En la biblioteca del Palacio Real de Madrid se conserva un manuscrito colonial español, en dos tomos, inscriptos bajo las siglas II-884 y 885. Durante mucho tiempo pasó desapercibido para los lingüistas y filólogos hispanistas. Ello en razón de una curiosidad y es que, a pesar de la importancia del texto, no tiene un título, ni un autor, ni la fecha en la que fue escrito.
Se trata de un vocabulario de términos utilizados en Hispanoamérica que sigue un orden alfabético, aunque bastante distinto al utilizado en tiempos más modernos.
La obra llamó la atención del lingüista costarricense Miguel Ángel Quesada Pacheco quien se puso en la tarea de profundizar su estudio. Quesada Pacheco es un especialista en la dialectología del español centroamericano y la descripción de las lenguas amerindias de América Central. Con ese bagaje de conocimientos trabajó con el manuscrito inédito de Madrid durante el segundo semestre de 1990.
El archivero real
Luego de un cuidadoso análisis histórico, estudiando cada uno de los vocablos allí presentes, llegó a varias conclusiones; entre ellas que el autor fue el archivero y funcionario español Manuel José de Ayala (1728-1805) y que la obra debió escribirse en la segunda mitad del siglo XVIII entre las décadas de 1760 y 1770. Ayala nació en Panamá y era hijo de don Tomás Francisco de Ayala, Tesorero de las Reales Cajas de Panamá, y de una criolla panameña. En la década de 1740, Ayala partió a la península y estudió cánones en Sevilla. En 1755 se radicó en Madrid y se convirtió en archivero real. Comienza entonces la impresionante tarea de copiar toda clase de documentos que llegaban desde las Indias.
El rey Carlos III lo tomó bajo su protección y lo puso a cargo de la recopilación de la legislación indiana. Emprendió así una obra titánica que se fue engrosando año tras año, tanto en la tarea de copiar documentos como en la de archivar las obras de muchos autores que trataban sobre las tierras americanas. Todos los volúmenes copiados o salidos de la mano de Ayala son un corpus americanista objetivamente formidable.
Al morir en 1805, luego de 50 años de esmerada labor, la colección de obras y manuscritos por él copiados o archivados superaban los 5.000 volúmenes. Lo interesante es que, en medio de ese enorme cuerpo de información, estaba el mentado manuscrito sobre vocablos americanos.
Con letra clara y prolija estampó allí las palabras que se usaban en la Indias en el siglo XVIII y que tenían que ver con pueblos, tribus indígenas, frutos, árboles, plantas, animales de todo tipo, puertos, islas, reales de minas, topónimos, hidrónimos (nombres de ríos), orónimos (nombres de cerros y montañas), minería, minerales, oficios y otros variados asuntos.
En total suman 2.800 términos donde se encuentran palabras muy ricas en significados que han desaparecido del habla coloquial e incluso de los diccionarios. De allí que sea una magnífica obra a la hora de leer viejos tratados dieciochescos sobre la naturaleza americana.
Con buen tino Quesada Pacheco decidió dar a luz el glosario indiano y lo publicó en 1995 en una fina edición bajo el título: "Diccionario de Voces Americanas" de Manuel José de Ayala (Arcos Libros, 212 p., Madrid). Ese mismo año de 1995 publicaba yo en Madrid un "Diccionario Minero" con voces de la vieja metalurgia y minería hispanoamericana (véase Alonso, R.N. 1995. Diccionario minero. Glosario de voces utilizadas por los mineros de Iberoamérica. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ISBN 84-00-07545-5, 263 p. Madrid).
La terminología minera que rescata Ayala es valiosa y hubiera sido muy útil haber podido incorporarla al diccionario minero del suscripto. En total Ayala menciona 154 términos mineros, entre los que rescata los vocablos asientos, camino, casilla, copaquira, cortar sogas, derrumbe, despensa, fuerte, grasas, jaboncillos, lazadores, mojarras, quebradilla, sol, etcétera.
Salta en el siglo XVIII
La riqueza lingüística del diccionario abarca aspectos naturales y culturales del nuevo mundo. Sin embargo lo que nos ocupa en esta oportunidad es la entrada "Tucumán", donde hace expresa referencia a cómo se describía y consideraba a esa región del virreinato que incluía a seis provincias en la segunda mitad del siglo XVIII. Comenta en el folio 92 que: "La cuarta ciudad es la de Salta, cabeza de la provincia, donde asiste el gobernador. Su temple es bueno, aunque muy húmedo, el agua no muy buena, aunque la hay especial en poca distancia; su comercio grande es de mulas, y todas las que se sacan de lo restante de la provincia y de Buenos Aires, vienen a esta ciudad, donde engordan un año y se hace la feria de ellas. Llegará su número a 300".
El Valle de Lerma era efectivamente más húmedo en el siglo XVIII, el agua formaba charcas y lagunas insalubres, pero había también cauces de aguas cristalinas y puras cercanos. Las mulas llegaban desde muchos lugares para engordarlas antes de partir al Cerro Rico de Potosí. La feria y fiesta principal se hacía en Sumalao. El dato de 300 es erróneo ya que Concolocorvo menciona decenas de miles de animales que marchaban año tras años a las faenas del Potosí para la explotación de la mina y la metalurgia de la plata. Luego comenta: "A la salida paga el que las compra un peso de sisa por cada cabeza, para mantener con este impuesto los soldados que están en los fuertes, explorando las campañas, y si salen los enemigos de sus tierras, para dar parte a la ciudad. En esta ciudad, como en las otras, pone el gobernador oficiales reales y en cada una señala un teniente, que cuide del gobierno político y militar, y un maestre de campo, y ambos sirven sin sueldo, como los soldados, que salen de las ciudades a costa suya con armas y caballería propia, y hacen sus entradas cada año a tierras del enemigo, caminando 300 leguas; el gobernador no sale con estos soldados sino hasta el fuerte más cercano que dista 30 leguas de la ciudad".
Se deduce que el principal impuesto provenía del comercio de mulas con el cual se hacía la manutención de los soldados que defendían la ciudad de los ataques indígenas.
Luego informa que: "[La ciudad] tiene colegios de la compañía San Francisco y La Merced y su iglesia Matriz; la gente es muy obsequiosa, sencilla y sosegada y todos los gobernadores han estado gustosos; hay entrada de mucho dinero que viene de Potosí y de todo el Perú. La gente de esta ciudad y de las demás de las provincias es poco inclinada al trabajo, y como tienen que comer todos, no aspiran a más”.
Como se aprecia es un análisis sociológico de los viejos salteños, favorable cuando dice que somos “obsequiosos, sencillos y sosegados” pero cruel cuando nos califica de poco afectos al trabajo. Por lo demás queda claro que los ingresos provenían en gran parte del intercambio económico con la deslumbrante montaña de plata del Potosí, numen y culmen de la riqueza salteña en aquellos tiempos.
Panorama regional
Las otras cinco ciudades nombradas como parte del Tucumán son Córdoba, Santiago del Estero, San Miguel, Jujuy y La Rioja.
Sobre Córdoba dice que es la mejor construida, que tiene iglesias, colegios y universidad, abundante en ganados y mulas que envían a Potosí.
Acerca de Santiago del Estero informa que es pobre, calurosa, y vive del comercio del jabón, cera, madera y grana (colorante de la cochinilla), este último el “más celebrado del reino”.
A San Miguel (de Tucumán), la describe como una ciudad con comercio de mulas y maderas, pero con varios dueños de carretas con más de 50 bueyes cada uno para el tráfago de ellas. Tiene colegios de San Francisco y La Merced.
A Jujuy la menciona como el paso obligado a Potosí, de los que van y de los que vuelven; con conventos franciscanos, iglesia matriz y padres de la compañía (jesuitas).
La Rioja es mencionada como “extraviada del camino real”, con ricos frutales y viñedos y su principal comercio es el vino y aguardientes. Y además “es bello temple porque no yela”.
La mención permanente a los padres jesuitas demuestra que todavía no habían sido expulsados, cosa que ocurrió en 1767 por orden de Carlos III. La fecha del martirio de unos padres jesuitas en 1759, uno de ellos natural de Vizcaya y de 30 años de edad, que aparece señalada en la entrada “Tucumán”, ha servido para establecer una data basal en el Diccionario de Voces Americanas. Los párrafos mencionados en dicho diccionario colonial son una página más para la rica historia de Salta.