Salta sufrió una docena de terremotos dañinos en el pasado histórico, que ocasionaron no solo daños materiales sino también pérdidas de vidas humanas.

De todos ellos, el más destructivo y luctuoso fue el que afectó al pequeño pueblo de La Poma, en la tormentosa Nochebuena de 1930. Este sismo, originado por el movimiento de una de las fallas geológicas del Valle Calchaquí, dejó un saldo de 36 muertos y 120 heridos.

No sabemos qué cantidad de víctimas pudo haber habido en Esteco en 1692, luego de que un terremoto de magnitud mayor que M-7 destruyera aquella vieja ciudad del Chaco salteño.

El peor desastre

El terremoto acabó con el viejo pueblo de La Poma, el que debió mudarse algunos cientos de metros hacia el sur.

Los otros sismos que se registraron a lo largo de los últimos tres siglos y pico dejaron solo pérdidas materiales y muy pocas víctimas.

De allí, entonces, que el terremoto de La Poma haya sido el peor desastre de los de origen telúrico en nuestra provincia.

En 1930, La Poma mostraba el clásico aspecto de los pueblos calchaquíes. La iglesia, casas típicas de adobe, salas de fincas, potreros, el edificio municipal, el correo y el cementerio, sumados a unos centenares de habitantes, conformaban el pueblo, representado mayormente por pequeños agricultores, ganaderos y comerciantes.

Aun cuando se encuentra a 3.015 metros sobre el nivel del mar, la calidad de su clima y topografía, sumados a los suelos y las aguas de deshielo del río Calchaquí, permitían mantener sembradíos de papas, habas, maíz y alfalfa, así como sostener una ganadería de ovejas, cabras, llamas, algunos vacunos y mulares.

Precisamente desde allí se llevaba ganado a pie a Chile, y los mineros y exploradores se abastecían de mulas para encarar la travesía a los ricos distritos metalíferos de la Puna.

Aquella víspera de Nochebuena de 1930, el cielo estaba encapotado y presagiaba tormenta. Nada hacía presumir que pudiera producirse otro fenómeno que no fueran las clásicas tormentas de verano con descargas eléctricas que son allí tan comunes. Al punto que Santa Bárbara, la que protege de rayos y centellas, es la patrona del pueblo.

La recopilación de relatos verbales de ancianos que vivieron el sismo les permitió escribir excelentes artículos al historiador Roberto G. Vitry (El Tribuno, 15/1/1989) y a Martín Adolfo Borelli, en su función de juez de Paz de aquellos parajes (Eco del Norte, 7/3/1993).

 

El periodista Daniel Rodríguez realizó filmaciones y logró también relatos orales valiosos.

Un dato crucial

Uno de los testimonios más apreciables pertenece al comerciante español José de Maíz Pérez, natural de Alava, quien se casó con doña Florinda Figueroa y abrió un almacén de ramos generales en La Poma, amén de negociar con arreos de mulares y ganado a Chile.

Gracias a la carta que envió a su esposa se conocen algunos pormenores del sismo. Dice Maíz Pérez que el temblor fue a las tres y cinco de la madrugada (3.05 horas), que él quedó medio sepultado en la habitación que ocupaba, pero que logró salir afuera, donde todo era griterío y confusión.

Un dato valioso es que menciona lo siguiente: "El temblor de la otra vez no ha sido nada comparado con este".

Ello indica que se estaban produciendo acomodamientos y que hubo algunos sismos previos ("foreshocks"). Vitry menciona el testimonio de Lucía Ávalos de Moya, que tenía 15 años cuando ocurrió el sismo, y guardaba -entre otros- el siguiente recuerdo: "Uno de mis hermanos, que fue hasta el corral, encontró allí la tierra revuelta como si la hubieran dado vuelta con un arado. Nos llamó la atención, pero no supimos a qué atribuir la cosa y no nos preocupamos demasiado".

Este dato tiene gran relevancia, ya que, al menos desde el terremoto que destruyó la ciudad de Izmit (Turquía) en 1999, se sabe de la aparición de movimientos previos en fallas tectónicas.

En Izmit hubo desplazamientos de terrenos 44 minutos antes de que se disparara un sismo destructivo de magnitud M 7,6.

La Poma, como dijimos, se encuentra enclavada en los Valles Calchaquíes, que a esa latitud conforman una fosa tectónica en compresión, donde montañas de rocas viejas (precámbricas) se empujan deformando un paquete de rocas más jóvenes (cretácicas y terciarias). Este empuje de las rocas a oriente y occidente tienden a cerrar el valle, a la vez que se acumulan tensiones por los esfuerzos que realizan los bloques de montaña al comprimirse y acortarse.

Gráficamente es como si tomáramos una gran pinza y tratáramos de cerrar el valle apretando las cadenas de montañas que forman los Nevados de Palermo por el oeste y el Cordón de Lampasillos por el este.

El epicentro del sismo estuvo a 24§ 41' 59" de latitud sur y 66§ 30' 00" de longitud oeste, mientras que el hipocentro se produjo a 30 km de profundidad, sobre la falla oeste del valle, liberando una energía equivalente a una magnitud M-6 lo que produjo daños correspondientes a un terremoto de escala VIII de Mercalli (destructivo para viviendas no preparadas).

Para que se tenga idea de lo que esto significa, pensemos que una magnitud de 6 equivale a la explosión de unas 6.270 toneladas de dinamita.

Gracias a la carta de Maíz Pérez, sabemos también que además de la iglesia y el panteón, ambos destrozados, cayeron los edificios de la municipalidad, del correo, la casa de Juan de Dios Martínez, el molino de los Martínez, y que además hay “grietas grandes en el piso y en la calle, se corrieron los terrenos”.

Por el diario La Nación del 26/12/1930, sabemos que el sismo “se anunció en plena madrugada, como un trueno interminable cada vez más intenso, que terminó por convertirse en un impresionante fragor subterráneo”.

Otro de los fenómenos observados, además de grandes resquebrajaduras que se abrieron en muchos sectores, fue una grieta en un cerro de la cual salía “humo”, lo que llevó a pensar en una inminente erupción volcánica. Sospechamos que pudo tratarse de vapor de agua producto de la humedad atmosférica y del calor subterráneo de la energía sísmica.

Un testimonio valioso es el del capitán del Ejército Marcelino Benavente, quien fuera enviado al lugar y permaneció allí casi un mes en tareas de socorro, reconstrucción y en la ubicación del nuevo solar para el traslado del pueblo.

Viajó en la misión de socorro junto a su esposa Marta A. Bassani, en una larga travesía a lomo de mula.

Relata que no solamente se producían sismos diarios de poca intensidad, generalmente entre las tres y las cinco de la madrugada, sino que también hubo otro muy fuerte el lunes 19 de enero de 1931.

Combinación letal

El terremoto de La Poma se dio en la peor cadena de circunstancias, donde las fuerzas de la naturaleza, tanto endógenas (geológicas) como exógenas (meteorológicas), a través de los sismos, la tormenta y la noche negra, parecieron conspirar para potenciar el desastre y convertirlo en una verdadera catástrofe.

No le debió de ser nada fácil al padre misionero redentorista Luis Lober, que estuvo en el lugar, explicar a esas gentes buenas y sencillas la “ira de Dios”, precisamente el día de Nochebuena y en vísperas de Navidad.