El mundo de la paleontología está siempre lleno de sorpresas. La vida del pasado se conserva como fósiles en sedimentos y rocas que van desde algunas decenas de miles a miles de millones de años.
Los estromatolitos australianos del cratón de Pilbara se remontan a 3.500 millones de años atrás y permiten considerar a esa región como la "Cuna de la Vida". Aunque este título se lo disputen también algunas otras comarcas con rocas arcaicas como el norte de Canadá.
En general, el estado de conservación de los fósiles varía desde unos pocos restos rotos y sueltos hasta exquisitas preservaciones en ámbar o lodos finos negros. Hace poco se descubrió en Corea una araña fósil que aún conservaba en los ojos un pigmento para la visión nocturna.
Lagerstatten es un lugar que ha conservado por concentración o preservación delicadas formas de vida antigua. El tamaño no importa. Los paleontólogos valoran tanto pequeños vertebrados, invertebrados o microfósiles, como otras formas gigantes que resultan más espectaculares y a su vez mediáticas.
El caso emblemático es el de los dinosaurios y Argentina una de las mecas mundiales con sus dos herbívoros ultra gigantes (Argentinosaurus, Patagotitán) y el gran carnívoro Giganotosaurus.
Después de los dinosaurios
Con la extinción de los dinosaurios hace 66 millones de años el podio fue ocupado por los mamíferos. Estos tuvieron su auge en el Terciario y en el Pleistoceno (Cuaternario). La extinción de la megafauna de mamíferos ocurrió unos 12 a 10 mil años atrás. En América del Sur se desarrolló una fauna particular de mamíferos entre la que destacaron los edentados, liptoternos y notoungulados. Megaterios, toxodontes, gliptodontes y macrauquenias son algunos de los animales mejor conocidos en gran parte por las exitosas películas animadas de la Edad de Hielo.
Los roedores son uno de los grupos de mamíferos más diversificados. Forman el 40% de las especies de los mamíferos actuales. Varían en tamaños desde algunos centímetros y unas decenas de gramos como los ratones, hasta alcanzar su máximo con el carpincho o capibara de 60 kg de peso.
Entre ellos se encuentra el pacarana, un roedor salvaje de hábitos selváticos con un peso del orden de los 15 kilogramos. La pacarana (Dinomys branickii) es una especie de roedor histricomorfo de la familia Dinomyidae propia de América del Sur. Es el único miembro vivo de la familia Dinomyidae.
Ahora bien, unos millones de años atrás vivieron en América del Sur unos roedores gigantes que alcanzaron los 300 kg, 700 kg hasta más de 1.000 kg de peso.
Los estudios pioneros modernos sobre roedores gigantes fueron realizados en la década de 1960 a 1990, en Uruguay, por el Dr. Álvaro Mones del Museo Nacional de Historia Natural. Mones, junto al Dr. Julio César Francis (1922-2004), publicaron en 1966 el hallazgo de un roedor gigante al que llamaron Artigasia magna. El nombre hacía referencia al máximo héroe nacional uruguayo José de Artigas y magna por el tamaño gigante de la especie. Mones descubrió luego que Artigasia ya había sido usado y correspondía a una homonimia con otro organismo, un gusano, que tenía la prioridad en el marco de las reglas de la taxonomía linneana. Propuso entonces agregar el nombre de pila del prócer y lo sustituyó por Josephoartigasia. Josephoartigasia magna fue un roedor Dinomyidae, emparentado con las pacaranas actuales, de unos 300 kg de peso y en ese momento el más grande del mundo. Sin embargo rápidamente perdería dicha condición al descubrirse en 2003, en Venezuela, en capas del periodo Mioceno, un gran roedor que recibió el nombre de Phoberomys pattersoni. El trabajo fue publicado en la prestigiosa revista Science (Vol. 301, número 5640, pp. 1708-1710) por los paleontólogos Marcelo R. Sánchez-Villagra, Orangel Aguilera e Inés Horovitz.
En base a los restos esqueletales concluyeron que Phoberomys pesaba alrededor de 700 kg, estaba relacionado con los actuales pacaranas y que vivió en bordes de pantanos en el Mioceno superior. Hasta ese momento, Phoberomys sólo era superado en tamaño y peso por los marsupiales diprotodóntidos australianos. El extinto diprotodon llegó a pesar 2.800 kilogramos. Los venezolanos pasaron así a tener en su territorio al roedor más grande del mundo. Pero este récord, digno de Guinness, no iba a durar demasiado. En 2008 Andrés Rinderknecht y R. Ernesto Blanco publicaron en la revista de la Royal Society de Inglaterra el hallazgo de un nuevo roedor gigante.
El gigante uruguayo
Luego de estudiar los restos, entre ellos el cráneo bien conservado, llegaron a la conclusión que se trataba del mismo género Josephoartigasia, pero correspondía a una nueva especie y la bautizaron como Josephoartigasia monesi. Esta vez era un homenaje al Dr. Alvaro Mones y a sus estudios fosilíferos que dieron cuerpo a la moderna paleontología del Uruguay. Hoy el podio del roedor más grande del mundo lo ocupa Josephoartigasia monesi, roedor caviomorfo de la familia Dinomyidae, que vivió entre 4 y 2 millones de años atrás en el Plioceno-Pleistoceno de Uruguay. El cráneo de este roedor mide poco más de medio metro y en base a cálculos anatómicos se estableció que su peso superaba la tonelada.
Sus restos fueron encontrados en la Formación San José que representa el paleo ambiente de un delta o zona de estuario cerca de márgenes densamente pobladas por vegetación.
En el mismo ecosistema donde vivió Josephoartigasia monesi, se encontraron también restos de las aves terroríficas gigantes del grupo de los fororracos. Estas aves corredoras y carnívoras, con unos picos mortíferos de gran tamaño, se alimentaban de distintos tipos de mamíferos a los que neutralizaban con sus fuertes patas y luego les asestaban el golpe mortal con sus terribles picotazos. Dada la masa corporal de Josephoartigasia monesi, este roedor fósil de una tonelada de peso, aventaja en más de 15 veces al actual carpincho o capibara.
Grandes investigadores
El homenajeado Dr. Álvaro Mones, actualmente en el Instituto Félix de Azara (Augsburg, Alemania), es autor entre otros múltiples textos de una monumental obra enciclopédica titulada “Palaeovertebrata Sudamericana”, que es un catálogo sistemático de los vertebrados fósiles de América del Sur, de 625 páginas, publicado en Alemania en 1986 y prepara actualmente una nueva edición ampliada. Cuenta con una base de datos propia de paleontología de vertebrados de 20.000 citas bibliográficas. En la década de 1980 se interesó por los importantes hallazgos de vertebrados fósiles realizados en el norte argentino y nos solicitó la información para incorporarla en aquel trabajo.
Resulta importante destacar que la paleontología de vertebrados en el Uruguay cuenta entre sus pioneros a un argentino, el malogrado paleontólogo Lucas Kraglievich (1886-1932). Expulsado de la Argentina en 1930 por las clásicas disputas internas, los uruguayos supieron acogerlo en su país y lo reconocieron después de muerto con su imagen en un sello postal y una revista paleontológica que lleva su nombre: Kraglievieana. Su equivalente en la Argentina es Ameghiniana, que lleva el nombre del ilustre paleontólogo Florentino Ameghino (1854-1911).
Entre los diversos grupos de mamíferos que Kraglievich estudió en Uruguay se destaca el de los roedores fósiles de gran tamaño. Se cuenta así entre los precursores de dichos estudios en la banda oriental. El hijo de Kraglievich, Jorge Lucas Kraglievich fue investigador de la vieja Facultad de Ciencias Naturales de Salta en la década de 1960 y trabajó junto al profesor Rodolfo Parodi Bustos y el geólogo Félix V. Lorenzo en los terrenos con mamíferos de la megafauna pleistocena. América del Sur cuenta hoy con el récord de los dos roedores más grandes del mundo: Phoberomys pattersoni (700 kg) y Josephoartigasia monesi (1.000 kg).
Es interesante destacar que los roedores aparecieron en América del Sur hace unos 26 millones de años, con representantes en capas del Oligoceno superior de Bolivia (ej., Branisamys). En nuestro país los estudios de los roedores fósiles arrancan con Ameghino y lograron su máximo interés gracias a los prolijos estudios de la Dra. Guiomar Vucetich, máxima especialista actual en el tema.