El noroeste argentino tiene una mitología con el mundo subterráneo que no está asistida por la presencia de cuevas o cavernas naturales. La geología, en esto, no acompaña.
En el imaginario colectivo las anfractuosidades del subsuelo se relacionan con lugares icónicos, como las Cuevas de Altamira (España) con sus famosas pinturas de fauna prehistórica. Y es que en Europa los terrenos calizos y el clima mediterráneo crean una concurrencia de factores geológicos y climáticos que dan lugar a los fenómenos de disolución kárstica. Esto genera galerías subterráneas, las que a veces se desploman poniendo en contacto ese mundo subterráneo con la luz solar.
Mientras eso no ocurre se desarrolla allí una biota especial con formas ciegas y albinas, microorganismos extremófilos y hasta una particular leche de las cavernas (moon milk).
Los rasgos por excelencia son las estalactitas que cuelgan de los techos, sus correspondientes estalagmitas en el piso y, cuando ambas se unen, forman hermosas columnas que recuerdan a las de un exótico templo.
Las cuevas europeas representan un particular tesoro por los objetos líticos y artísticos del hombre primitivo y también por los restos bien preservados de fauna fósil. William Buckland relacionó ese cuadro con el diluvio universal. Precisamente su libro "Reliquia diluviae" es un texto emblemático del siglo XIX.
Cuevas y fósiles
En la Argentina, uno de los lugares más mencionados es el de las Cuevas de las Manos, en la provincia de Santa Cruz. Hay allí pictografías de los antiguos habitantes de la Patagonia.
También en Santa Cruz, hacia el límite con Chile, están las cuevas del Milodon, lugar donde se encontraron restos de milodontes de la Edad del Hielo muy bien preservados, especialmente cueros, pelos y excrementos. Este hallazgo en el siglo XIX incentivó la búsqueda de esos edentados fósiles a los que se buscaba vivos y ocultos en la remota cordillera austral. Los estudios del Perito Moreno y la imaginación de Clemente Onelli, entre otros, potenciaron el tema.
Algo similar a lo que ocurrió en el siglo XVIII con el megaterio de Luján enviado a España y que dio pie a que el rey pidiera que le remitieran uno vivo o bien muerto pero envuelto en paja para su exposición.
Fue también en una cueva donde dio inicio el nacimiento de la arqueología científica argentina.
En la provincia de San Luis está la cueva de los Manantiales conocida hoy como cueva de Inti Huasi (Casa del Sol en quechua). Fue visitada en enero de 1866 por el sabio italiano Pellegrino Strobel, quien encontró allí numerosos objetos de piedra que estudió y publicó en 1867. Su trabajo científico titulado "Objetos pulidos de la edad de la piedra descubiertos en San Luis, Argentina" está considerado como el punto de partida inaugural de la arqueología en Argentina (Heider y Curtoni, 2016).
El académico Víctor Ramos tuvo acceso a las libretas personales de Strobel y compartió gentilmente esa valiosa información con el suscripto.
Si bien los términos cueva y caverna son sinónimos de origen latino, generalmente se utiliza el último para las aberturas subterráneas de gran tamaño, también conocidas como espeluncas, campo de estudio e investigación científica de la espeleología.
En el sur de Estados Unidos, en Kentucky, Illinois, Nueva México, se conocen algunas de las cavernas más grandes del mundo, entre ellas la Mamut y la Carlsbad, con decenas de kilómetros de galerías y aberturas interiores del tamaño de catedrales de aspecto gótico.
La génesis de las cuevas, cavernas, grutas y otros sinónimos de aberturas subterráneas son muy disímiles. Puede ser la disolución de terrenos calizos, la disolución de formaciones evaporíticas (sal de roca, yeso, arcillas salinas), el trabajo erosivo del viento, los ríos o el mar, el derrumbe de grandes bloques que se amontonan y dejan un espacio vacío entre ellos, el enfriamiento de lavas que dan lugar a túneles volcánicos, la meteorización diferencial de las rocas, entre otros.
Nuestras huacas
En el norte argentino hay una gran cantidad de topónimos con la palabra cueva, entre ellos cerro Cuevas, quebrada de las Cuevas, Inca Cueva, Inca Viejo, cuevas de Acsibi, cuevas de El Toro, Cueva de Apaza, Cueva Blanca, cuevas de Guachipas, etcétera.
Algunas poseen tal tamaño que admiten en su entrada un hombre a caballo.
En estudios regionales se menciona la Cueva del Inca o Inca Cueva en la quebrada de Chulín a 3.500 metros de altura, al noroeste de Humahuaca, con 12 metros de altura, 10 metros de profundidad y 90 metros de largo.
Las palabras originarias que representan el concepto cueva son huaca y chúsac (quechua), ita cuá y cuá (guaraní), tóca (aimara) y renú (mapuche).
El paraje Las Cuevas, sobre la ruta nacional 51 y a pocos kilómetros del famoso pueblo prehispánico de Tastil (Rosario de Lerma, Salta), recibe el nombre por unas aberturas que se generan en capas de travertinos que cubren materiales blandos y fáciles de erosionar. Para los viajeros a la Puna o los que llevaban ganado a pie a Chile, el lugar les ofrecía un buen resguardo para pasar las noches. Los lugareños las utilizan como corrales de cabras.
El Puente del Diablo, en La Poma, es una galería subterránea donde circula el río Calchaquí y que se caracteriza por la presencia de espectaculares estalactitas. Es uno de los pocos lugares de Argentina donde se aprecia este fenómeno que, como se dijo, es propio de calizas kársticas y clima mediterráneo.
Los Volcanes Gemelos de La Poma, activos entre 30 y 50 mil años atrás, cerraron el Valle Calchaquí, calentaron las aguas que depositaron travertinos con bandas de ónix. El río se abrió paso con el tiempo y dio lugar a esa extraordinaria geoforma y geositio de la geología salteña.
Un ejemplo espectacular de aberturas mixtas, por disolución pseudokárstica y caída de bloques son las cuevas de Acsibi, en Seclantás. Ellas se desarrollan en formaciones rojas del Terciario (formación Los Colorados del Grupo Payogastilla) y generan curiosas geoformas que se asemejan a un “paisaje de Gaudí” (por la singular arquitectura del maestro catalán). También capas rojas, pero más antiguas, son las que contienen las espectaculares cavidades pletóricas de pinturas rupestres en Guachipas, uno de los grandes atractivos turísticos de la región.
Sistemas de cavernas de disolución se han formado en serranías de sal de roca de la Puna, como las de Tolar Grande, que suman un atractivo turístico más a esa fascinante región andina.
Cuerpos de sal de roca similares se encuentran en Pastos Grandes y Antofalla y son comparables en su geología al Valle de la Luna en San Pedro de Atacama. Muchas de las llamadas cuevas en la Puna no son más que aleros formados en rocas volcánicas (ignimbritas). Igual tienen una rica historia de ocupaciones arqueológicas, de refugio y abrigo, y en algunos casos guardan secretos y anécdotas que erizan la piel. Una de ellas, la cueva de Barcante, en la región del salar de Diablillos, fue el refugio de un prófugo de la justicia acribillado allí mismo a balazos por una partida policial.
El diablo, el oro y las leyendas
Las cuevas en el norte argentino son dueñas también de una rica mitología. Por un lado se las relaciona con lugares donde se escondieron tesoros o tapados como los de los incas que llevaban el rescate de Atahualpa o de los jesuitas, cuando fueron expulsados por Carlos III en 1767. Incas y jesuitas fueron habilidosos mineros en la búsqueda y explotación del oro aluvional. La orfebrería ceremonial y religiosa en metales preciosos dejó verdaderas obras de arte para la posteridad, como se aprecia en algunos museos de América y Europa. Las cuevas se relacionan también con los mitos del diablo en las llamadas salamancas.
En el campo muchos paisanos dicen haber escuchado la música y el llamado de las salamancas. Además algunos declaran haber aceptado el convite o participado de la metamorfosis de hermosas mujeres por horribles brujas del averno. Se cuenta que los que aceptan tienen que entregar su alma al diablo a cambio de riquezas en unos casos o bien de sabiduría absoluta en otros. Hay decenas de versiones pero en general se debe entrar desnudo y allí adentro se encuentran las más bellas mujeres donde el diablo, luego del pacto firmado, actúa de generoso anfitrión.
Como se aprecia, cuevas y cavernas no son solo un atractivo geológico y turístico, sino que además encierran una extraña mitología que enriquece el folclore regional.