Españoles, con una inflación galopante, encontraron en su dirigencia la grandeza de anteponer la Patria a sus intereses partidarios. Lograron dominarla y hasta la pandemia no  tuvieron inflación. Lo hicieron con el acatamiento y el apoyo unánime de toda España.

Entre nosotros el problema no es sólo la inflación. Es observar que los jóvenes más capaces emigran. Que la inversión es casi nula. Que nuestro salario cada vez rinde menos. Que nuestros dirigentes están más interesados en la próxima elección que en el progreso de todos los argentinos Nadie quiere nuestra moneda. Ni siquiera nosotros.

 

Todo se consigue por la fuerza. Los sindicatos mejor pagados son los que tienen mayor capacidad de daño inmediato. Los docentes, que con el paro producen daño a largo plazo, pero irrecuperable, en vez de ser los mejor pagos para que los más capaces se orienten a la enseñanza, tienen remuneraciones magras. Los países más desarrollados y con mayor justicia social, son los que tienen los docentes mejor pagos, como en los países nórdicos. Son también los que tienen la sociedad más participativa.

 

El oficialismo y la oposición, en lugar de debates esclarecedores, se manejan arañando al rival interno y externo. Desafortunadamente, cuando construimos nuestras instituciones, no reservamos medidas de resguardo de la comunidad. Nos pusimos totalmente en manos de nuestros representantes, y hoy que el sistema no funciona, no tenemos modo de solucionarlo

 

 Por razones religiosas, bélicas, políticas, culturales, científicas y especialmente deportivas, los argentinos somos capaces de unirnos en la necesidad, en la alegría y en la congoja.

 

En cada campeonato mundial de fútbol, cuando gana un partido Argentina, salimos a las calles para festejar, sin diferencias políticas, de sexo, religiosas o de clase. Todos los argentinos juntos unidos por el triunfo y a veces por la esperanza. En 1978, siendo mis hijos niños, cada vez que ganaba Argentina y especialmente cuando se coronó campeón, salíamos a recorrer la ciudad durante horas, con camisetas y banderas argentinas, haciendo sonar bocinas y gritando nuestra gloria. La ciudad se colapsaba con tantos autos, y desde las barriadas se formaban columnas encaminadas al centro, con sus bombos y sus cantos.

 

Todos unidos apoyando primero a Fangio y luego a Reutemann.

 

Todos unidos apoyando la gesta de la carrera automovilística Buenos Aires-Caracas. Unidos pero cada uno bregando por Ford o Chevrolet, por los Gálvez o Fangio.

 

Unidos en el oro olímpico de básquet. O en las maratones ganadas por Delfo Cabrera.

 

Nos unimos también por cuestiones religiosas, la peregrinación a Luján y el Milagro en Salta. Unidos en la liturgia religiosa pero también unidos en el respeto de otros credos. En cada provincia, en cada pueblo ocurre lo mismo.

 

Nos unió la congoja de la muerte de Perón y de Yrigoyen, demostradas en el gigantesco acompañamiento a su última morada. Nos entristecimos con la muerte de Alfonsín.

 

Nos estremecimos con la oración fúnebre de Balbín despidiendo a Perón.

 

Durante la epidemia, los argentinos cumplimos unidos todas las recomendaciones sanitarias. Nos quedamos en nuestra casa. Dejamos de practicar honras fúnebres a nuestros amigos y parientes. Fue el momento en que el presidente Fernández logró el mayor reconocimiento. Hasta que se conocieron las vacunaciones VIP y la fiesta de su esposa.

 

Nos unimos por la alegría de la recuperación de Las Malvinas. Dimos todo nuestro apoyo a nuestros soldados, marinos y aviadores héroes. Y luego nos unimos en la tristeza de la derrota y posterior rendición. Pero seguimos unidos en el firme propósito de recuperarlas.

 

Hoy estamos unidos por el orgullo de nuestro salto tecnológico, con satélites grandes y muy pequeños, girando alrededor de la tierra, con tecnología netamente argentina.

 

Los argentinos zanjamos nuestras diferencias entre provincianos y porteños con varias guerras. Pero, en 1860, cuando se modifica la constitución de 1853 y se incorpora Buenos Aires a la Confederación Argentina, nos unimos, aun manteniendo la contradicción puerto-interior.

 

Cuando se produjo el levantamiento carapintada contra Alfonsín, todos los argentinos nos unimos en apoyo a un presidente honesto y servicial, que era la representación de la Patria. Nos unió el riesgo de la pérdida de la democracia.

 

Los argentinos nos unimos en el plebiscito por el Beagle. Con criterios distintos, pero todos anhelando superar la posibilidad de una guerra con Chile.

 

Sarmiento, Roca, Mitre y varios otros dirigentes, cada uno buscando ser la conducción de Argentina, lograron articular una unidad que nos permitió crecer en conocimiento, en economía, en cultura y nos colocó entre las mejores naciones. Éramos el espejo y la esperanza del mundo.

 

En 1912, nuestros dirigentes, con Sáenz Peña conduciendo, fueron capaces de unirnos y lograr el voto secreto, universal y obligatorio, que nos introdujo en la modernidad política.

 

La reforma constitucional de 1994 fue fruto del acuerdo de nuestra dirigencia.

 

Hoy los argentinos anhelamos unirnos en un acuerdo político que nos permita superar la pobreza, las carencias educativas y sanitarias, la falta de trabajo, la anomia de nuestros jóvenes, combatir las adicciones hasta de nuestros niños –los niños del paco-. Debemos unirnos para combatir el narcotráfico y el crimen organizado cada vez más poderosos. Volver a ser una nación respetada. También para defendernos del autoritarismo sindical y piquetero y las avivadas de los monopolios y las empresas concentradas. Incluyo la rapiña dirigencial.

 

Necesitamos brindar seguridad jurídica a los inversores, los que prefieren invertir en Brasil, Chile y Colombia, antes que en Argentina. La inversión en Argentina es una mota de polvo comparada con la inversión mundial.

 

Todas las encuestas demuestran que los argentinos queremos que nuestra dirigencia supere sus contradicciones y pongan la Patria por delante.

 

No nos aproximamos a un acuerdo. La grieta se profundiza en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio. Aparecen figuras como Milei que es la consecuencia de que nuestra dirigencia se preocupa más de sus intereses personales o de grupos, que por el bienestar de los argentinos.

 

Y la razón de esta sinrazón, es que el sistema representativo ha fracasado. Y no encontramos caminos para instalar la democracia participativa, que nos va a permitir volver al camino correcto. El principio del camino nuevo es discutir entre los argentinos el modelo de país, de administración pública, de conducción gubernativa, de educación y salud, de economía, de cultura. Una sana república requiere que los tres poderes y los organismos de control funcionen con independencia y se controlen uno a otro. Para ello debemos acotar el funcionamiento de nuestro sistema político. Un mandato, uno de espera y nunca más. Abroquelarnos en este sistema, si lo logramos, y luego blindarlo como lo lograron los mendocinos.

 

La respuesta al interrogante del título, es que los argentinos somos capaces de unirnos, pero nos impide la mezquindad de nuestra dirigencia política.