Él, era empleado municipal. Barría las calles. Ella, empleada doméstica. Él además era albañil y levantó la casa donde vivían. El terreno lo compraron cuando los ofrecían en 120 cuotas iguales.
Tuvieron tres hijos. Se propusieron que los tres iban a vivir mejor que ellos y que uno, por lo menos, iba a lograr un título universitario. El elegido fue el mayor. Lo llamaron Facundo, en homenaje a su abuelo que llegó a sargento primero en la Policía de la Provincia.
Facundo siempre fue estudioso. Fue el mejor alumno de cada grado o curso, tanto en la primaria como en la secundaria. En esa época, un diario de Salta mostraba fotografías de los mejores alumnos de cada grado en cada escuela y así se hizo conocido. Era el orgullo de su familia y del barrio.
Facundo decidió estudiar medicina y eligió Tucumán. Para solventar sus estudios, la madre comenzó a hacer empanadas y él a changuear. Los hermanos, que ya trabajaban, también aportaban.
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Facundo fue un excelente alumno, como toda su vida. Fue Jefe de Trabajos Prácticos y luego residente y jefe de residentes. Tuvo muchas ofertas para quedarse en Tucumán, pero prefirió volver.
En Salta muy prontamente se hizo conocido y respetado. Le presentaron a Gertrudis, una mujer de la sociedad salteña y con ella se casó. Durante la boda, los padres de Facundo asistieron, con la ropa nueva que su hijo les compró. Pero los tenían en un rincón, como si sobraran.
Gertrudis le pidió que, por su nueva situación social, deje de juntarse con los amigos del barrio y no muestre demasiado a sus padres… Facundo lo admitió. Enviaba dinero a sus padres, que unido a sus jubilaciones les permitía una vida cómoda. Pero solo los visitaba para sus cumpleaños y en las festividades de fin de año, eran ignorados.
Gertrudis y Facundo tuvieron un hijo, Álvaro, que crecía en una total apatía y no respondía al cariño de sus padres. Nada le importaba.
Facundo fue a hablar con sus padres para saber si alguien de la familia había sufrido esa enfermedad. La respuesta fue negativa. Los padres le pidieron que envíe a Álvaro a vivir con ellos, así lo hacían ver con doña Gervasia, la curandera de la zona.
Al poco tiempo los padres le dijeron que Gervasia quería hablar con él. Fue a verla. Ella le dijo que el era el responsable de la enfermedad de su hijo. Le dijo que te casaste con una chuchi y vos también te volviste chuchi. A veces pienso que te capturaron.
Te olvidaste de tus padres, de tus hermanos, de tus amigos de la infancia. Abjuraste del barrio dónde naciste y te criaste. Vos sabés que ésa fue una conducta impropia de un hombre de bien. Por eso cargas una sensación de culpa reprimida, pero la culpa está. Esa culpa reprimida es la que está causando el mal de tu hijo. Si quieres sanarlo, vuelve a ser el de antes. Rearma la familia con tus padres y hermanos. Tus amigos de la infancia se reúnen en el bar los viernes. Ve a saludarlos. Vos fuiste bien criado, por eso sentís culpa.
Facundo pensó en las palabras de Gervasia. Sabía que las madres que dan la teta pueden transmitirles a sus hijos sus sensaciones. Pero no conocía casos como el suyo. Volvió a al bar con sus amigos. Fue recibido con sorpresa, pero con afecto. Volvió a jugar al truco, al sapo, al dominó. Tuvo una paz interior muy cercana a la felicidad. Algunos eran fuertes empresarios, otros pequeños y algunos se quedaron en el camino. Pero entre ellos, incluyendo a Facundo, eran iguales.
Fue a visitar la Escuela. La directora sabía quién era. Lo recibió con cordialidad y le dio la dirección de las maestras que aún vivían. Las fue a saludar una por una agradeciéndoles su dedicación. Todo muy emocionante y en algunos casos con lágrimas. Hizo lo mismo con los profesores del secundario.
Gertrudis no podía entender, pues había sido criada de ese modo. Él le contaba las sensaciones, la paz que sentía y ella escuchaba incrédula.
Decidió empezar a atender gratis en una habitación de sus padres. Pronto logró que otros profesionales también concurran.
Su hijo le dijo un día que los abuelos le habían contado que él fue un gran jugador de futbol y le pidió que le enseñara a patear. Fue la primera acción conjunta entre ambos. Luego que le explique las reglas del juego y que le enseñara a gambetear.
Cada vez que regresaba al hogar, le contaba a la esposa lo que había realizado en ese día. Gertrudis dejo de increparlo y se interesó en conocer más de la vida de la familia y de sus amigos.
Álvaro le decía que él también iba a ser el mejor alumno y un gran médico como su padre. Lo abrazaba cada vez que lo veía. Era aplomado y comunicativo. Ya estaba sanado, por lo que volvió a vivir con sus padres.
Retornaba siempre a la casa de los abuelos y a jugar al fútbol.
Álvaro comenzó a juntarse con los hijos de los amigos de sus padres. Cuando le sacaban en cara la humildad de su origen, él les contestaba que ellos eran el fin de su dinastía y que su padre y él eran el comienzo de su propia dinastía. Se sentía cómodo en ambos mundos.
Facundo, con los otros médicos que trabajaban sin cobrar, decidieron instalar un pequeño hospitalito. Pidieron ayuda a los amigos empresarios, pero para su sorpresa, aún los más pobres colaboraron. Decidieron cobrar. Aunque poco, pues entendían que la gente no valora lo que no le cuesta.
El día de la inauguración estaban el comisario vestido de gala; la directora de la escuela, con la abanderada y escoltas; varias de sus viejas maestras; doña Gervasia; el curita nuevo y el Cura viejo, con quién se abrazaron emocionados. También los amigos de la infancia y los del Centro Vecinal. Dos concejales se invitaron solos. Cuando ingresó vio a la enfermera que iba también las veces de secretaria y otra mujer, de espalda, con el pelo recogido en una cofia y un delantal. Era Gertrudis.