El COVID-19 produjo en pocas semanas en el mundo cambios radicales en las formas de vivir y socializar. Nuestro país, como muchos, concentró sus principales esfuerzos en atender las crisis sanitaria y económica, aunque urge que la educación sea también una política prioritaria en este nuevo contexto de distanciamiento.

En Argentina, seis de cada diez chicas y chicos viven en un hogar pobre y se estima que esa cifra crecerá después de la pandemia, según un estudio reciente de la UCA (Universidad Católica Argentina). Esto es, la pandemia agudizó en lo educativo desigualdades estructurales, pedagógicas y digitales preexistentes, de estudiantes y educadores.

 

Por un lado, una brecha en el acceso a dispositivos y a conectividad a internet en estudiantes de sectores vulnerables, y por otro, una falta de competencias digitales de alumnos y docentes, tanto en la ruralidad como en centros urbanos.

 

Es indudable que el COVID-19 aceleró la inmersión colectiva en la cuarta revolución industrial, la de una evolución tecnológica sin precedentes. Pero a la vez puso en evidencia las debilidades de los sistemas educativos. Durante la pandemia, la Nación generó contenidos en medios públicos y por internet para docentes y estudiantes, y en Salta la respuesta del sistema educativo fue dispar, sin planes que garanticen un aprendizaje igualitario mediado por tecnologías.

 

A nivel nacional lo ratifica la encuesta COVID-19 de Unicef, que señala que 2 de cada 10 estudiantes no tienen wifi o señal de internet para hacer tareas escolares en este tiempo de cuarentena. Y en Salta confirmaron un horizonte similar numerosas directoras de escuelas rurales y urbanas, públicas y privadas, de primaria y secundaria, con las que dialogo regularmente. Para ellas, 2 a 3 de cada 10 de sus estudiantes tienen dificultades o no acceden en pandemia a su derecho a la educación.

 

Lo subsanan con cartillas que elaboran y entregan a las madres en puntos de encuentros en barrios o pueblos cercanos. Las directoras coinciden en que la brecha digital en esta provincia afecta a un 20 por ciento de sus estudiantes: no tienen banda ancha, tienen limitaciones para disponer de datos en algún celular, o hay una sola computadora o celular en la casa para hacer la tarea, que es compartida por el grupo familiar, y temen a las deserciones. Este panorama es similar en las periferias urbanas y en la ruralidad en hogares vulnerables salteños.

 

Sabemos que la imagen de niñas, niños o adolescentes en aulas en las que atienden a sus docentes, como un rito decimonónico, estaba resquebrajada desde mucho antes de la pandemia. Hoy es inimaginable una escuela que no enseñe alfabetización y ciudadanía digital, que oriente sobre privacidad, riesgos y derechos, y que acorte las brechas en el acceso a TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y a la conectividad.

 

La vuelta a clases es una decisión que debe superar lo sanitario y sumar un debate amplio desde todas las dimensiones, con actores parte del ecosistema vinculado a la educación en ciudadanía digital y TIC, e incluso escuchando a las propias chicas y chicos.

 

La pandemia demostró que madre/padre no reemplaza a docente, casa no es escuela, y la escuela y los educadores seguirán ocupando un lugar clave por el vínculo social que entraña la educación. El desafío será innovar los sistemas educativos, que se enriquezcan con otras pedagogías, que sumen formas de aprendizaje semipresencial y digital, colaborativas y resilientes, que potencien habilidades sociales y digitales, y favorezcan experiencias personalizadas.

 

Una escuela más conectada con el mundo real, que prepare personas calificadas para un mercado laboral que demanda reaprender constantemente, y logre construir ciudadanos con propósitos.

 

Fuente y gentileza de Diario El Tribuno de Salta