En esta columna, más que consejos, son anhelos de que quién resulte presidente, abra los brazos con humildad y pida ayuda a quiénes serán oposición. Es hora de que en Argentina se termine con el propósito del pensamiento único. Durante la pandemia, he escrito una columna con el mismo nombre. Me pareció pertinente agregarla. Disculpen la osadía, pero les pido que lean ambas. me parecen pertinentes.
Con casi ochenta y dos pirulos, si la huesuda me da una chance, el día después voy a abrazar y besar a mi esposa, a todas mis hijas y todos mis hijos y a mis nietos, como si no los viera durante una eternidad. Los voy a mirar detenidamente para grabar en mis retinas su figura, y en mi corazón voy a guardar sus espíritus. Voy a agradecer a Dios la familia que hemos formado, pues estoy orgulloso de todos ellos, pues más allá del éxito profesional y material, hemos formado buenas personas.
Voy a reunirme con los pocos amigos que me quedan y tomaremos mis mejores vinos, cocinaremos los platos que nos apetezcan y nos abrazaremos constantemente, aún sin motivo. Nos reiremos de cualquier pelotudez, por el solo hecho de estar juntos. Nos recordaremos de los muchos amigos que se nos han adelantado y contaremos anécdotas de nuestra vida juntos. De las cosas que hemos gozado. Y rehuiremos hablar
de los padecimientos, pues muchos amigos sufrieron castigos injustos y el más injusto de todos: el exilio.
Voy a ser mejor ciudadano. Voy a tratar de eludir los plásticos y voy a separar la basura. Voy a pedir factura por todas mis compras, aunque sé que es imposible con mi verdulera. Voy a ser cuidadoso con las normas de tránsito, en especial el cuidado de los peatones. Voy a merituar las opiniones ajenas, pues sé que muchas veces no tengo la razón. Pero voy a defender con ardor mis convicciones.
El día después nos vamos a encontrar con recesión, inflación, desocupación, empresas fundidas, y, salvo que Dios se apiade de nosotros, con la corrupción sistémica de nuestros gobernantes. El mundo no va cambiar. No cambió con las guerras, ni con las pestes que nos aniquilaron. Tampoco va a cambiar después del corona virus. Pero yo voy a cambiar y voy a unir esfuerzos para que el mundo cambie, aunque sea en el pequeño microclima de Salta. Y la dirección del cambio es instalar instituciones republicanas que permitan que los poderes funcionen con independencia, que se autocontrolen, que la ciudadanía luche por una democracia participativa y pluralista, de modo de que los salteños nunca más tengamos que depender, del acierto o el error, de la buena o mala voluntad de un pretendido iluminado.
Si todos, individualmente cambiamos para bien. Si somos capaces de ver en el otro nuestro igual, si actuamos solidariamente, si incorporamos a nuestros genes la conciencia de que
debemos preservar la tierra, nuestra casa común, una mota en el espacio, pero nuestra casa. Si participamos en política, pues nos guste o no, los políticos son los que deciden sobre nuestra vida. Participar en política no significa afiliarse a ningún partido. Significa tratar de estar informado correctamente en esta maraña de algoritmos, de condicionamientos mediáticos, de empresas dueñas de nuestros gustos, de nuestras preferencias y hasta del lugar donde estamos ubicados. Participar en política significa luchar para volver a ser libres, de ser protagonistas del hecho ciudadano del aporte, de la protesta o de la adhesión.
Si nos volvemos mejores personas, mejores ciudadanos, finalmente seremos una mejor comunidad y estaremos en condiciones de elegir mejores gobernantes, pero, por sobre todas las cosas, estaremos en condiciones de expresar lo que queremos de quienes nos gobiernan, de controlar su eficiencia y su honestidad y aún más, de revocarles el mandato si no sirven.
Voy a defender un estado fuerte, regulador, abierto a la información en todos sus niveles, con mandatos acotados y acotables. Honesto, eficiente y sencillo. Sin ostentaciones.
Si cambio el día después. Si cambiamos el día después, una nación más justa es posible.