honesto. No solo como un deber íntimo y personal, sino que debe demostrar su honestidad a la comunidad, informando, siendo transparente en su desempeño, y permitiendo que no solo el Concejo Deliberante y los órganos de control, sino también los electores y todos los habitantes, puedan verificar no solo la honestidad sino también la eficiencia permitiendo el acceso a la información sin retaceos. La rectitud de los gobernantes permite la imitación, seguir el ejemplo, y eso nos hace mejores y siendo individualmente mejores, es toda la sociedad la que mejora.
El segundo deber es ser participativo. Jamás debe olvidar que no es el dueño sino un servidor. Es el primer mandatario. Recibe órdenes de su mandante, que es el pueblo. Y el pueblo se debe comunicar no solo a través de los concejales, sino también en forma directa, mediante instituciones que permitan que la comunidad tome decisiones por sí mismas. En el caso de la ciudad de Salta, tiene un mecanismo formidable y totalmente abandonado: el Consejo Económico y Social, por lejos mejor que el provincial desde el punto de vista normativo.
El tercer deber es ser eficiente. Para ello debe abandonar el amiguismo y el parentesco y elegir como colaboradores a los mejores exponentes de cada actividad municipal. Ser eficiente es lograr resultados que éstos estén dirigidos a resolver los problemas de la comunidad, por lo que además de honesto debe ser participativo y tener los oídos y la vista dirigidos a conocer más y servir mejor. Comprendemos que los colaboradores políticos deben insertarse en las funciones gubernativas. Pero para ello debe existir la función política, que no da estabilidad y que concluye con el mandato del que lo nombra. La función política no debe interferir en la gestión administrativa, que debe ser objeto del mérito para el ascenso y el concurso para el ingreso. El concurso permite la capacitación continua de los interesados y la convicción de que los méritos propios le permitirán el acceso a la función pública, especialmente en los lugares donde no existen fuentes laborales. Esto contribuye a la paz social.
Su primera función debe ser la conducción. Y esto se consigue interpretando correctamente las órdenes de su mandante, y poniéndose al frente de la solución. El personal que trabaja en el servicio municipal debe sentirse conducido. El mando es fácil cuando se está obligado a obedecer. Pero la conducción va mucho más allá. Es lograr que tanto el personal como la comunidad se alineen detrás de los objetivos, sintiéndolos propios. Como ocurre en este momento con la epidemia virósica que nos castiga.
Conducir es generar certeza. El intendente debe demostrar que tiene un plan de trabajo y que sabe lo que está haciendo. La incertidumbre, la duda de la comunidad, condena al fracaso.
El conductor es un estadista que mira treinta años adelante. Planifica anticipándose a la aparición del problema. El estadista mira mucho más allá de los cerros. El político simplemente manda y organiza su reelección y orienta su mando en ese sentido. Un solo mandato sin reelección inmediata obliga a un buen gobierno, para dejar la sensación de eficiencia y poder optar a otro mandato, período por medio. La reelección indefinida obliga al estadista a transformarse en un político buscavotos. El estadista sabe que enseñar artes y oficios genera empleo. Pero también debe saber que los avances tecnológicos provocarán desplazamiento de mano de obra, por lo que debe buscar la capacitación de sus mandantes para poder adaptarse a los cambios.
Que la gente camine más, que corra, que juegue, que circule a pie o en bicicleta, que nos enseñe buenos hábitos alimenticios, nos transforma en personas mucho más sanas. Para ello debe contar con lugares apropiados y allí juega la planificación, la ejecución y eventualmente la gestión para obtener recursos.
El intendente debe promover el estudio y la cultura en todas sus formas. Conducir es también enseñar.
La segunda función es la ejecución. Y esto tiene que ver con la eficiencia mencionada anteriormente.
. Ejecutar no es solamente hacer. Es también procurar que la comunidad tenga conductas acordes con las normas. Si el tránsito es un caos. Si se abandona la basura en cualquier parte. Si no se cumplen las normas edilicias y las bacteriológicas, la ejecución tiene fallas.Y si el sonido excesivo en las calles y en algunos establecimientos nos vuelve cada vez más sordos, no se está ejecutando bien.
La tercera función es la gestión. Un intendente que crea que solo debe ocuparse del alumbrado, barrido y limpieza es un mal intendente. Todos los problemas de una comunidad deben ser de importancia para un buen intendente. No solo las que le corresponden por la Constitución, la Carta Orgánica, las leyes y las ordenanzas.
Ningún problema comunitario le debe ser extraño. La seguridad, la salud pública, la educación en todos los niveles, el acceso al empleo, la calidad de vida, la mejora de nuestros pésimos indicadores económicos, no corresponden a la gestión municipal. Pero su deber es informarse y si hay problemas de seguridad gestionar donde corresponda, su mejoría. Y si el problema es salud, no solo requerir el cumplimiento eficaz del obligado a hacerlo, sino, en forma propia o compartida, fomentar la educación para la salud, pues es mejor la prevención que la curación y nadie mejor que el intendente, por su contacto estrecho con su comunidad, para inculcar medidas saludables.
Todo político es un pescador que pone en su anzuelo la carnada que le permitirá conseguir más votos, Y nosotros somos los peces que nos tragamos la carnada. Y así nos va. Una comunidad organizada se transforma en pescadores y busca a los más honestos y eficientes. Puede conseguir estadistas que conduzcan para que nuestra descendencia tenga mejores condiciones de vida.
Hasta la próxima
(*) Columna en FM Aries de Salta en programa “COMPARTIENDO SU MAÑANA”