No es nuevo, lo venimos siendo desde hace décadas, siglos, milenios. Pero nunca se dispuso de instrumentos tan bien desarrollados para lograrlo.
Somos campos de batalla inconscientes entre fuerzas ajenas, extrañas, pero que regulan nuestro bienestar, el de nuestras familias. Determinarán nuestros destinos, nuestras alegrías y tristezas, nuestras pobrezas y riquezas.
Somos campos de batalla psicológicos principalmente pero también físicos. (Jujuy)
En épocas de elecciones salen a la luz. Por una vez las fuerzas se tienen que mostrar en público, dar la cara y decir haremos esto o aquello sin que les tiemble la “pera”. Convencernos de que hablan con la verdad, el corazón, el convencimiento de que, lo posible y lo deseable, está al alcance de la mano, ESA mano que nos tienden seguros de sí mismos.
Pero este momento es solo eso, un lapso durante el cual se despliegan guiones bien guionados por expertos en relatos más o menos fantasiosos.
Así, los que estuvieron antes nos cuentan que van a hacer lo que hicieron muchas veces y siempre salió mal, pero que ahora sí, ahora va a salir bien. Que son buenos y los malos son los otros. (¡Que poco originales son todos!) Y recurren a los caminos por los que ingresaron a nuestros cerebros para “re-andar” las circunvalaciones cerebrales del campo de batalla, de la trinchera que es cada recodo de nuestros cerebros.
Más a la izquierda se desviven en prometer resultados que nunca han podido mostrar, en un camino de nostalgia de lo imaginario, en una lucha válida, valiosa incluso, pero inconducente. Una historia de hacerse las buenas preguntas, para darse las malas respuestas.
La batalla en nuestras mentes, por nuestras voluntades, nuestras creencias, avanza. Se despliega con mercadotecnia precisa, estudiada. Las nuevas tecnologías les permiten a los poderosos, aquellos que en serio discuten por nuestras voluntades, saber qué es lo que nosotros queremos. Nuestros gustos más íntimos, aquellos que creemos ocultos en otro recodo de nuestro cerebro, es recuperado para ser usado en contra nuestro. Y esa información le damos nosotros, con un clik.
Un solo clik y le decimos al poderoso que lucha por doblegar nuestra voluntad, “este es mi punto débil”.
Hace no muchos años se utilizaban espías para conocer que pensaba el enemigo, luego vinieron las encuestas, los sondeos de opinión, los estudios de prensa y hoy somos nosotros mismos los que informamos nuestros deseos. No podemos vivir sin contarle al mundo nuestros gustos y miserias. Con una sonrisa en una selfie.
Hoy podemos decir que el mensaje orientado está siendo encarnado por los Bullrich, los Larreta, los Massa, los Grabois, los Milei. Son a la vez el medio y el mensaje. Son sus modos, sus gestos cuidados, sus ropas, sus equipos de campaña montados para la gran simulación. Simulación para conquistar tu mente recurriendo a la información que vos les diste. Prometiendo lo que VOS querés. ¡Si VOS!
¿Y los emisores verdaderos, los poderosos? Esos no están aquí. Ellos luchan por otras cosas, recursos naturales, recursos intelectuales, fuerza de trabajo (cada vez menos).
Cuando dominan tu voluntad, haciéndote votar por el candidato/medio/mensaje que te convence, lo que están logrando es reducir tu soberanía. Soberanía como capacidad de decidir sobre tu presente y futuro.
De las palabras ausentes en los discursos de campaña (salvo casos muy valiosos como Mempo Giardinelli), soberanía se lleva el primer puesto.
Salimos a la calle cada mañana a conseguir el alimento de nuestra familia y tomamos decisiones, cazamos una gacela o juntamos frutas. Esa autonomía primaria está colapsando a pasos agigantados. Soberanía, libertad, felicidad, se ponen en juego hoy más que nunca. Y el campo de batalla somos nosotros y nuestros cerebros. Resistamos.
No nos entreguemos sin luchar.