Frena el caballo en el promontorio, al borde del precipicio y observa el valle. Cebiles, espinillos, algarrobos se entreveran y cruzan sus brazos para que nadie pase. De repente uno, dos y más tirando sus caballos, van apareciendo entre las ramas con destreza milenaria, llegando a donde está el centauro y lo rodean. Miran sus gestos sin emitir un sonido, intensos sin tensión. Respiran y recuperan su aliento. Tomarían agua si la hubiera, habrá que aguantar.
Más allá la planicie se presenta polvorienta y cuando la brisa despeja algo ese escenario seco los cuerpos se asoman inmóviles. El sudor del jinete se funde en el de su monta y los hace uno indisoluble. Una sola voluntad. Y el hombre mira y escudriña esa planicie en busca de godos, esos godos rojos y azules que vinieron para irse, aunque aún no lo saben. Y él y sus gauchos les están enseñando el camino, ejército a ejército, oficial a oficial, general a general, los va mandando de vuelta al Alto Perú, para que no vuelvan. Pero vuelven. Y él tiene que recomenzar a buscar entre las piedras, para que no quede ni uno escondido.
Cada vez que miro el Monumento al Gral. Güemes de Salta me imagino esta escena y pienso que aquel Martín Miguel no solo miraba lo que tenía delante, ese campo de batalla con olor a sangre, a mierda, a grito. Miraba, y lo hace hoy desde la mano del artista, a los que van a venir, a lo que va a venir.
El gesto se me hace la actitud de un buscador del futuro, de un anticipador, de un planificador.
En este enero del 2022 todos nos paramos sobre la simbólica fecha del comienzo de año para, tal vez con la mano como visera, anticipar y así poder programar nuestro destino.
Para el que el 2021 fue un mal año, los más, como cambiar lo que viene y si fue bueno, pensará como superarlo.
A nuestro alrededor nuestro grupo, nuestra tropa familiar, nos observa esperando que adivinemos, que atravesemos la neblina de lo indeterminado, de lo fluctuante, con nuestros pensamientos, nuestra vista y nuestro olfato para alcanzar ese destino que todos pensamos determinado, pero que en esta Salta de hoy se nos hace tan esquivo.
Al futuro habrá que construirlo primero en nuestros pensamientos, en nuestros sueños, en nuestros cantos, para después recurrir a las hábiles manos del constructor, al ojo perspicaz del sanador, al abrazo integrador que une sin distancias y a la risa. Mucha risa.
Pocas veces como ahora se hizo tan evidente que al futuro se lo construye entre todos, se lo cura entre todos, se lo educa entre todos. Y, como esa imagen nos muestra, también se lo libera entre todos.
El 2022 deberá ser el año de la Gran Liberación. Comencemos a soñar.