La ciudad es llamada hoy Salta la Linda. Pero esto es una consecuencia de políticas acertadas de higiene y salubridad desarrolladas a fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Y luego por los trabajos de hermoseamiento y urbanización a lo largo del pasado siglo.
Antes de ello, Salta era conocida como la ciudad de los tagaretes, de las charcas y pantanos, de las lagunas y lodazales, de una topografía que invitaba a usar los canales, zanjas y depresiones como basurales públicos.
Tiempos de tagaretes
Las inmundicias iban a parar a esos lugares, auténticos muladares, donde se amontonaban excrementos y desechos de todo tipo al lado de animales muertos hinchados y nauseabundos. Ratas, mosquitos y alimañas diversas vivían en su mejor hábitat. Las enfermedades de transmisión estaban a la orden del día.
La peste del cólera en la década de 1880 causó verdaderos estragos. Casi sincrónica con la invasión de Felipe Varela. O sea que sobre llovido, mojado.
Para descubrir y entender la evolución urbana, social, económica y ambiental de una ciudad al correr de varios siglos nada mejor que las impresiones escritas de los viajeros.
En este sentido Salta tuvo siempre una posición privilegiada como nexo geográfico y geopolítico entre el Río de la Plata, el Alto Perú y Lima. Así también como eje transversal entre los territorios guaraníticos del Paraguay y el hiperdesierto de Atacama y la costa del Pacífico.
Los cientos de viajeros a los que debemos agradecer sus escritos nos muestran en distintos tiempos la realidad subjetiva de sus indagaciones. A veces condescendientes, nos favorecen; y en otras oportunidades nos muestran la peor cara en sus relatos hoy en viejos libros amarillos pero que conservan el verdor del instante fugaz e inmaterial.
El viajero inglés
Este artículo pretende rescatar a un enigmático y casi desconocido viajero inglés que estuvo en el norte argentino justo en la mitad del siglo XIX y dejó vívidas páginas de sus observaciones desde Jujuy a Buenos Aires.
Poco se sabe de la vida de L. Hugh de Bonelli, salvo que era inglés, que habría nacido hacia finales del siglo XVIII o principios del XIX y que gracias a sus libros de viajes se salvó del ostracismo histórico.
Expurgando y espulgando en los pliegues de sus manuscritos se logran materializar algunas líneas biográficas. Efectivamente escribió una obra en dos tomos a la que tituló (en inglés): "Viajes a Bolivia, con un tour a través de las pampas a Buenos Aires y etcétera", en dos volúmenes, publicado en Londres (1854) por la casa editora Hurst and Blackett.
Al parecer en 1822 llegó por vez primera al Río de la Plata como intermediario de negocios militares. Se integró a la sociedad porteña, trabando amistades importantes y aprendiendo el idioma. Regresó a Inglaterra donde permaneció varios años hasta que en la década de 1840 fue nombrado encargado de negocios de Su Majestad Británica para la República de Bolivia. Se embarcó con rumbo a las Américas donde arribó a Jamaica, Cartagena y Panamá en julio de 1848. Luego se embarcó hacia el sur, por la costa del Pacífico, llegando a Callao, Lima, Tacna y Arica. Pronto cruzó la cordillera en dirección a La Paz.
El segundo tomo de su libro, de 330 páginas, comienza en Oruro y contiene la travesía que siguió Mr. Hugh de Bonelli hasta Buenos Aires. Si bien el libro está escrito en un lenguaje franco, florido y directo, describiendo con ojos de buen observador lo que se presenta a su vista, adolece de fechas, de topónimos esenciales para seguir el recorrido, no da los nombres de innumerables personas con las que departió, y está lleno de errores como bichuchos (vinchucas), chochos (choclos), chichia (chicha), alvea (aloja), Cuculli (Jujuy), ovecaro (ovejero), Oreburu (Uriburu), y muchos más, algunos lamentablemente indescifrables. Pero más allá de ello el relato es vívido, presencial, histórico y testimonial. En su travesía por Bolivia hasta la frontera argentina, menciona Oruro, Poopó, el altiplano, Macha, las minas de plata de Aullagas y se detiene en Chuquisaca para hablar de su gente, sus iglesias, conventos y monasterios, las dos universidades y las importantes legaciones de negocios de Estados Unidos, Francia y Brasil.
El viaje continúa por Cotagaita hacia el sur e ingresa por Cangrejos y Tambo Negro, en la Quebrada de Humahuaca, siguiendo siempre por el camino de Postas, donde describe algunos de sus parajes. Luego continúa hasta León y desde allí a Jujuy. Algunos pasajes hacen entrever que se refiere a Perchel, Maimará y Volcán, pero no queda claro.
Entendemos que llegó a Jujuy en los últimos meses de 1851. Describe la ciudad, la plaza central, las casas principales, los comercios y la catedral.
Recuerdos de Salta y Jujuy
Comenta que el hotel principal "El Tambo" lo gerenciaba una mujer. Fue a visitar al gobernador a quien describe como un hombre alto y poderoso, pero a la vez rapaz y despótico. Lo define como federal de Rosas y que era detestado por la gente. Aunque no lo nombra, se refiere a Mariano Iturbe (1795-1852), que fue fusilado unos meses después cuando cayó Rosas en la Batalla de Caseros.
No queda claro cuál fue el camino de herradura que usó entre Jujuy y Salta. Por algunas descripciones pudo haber venido por La Caldera y Vaqueros.
Dice que llegó cruzando río tras río, siguiendo la huella y "en una gran llanura, abriéndose hacia la derecha, apareció la ruinosa y perdida ciudad de Salta".
Y apunta "Los accesos a ella consistían en edificios, parcialmente habitados y parcialmente en un estado de decadencia, muros recién hechos y otros amenazando a cada instante con caerse".
Describe que: "Las calles presentan la apariencia de pantanos solo transitables para peatones sobre piedras y tablas de madera que colocan por conveniencia general los habitantes frente a sus puertas".
“El efluvio que surge de estos pantanos (tagaretes) fue de lo más ofensivo, por lo que pasé rápidamente por la ciudad, y me quedé muy impresionado del estado desolado y deplorable de todo lo que vi”, remata. Luego menciona que en la plaza central se encuentra el Cabildo donde en la puerta observó unos cincuenta soldados gauchos y holgazanes, con uniformes rojos, que estaban acostados en el piso. Encontró un excelente alojamiento en un caserón construido por el Sr. Uriburu al que describe como un hombre de gran energía y de gran consideración entre sus compañeros compatriotas. Insiste en remarcar que “Sin excepción, Salta es la ciudad más sucia en toda la República”. Si bien reconoce que hay muchas casas grandes y buenas, enfatiza que las calles no son mejores que simples alcantarillas y que se llenan de barro en la temporada de lluvias y luego están secas y llenas de polvo en la temporada seca. Se alegra de haberse encontrado con un boticario irlandés que estaba encantado de poder hablar inglés. No menciona el nombre pero por cierto se refiere a un boticario irlandés anterior a Miguel Fleming quien llegó a Salta en junio de 1852. Comenta que las tiendas y comercios son limpios y bien surtidos con productos de todas las variedades en su mayoría provenientes de Francia. Menciona que compró un sombrero a un sombrerero francés que le contó acerca del gobernador a quién tildó de una conducta tiránica y bárbara por los gravámenes, incautación de bienes y castigos que aplicaba a los habitantes. Lo define como “un monstruo en forma humana, y nadie está a salvo del efecto de sus villanías”. Por el año de su visita, dicho gobernador fue el militar, caudillo y político argentino José Manuel Saravia (aprox. 1800-1860). Menciona la costumbre de los salteños de todas las clases sociales de tomar baños refrescantes en el río vecino, donde además los chicos pescan y venden sus pescados en el mercado a una cuadra de la plaza principal. Menciona que allí trabajan con frutas y verduras muchos hombres y mujeres afrodescendientes. Cuenta como fue estafado por los vendedores del carruaje que compró para seguir viaje a Buenos Aires, los problemas con los ayudantes, y las peripecias del viaje hasta cruzar el río Pasaje, la posta de Concha, una gran casona donde fue bien recibido (¿Yatasto?) y luego el viaje a Tucumán, donde se entera que Urquiza venció a Rosas en Caseros y de allí a Santiago del Estero, Córdoba y Buenos Aires. Hugh de Bonelli se suma a la lista de viajeros que nos advierten e interpelan desde el pasado.