Nuestro gran problema es la educación.
La profesora Tiramonti la describe magistralmente y avanza líneas para superarlo. Es largo y denso. Recomiendo leerlo y divulgarlo, especialmente en los padres jóvenes cuyos hijos sufrirán las consecuencias de una educación deficiente
(Santos Jacinto Dávalos)
La situación actual de la educación argentina se puede sintetizar en este párrafo: Es un antiguo engranaje muy emparchado y remendado al que sometemos a las nuevas generaciones durante trece años con el propósito de hacerlos partícipes de los saberes y la cultura contemporánea. De acuerdo a las últimas evaluaciones sólo la mitad de ellos logran incorporar los rudimentos de la lecto-escritura y un 20%, los de las matemáticas. El resto, después de todo ese tiempo, no ha adquirido los instrumentos que necesita para incorporarse al diálogo social (trabajo, ciudadanía y cultura).
Los operadores del sistema han perdido el rumbo y no tienen clara cuál es la razón de ser de su trabajo. Durante los cuarenta años de democracia han sido sometidos a diversos discursos sobre el deber ser de su tarea. En los últimos veinte imperan ideas que privilegian la acción asistencial y metodologías que deslegitiman la tarea de enseñar, que es asimilada a un acto de imposición cultural que no se corresponde con el respeto a los saberes originales y la valoración de lo propio. Esta concepción actúa como elemento de resistencia ante cualquier intento de cambio. Se trata de convicciones de arraigo moral que se presentan bajo un ropaje teórico-técnico.
La primera batalla a dar es entonces “cultural”. Hay que recuperar para la escuela el “deber de enseñar” y la legitimidad de su ejercicio. Es necesario generar una narrativa sobre el valor del “acto de enseñar” que -acompañada de fundamentos técnicos- sea el eje estructurador de un programa que modifique la formación docente inicial y su capacitación.
Simultáneamente, es necesario que quienes ocupen el lugar de decisores comprendan que la educación debe ser pensada en función de una propuesta de país. No se trata de un encastre de piezas y agentes que pueden funcionar con independencia del rumbo de la sociedad. ¿A quiénes necesitamos formar? Las categorías y las cantidades seguramente cambiarán de acuerdo a si damos impulso sólo a la industria de extracción o incluiremos los servicios de la inteligencia, o cualquiera de las variantes que elijamos. No es cuestión de arreglar lo que anda mal sino de poner en funcionamiento un sistema educativo que nos proporcione una ciudadanía moderna, capaz de interactuar en el contexto de un mundo digital y producir en él.
Por supuesto, nada en educación se hace de hoy para mañana y mucho menos tirando todo y empezando de nuevo. Todo se construye en diálogo con lo existente que debe ser reorientado por el proyecto de futuro.
Si existe el proyecto habrá que construir una ingeniería de realización que identifique los actores participantes y los modos de incentivarlos a favor del cambio. En la Argentina, en educación tenemos un actor con gran capacidad de veto que son los gremios: ¿cómo neutralizarlos? ¿cómo estimularlos para que esta vez abran paso al cambio? Tal vez si el gobierno es capaz de ofrecer a los docentes, por fin, una carrera, condiciones de trabajo e incentivos económicos, se los pueda contar como aliados en el hacer diario del aula. Todo esfuerzo será inútil si los agentes del sistema no están consustanciados con los propósitos de la propuesta de cambio. Un programa de educación necesita el aporte de expertos en el tema y una épica de la transformación, que dado el estado ruinoso del sistema actual y el valor del conocimiento para construir tanto los destinos individuales como el nacional, no será tan difícil de generar.
Si tenemos un programa integral y una narrativa que lo impulse y el compromiso de los agentes educativos hay una serie de líneas de intervención en las que convergen muchos de los programas partidarios. Las presento con la convicción de que me quedan otras en el tintero.
La experiencia de estos 40 años nos indica que la pirámide burocrática es totalmente inadecuada como vehículo de los programas que se planifican en la cúspide. No se puede pensar en los ministerios cambios que lleguen a las aulas a través de los eslabones de la cadena burocrática. La reforma de los 90 invirtió esfuerzos y recursos en una considerable cantidad de seminarios regionales a los que convocó a elencos provinciales a conocer y discutir la reforma educativa. Poco y nada de ella llegó al aula. Lo que hemos aprendido en estos años es que es necesario trabajar con redes de escuelas que permitan un procesamiento cercano de la política, un acompañamiento permanente a los procesos de implementación y ministerios atentos a proveerlos de innovaciones, soluciones, materiales y también regulaciones.
Se necesita una renovación de los acuerdos federales y ministerios ágiles e inteligentes para atender a las redes de escuela que albergan las aulas donde se debe producir el cambio.
Hay que evaluar a agentes, instituciones y políticas. Tenemos una histórica resistencia a la evaluación. Nuestra negación a evaluar está directamente relacionada con nuestra propensión a la simulación de los cambios, para evitar que algo cambie y todo siga igual.
Esta propensión al disimulo es lo que explica la resistencia, en todos los órganos de gobierno, a la producción de las bases de datos que se necesitan para el conocimiento del sistema sobre el cual se proyectan las decisiones. Hace años que nos hemos propuesto tener un sistema nominal que nos permita identificar a los alumnos y no lo hemos logrado. Cada vez que alguien fuera de las instituciones gubernamentales elabora datos y genera informes públicos, hay un intercambio picante entre los gobiernos y quienes producen los informes. Los gobiernos se niegan a que se prenda la luz sobre nuestra realidad.
Ya hemos señalado la necesidad de avanzar en un cambio en la formación de los docentes, las instituciones que la llevan a cabo, su carrera, sus formas de inserción escolar, los métodos de reclutamiento y evaluación y por supuesto sus salarios. En este tema habrá que desarrollar las estrategias necesarias para lograr que los cambios no estén orientados por los intereses corporativos de la red de instituciones de formación y/o de las sindicales. Es de esperar que prime el interés común de formar adecuadamente a los formadores de las nuevas generaciones.
Para cerrar quisiera llamar la atención sobre un 60 % de chicos que son pobres, con un alto porcentaje de ellos insertos en un medio marginal determinante de un futuro de corto plazo y atravesado por la violencia. Su educación debe proporcionarles una cuerda salvavidas, tejida con los hilos de los saberes y la cultura que les permita dar el salto a una orilla de integración e intercambio en la sociedad.
(*) Socia del Club Político Argentino. Integrante de la Coalición por la Educación.