En esta columna, más que consejos, son anhelos de que quien resulte presidente, abra los brazos con humildad y pida ayuda a quiénes serán oposición. Es hora de que en argentina se termine con el propósito del pensamiento único. Durante la pandemia, he escrito una columna con el mismo nombre. Me pareció pertinente agregarla. Disculpen la osadía, pero les pido que lean ambas. Me parecen pertinentes

 

Cuando sepamos quién es el presidente, mujer u hombre, la situación general de nuestro querido país, será la siguiente. Pobreza estructural, especialmente con el sesenta por ciento de nuestros niños, ayudados por los planes sociales que solo son un paliativo.

 

Educación pública de poca calidad, que impide a la mayoría de nuestros jóvenes, el ascenso social, cultural y económico.

 

Sistema de salud pública deficiente. Basta ver la boca de nuestros ancianos, para comprender su magnitud.

 

Trabajo y comercio informal. Los industriales y los comerciantes operan en negro y los que reciben ayuda estatal en forma de planes, no quieren blanquear su trabajo, por temor a perderlos. Niños que no reciben alimentación y cuidados adecuados durante los primeros mil días de su vida, lo que les causa un deterioro cognitivo que no pueden superar.

 

Corrupción en todos los niveles. La riqueza es más importante que el honor individual o familiar. Cuando se descubre un corrupto, además de la sanción penal, si no zafa, recibe el repudio de la sociedad. Pero debemos indagar en nosotros mismos, si el repudio es la consecuencia del hecho de corrupción, o por haberse dejado descubrir.

 

Los argentinos tenemos dólares guardados. El consenso que debe lograr es garantizar que los dólares que salgan a la luz, no sufrirán corralitos ni corralones. Busque normas de largo alcance para la inversión local y extranjera.

 

El narcotráfico crece constantemente. Hay territorios donde la policía no puede entrar, salvo que realice operativos monstruosos. Los niños del paco, que hacen la función de campanas y ayudan en la distribución, son una realidad.

 

Los motochorros que comienzan con celulares, luego automotores y matan sin razón alguna. En algunos lugares de Argentina, nuestros paisanos viven encerrados en sus casas.

 

Una inflación que es de las más altas del mundo. Nadie conoce con precisión el precio de las cosas, y por las dudas, remarca. Una economía así, es como caminar en la oscuridad.

 

¿Podemos decir que nuestra Argentina es un estado de derecho, cuando las mejoras se consiguen con el uso de la fuerza? Los mejores salarios no son los más necesarios o útiles. Se corresponden con la capacidad de daño inmediato que producen. Los subtes paran por cualquier futileza. Los camioneros tienen su propio código civil. Los piquetes, especialmente en Buenos Aires, ocupan espacios públicos e impiden el derecho constitucional a circular libremente.

 

Se cortan rutas, a veces con fundamento, pero a veces por cosas que deben resolverse judicialmente, como el caso de los que cortaron rutas por que aducían que la policía le había robado a un vecino.

 

Extrañamente, los que crecen en la consideración pública son los integrantes de las fuerzas armadas. La justicia, los partidos y la política en general, son rechazados por la comunidad.

 

La Argentina llegó a tener educación pública señera a nivel mundial y a recibir las mayores inversiones a nivel continental. Hoy solo quedan vestigios.

 

Desde 1983 hasta ahora, todos los caminos escogidos nos llevaron a la nada. ¿Puede el o la presidente, resolver con el poder de su investidura, los desfasajes mencionados? Es imposible sin un amplio consenso, pues ningún partido o coalición tendrá la mayoría parlamentaria para lograrlo.

 

Si encontrara el camino correcto, el presidente tendría la reelección asegurada. ¿Alguien cree que nuestros políticos privilegiarán la Patria, antes que sus intereses individuales o corporativos? ¿Creen que colaborarán con un gobierno que disminuye sus posibilidades electorales?

 

La respuesta es negativa. Por eso creo que el primer acto de quién resulte presidente, es renunciar ante el Escribano de Gobierno, a la posibilidad de ser reelecto. Con esa medida logrará dos efectos fundamentales. El primero será obtener la anuencia de la oposición. Y el segundo es que dejará de gobernar exclusivamente con fines electorales.

 

Si a ese renunciamiento le sigue la designación de ministros y funcionarios de excelencia, cualquiera sea su color político, nuestras posibilidades aumentarán considerablemente.

 

Un consenso con las medidas indispensables para salir a flote, con los empresarios, sindicatos, piqueteros, partidos políticos y entidades religiosas, es el punto de partida para recuperar la república perdida.

 

El presidente debe ser transparente, tanto como su gestión. Tenga la humildad de reconocer que solo no puede. En lo posible, cuando esté definido el ganador, visite en sus bunker a quiénes serán oposición, aunque se gane algunos silbidos y abucheos. Trate de conformar un grupo asesor integrado por los ex presidentes. Y sus ministros con los que los precedieron. Comprenda qué sin diplomáticos serios, bien formados, de carrera, no hay una política exterior sensata. No puede rifar las embajadas. No hay coherencia en nuestra política exterior.

 

Demuestre que la crisis es soportada en forma pareja por todos. En su medida, por supuesto. Los salarios de los altos funcionarios deben guardar correspondencia con la crisis. No los esconda. No difunda solamente el básico, sino todos los adicionales.

 

La altura de su función le impide distinguir bien lo que sucede abajo. Visite a quiénes todavía viven en el barro. Sea su representante, no su dueño.

 

Hay un axioma en política, que afirma que los pueblos tienen el gobierno que se merecen. Tiene una base de verdad. Si cada vez que vuelca un camión con mercaderías es saqueado. Si compramos o vendemos evadiendo los impuestos. Si ni siquiera respetamos las reglas de tránsito, no podemos exigir un gobierno honesto y eficiente.

 

El cambio para que nuestra sangre, nuestra descendencia, tenga un futuro en nuestro país, debe comenzar en nosotros. Nos despojemos de nuestros fanatismos, pues nos permitirá encontrarnos con el otro. No nos resignemos. Expresemos nuestra insatisfacción con medidas que no cercenen los derechos de los otros. Con la mejor organización y la mayor vehemencia, pero dentro de la ley. Así podremos exigir un gobierno transparente, honesto y eficiente y una justicia con los ojos vendados.