Esta semana se cumplieron 10 años del pontificado del Papa Francisco.

Lo que promovió quizás el hecho político positivo más significativo de los últimos años.

 

De Macri a Cristina, las principales figuras del oficialismo y de la oposición firmaron una carta para saludarlo, pedirle que visite la Argentina y esbozar intenciones compartidas para empezar a cerrar la grieta que mantiene dividida y paralizada a la Argentina. 

 

10 años para cambiar el mundo. Se cumplen 10 años del pontificado del primer Papa no europeo, latinoamericano y argentino. Un Papa que, como el mismo Jorge Mario Bergoglio dijo, la milenaria Iglesia de Roma vino a buscar al fin del mundo.

 

Cuanto menos disruptivo desde su histórica elección, el papado de Francisco llegó para marcar una época, para representar un liderazgo espiritual, social y político que el mundo venía necesitando: Un liderazgo de prédica y peregrinación humanista frente a la fascinación occidental por el individualismo, el capitalismo extremo y la segregación.

 

Francisco es un Papa incómodo. Incómodo porque se animó a plantear desde el sillón de Pedro las desigualdades que condenan a miles de millones de seres humanos a la degradación, a la pobreza y la marginalidad: los excluidos, los descartables.

 

Un Papa pacifista que repudia las invasiones, las guerras y las agresiones bélicas. Pero a diferencia de los criterios selectivos de sus antecesores, Francisco no hizo concesiones, no fue complaciente con las potencias occidentales. La explotación del África y la intrusión de las potencias en medio oriente no fueron la excepción. No es un Papa que lava las culpas de la OTAN.

 

Francisco es el Papa que insiste con esa verdad tan elocuente y tan poco tenida en cuenta: nadie se salva solo. Y lo viene diciendo desde antes de la Pandemia. 

 

Es el líder mundial que desafía la contaminación salvaje del capitalismo extractivista; el Papa que habla de la defensa del medio ambiente, de la sostenibilidad, de la convivencia con las diversidades, que interpela a las nuevas generaciones que por primera vez en la historia se resignaron a creer que el futuro puede ser mejor.

 

Francisco cumple 10 años desafiando el orden establecido. Metiéndose en asuntos que el poder no quiere que se meta. Y no lo hace apuntando solo hacia afuera. Empezó predicando hacia adentro, comenzando por casa, cambiando las cosas que había que cambiar en el mismísimo Vaticano: tolerancia cero con la corrupción, los negociados y el encubrimiento de los crímenes de ciertos miembros de la Iglesia.

 

Francisco es el Papa de la austeridad y la prédica consecuente. Un hombre de carne y hueso que no viste sotanas de seda ni zapatos de noble. Un hombre que mira fútbol, que siempre tiene un ojo puesto en su Argentina querida, en los barrios más pobres del conurbano bonaerense a los que les dedicó su obra. Un hombre que sigue en contacto con sus amigos y pendiente de todos.

 

Un hombre que soñamos verlo aterrizar de nuevo en Argentina.

 

Consciente de la finitud de la carne, Francisco pide que recemos por él. Que todavía queda mucho por hacer, que siempre queda mucho por hacer. Que no se puede aflojar. Este argentino que llegó a Papa será también recordado por poner a la Iglesia moderna en una nueva empresa.

 

En la empresa de profesar que el cristianismo no solo debe buscar que los hombres y las mujeres alcancen el cielo, la paz y el bienestar tras la muerte, sino que también deben vivir mejor en esta vida, porque eso es realmente honrar la vida.

 

Pasó una década desde aquel 13 de marzo que tras la abdicación de Benedicto XVI cambió la historia. 10 años para salvar al mundo, o al menos para empezar a salvarlo.

 

Hasta la próxima.

 

Columna del jueves pasado, 16 de marzo, de Antonio Marocco, en Radio FM Aires (Salta- Argentina).