«Las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que necesita explicación, esta perversión del deseo colectivo». Félix Guatari

 

A cuatro décadas de la recuperación democrática en Argentina, el sistema político se encuentra atravesando una crisis profunda, evidenciada en la ruptura del pacto democrático pos dictadura y el surgimiento de figuras con discursos ultra liberales, anti política, anti democráticos, reivindicadores y nostálgicos del último proceso cívico-militar.

 

Podríamos decir, sin exagerar, que nos encontramos frente a una «democracia fallida».

 

El emergente de ese fracaso es sin duda el surgimiento de una figura como Javier Milei. Es indudable que esta figura representa la contra cara de todos los valores que ha sustentado la sociedad argentina durante las últimas décadas. Y lo más grave es que cuenta con el apoyo de amplios sectores de la población, a pesar que sus políticas apuntan a la destrucción del estado de bienestar y a la pauperización de los sectores populares y sobre todo las clases media.

 

Esta situación, nos obliga  a una reflexión crítica sobre el proceso de los últimos cincuenta años y sobre todo los logros y fracasos de la etapa democrática, comprender esto permitirá corregir errores y prepararnos para los desafíos que enfrentaremos ante la inevitable  crisis  que se está gestando.

 

La Democracia y sus Promesas Incumplidas

 

En 1983, con el fin de la dictadura, la democracia argentina se re instauró con grandes expectativas. Raúl Alfonsín, en su discurso inaugural, expresó una visión optimista: «Con la democracia se come, se educa, se cura». Sin embargo, esas promesas no se materializaron para la mayoría de la población.

 

El nivel de pobreza, que hoy supera el 50% y afecta especialmente a los jóvenes y a los adultos mayores, muestra un retroceso significativo en las condiciones de vida, revelando el fracaso de las políticas sociales y económicas implementadas a lo largo de estos años.

 

La democracia nació condicionada por una pesada herencia: la deuda externa y la dependencia de las políticas dictadas por el FMI. Estas imposiciones externas, cuya gestación se remonta al golpe de 1955 y se consolidan durante la dictadura de 1976-1983, moldearon una estructura económica centrada en la especulación financiera, la lógica extractivista y la concentración del capital. Este cambio en la matriz productiva, promovido por figuras como Martínez de Hoz con el apoyo del establishment económico, no solo perjudicó la economía real basada en el trabajo, sino que también intentó modificar la cultura argentina, imponiendo un nuevo paradigma politico– económico al servicio de intereses extranjeros.

 

En parte por la responsabilidad de esa herencia recibida y sobre todos por errores propios, se explica la incapacidad crónica de los gobiernos para mantener la estabilidad económica. Desde la inflación y crisis de la deuda que abarcó toda la década del 80, la crisis del corralito en 2001 y las periódicas amenazas de default y la inflación persistentes, la economía argentina se ha caracterizado por ciclos de expansión y colapso.

 

Estos fracasos económicos han dado como resultado altos niveles de pobreza, desigualdad y exclusión, que han alimentado el desencanto con el sistema democrático y han dado lugar a episodios de descontento y protestas sociales.

 

También en no menor medida han contribuido a esta decadencia las crisis institucionales, la falta de calidad institucional que han afectado a la gobernabilidad.

 

La inestabilidad política, con varios presidentes que no pudieron completar su mandato, la fragmentación y polarización creciente, los discursos de odio y la violencia como herramienta política, que tuvo su punto máximo en el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner, entre otros hechos reflejan la fragilidad institucional de la democracia argentina.

 

Además, la corrupción sistémica, la falta de independencia del poder judicial, embarcado en una guerra judicial -lawfare- contra gobiernos y dirigentes populares, asociado en este proceso las corporaciones periodísticas que hicieron uso y abuso de la mentira y la calumnia – fake new –, han ido erosionado la confianza en las instituciones y sobre todo en la política y los políticos, generando un ciclo donde la gobernabilidad y la legitimidad están en constante cuestionamiento.

 

El sistema político argentino ha mostrado una profunda debilidad, marcada por la incapacidad del sistema político para generar un proyecto de nación consensuado y sus limitaciones, por acción u omisión, para enfrentar las políticas económicas impuestas por el FMI y las corporaciones locales. Esta subordinación de la política a los factores económicos es una constante desde 1976 hasta hoy, con la salvedad del periodo kirchnerista.

 

A todo esto, o como resultado de esto, el excesivo personalismo político y la ausencia de un sistema de partidos fuertes y organizados han llevado a este escenario donde todo cruje y el futuro se torna impredecible, todos los liderazgos están en cuestión, mientras no surgen otros nuevos, haciendo cada vez más limitada y cuestionada su capacidad de representación efectiva.

 

 Así llegamos hoy a una democracia acechada por el caos social y el desgobierno en una economía muy frágil, todo esta atado con alambre y donde amenaza el fantasma de la devaluación y el default.

 

Neoliberalismo y Despolitización: La Crisis de lo Político

Este proceso histórico al que hacemos referencia, es un proceso global. La mayoría de las democracias occidentales viven situaciones similares y arrastran los mismos problemas.

 

Esto se debe a que el neoliberalismo global ha impuesto una lógica que escinde la economía de la política, presentando a la primera como una ciencia autónoma, con leyes propias e inalterables. Esta separación ha llevado a que la política quede relegada al ámbito estatal, mientras el mercado se erige como el árbitro supremo de la vida social. En este contexto, el ciudadano se convierte en un mero votante o consumidor, desconectado de cualquier proyecto político colectivo.

 

El discurso neoliberal, con su «mano invisible» y su enfoque individualista, ha degradado conceptos fundamentales como comunidad, bien común y nación. Aquellos que se oponen a esta lógica son rápidamente desacreditados como «populistas» o «socialistas», mientras que la democracia representativa se convierte en una fachada que legitima la dominación económica. Los medios de comunicación concentrados juegan un rol central en la consolidación de esta hegemonía, imponiendo un “sentido común” que fomenta la fragmentación social y la despolitización del debate público.

 

La postmodernidad, con su tendencia a reducir la política a lo meramente electoral, ha desplazado a los movimientos populares y ha reemplazado a los liderazgos genuinos con figuras mediáticas. Los partidos políticos tradicionales han sido suplantados por coaliciones electorales efímeras, diseñadas para campañas publicitarias más que para representar intereses colectivos. En este escenario, la política se vacía de contenido y se convierte en un espectáculo guiado por la lógica del rating, donde los candidatos actúan como celebridades o personajes extravagantes que apelan a las emociones básicas.

 

Este proceso de despolitización ha generado un caldo de cultivo ideal para el crecimiento de la nueva derecha, que en Argentina encuentra su máxima expresión en la figura de Javier Milei. Como decíamos más arriba, con un discurso que combina neoliberalismo extremo, un relato anti político y anti casta, negacionismo histórico y promesas de «orden», Milei capitaliza el desencanto de amplios sectores de la población, frustrados por la falta de respuestas a sus necesidades básicas.

 

El avance de estas propuestas autoritarias evidencia la pérdida de credibilidad de la democracia formal y la búsqueda de salidas reaccionarias.

 

La Necesidad de Repolitizar la Sociedad y Reconstruir el Proyecto Popular

 

Frente a este panorama, es urgente repensar la democracia argentina. Si bien el sistema democrático sigue siendo el mejor marco para garantizar derechos y promover el bienestar colectivo, es necesario superar sus limitaciones actuales, avanzando hacia formas más participativas y comunitarias. Esto implica revitalizar la política como una práctica cotidiana, no limitada al acto de votar, sino extendida a la construcción de poder popular en los territorios y en los espacios de lucha.

 

Para esto también es necesario fortalecer y empoderar a la militancia política y social, para que se inserte en el territorio, cara a cara con el pueblo. Esto no implica no usar las redes y las nuevas herramientas de comunicación, pero quedar circunscriptos a ellas es dar una batalla en el terreno que nos plantea el enemigo.

 

Volver a las prácticas del debate abierto, de cara a la sociedad. Hay que dejar de lado las lógicas de «orgas» cerradas, abrir el debate y el dialogo y terminar con el «dedo sabio» que definía candidatos. Si hablamos de una democracia abierta y participativa como proyecto político, es imperioso empezar abriendo los espacios populares.

 

El desafío es volver a articular una relación directa con los sectores populares, creando puentes para la organización y movilización. El fortalecimiento de una democracia directa y participativa no solo requiere estructuras más horizontales, sino también un enfoque crítico que revalorice el conflicto como parte inherente de la vida social. La verdadera política no consiste en ocultar los conflictos, sino en enfrentarlos y gestionarlos en favor de las mayorías.

 

Hacia una Nueva Síntesis Política

La construcción de un proyecto emancipador en Argentina requiere una nueva síntesis que recupere la memoria histórica de las luchas populares y articule las demandas de los sectores populares y medios. Esto implica integrar a todos los colectivos y organizaciones, desde la política, los movimientos sociales, los movimientos religiosos, gremiales, hasta ONGs y agrupaciones estudiantiles y culturales, en una gran movimientos nacional, popular y federal que desafíe el poder establecido.

 

La batalla por la repolitización de la sociedad es, en última instancia, una lucha por devolver al hombre su rol central como sujeto político, capaz de transformar la realidad a través de la acción colectiva.

 

Solo así se podrá construir un programa nacional de liberación que rompa con las cadenas de dominación y avance hacia una sociedad más justa, soberana y solidaria. La tarea es compleja, pero es el único camino posible para revertir la crisis casi terminal que tenemos frente a nuestros ojos y darle contenido y organización a la reconstrucción de la Argentina.

 

Fuente: https://datapoliticayeconomica.com.ar/