El gobernador Sáenz, encabezó el miércoles la jura de los nuevos ministros y secretarios del Poder Ejecutivo Provincial, en el Centro Cívico Grand Bourg. En esa oportunidad brindó un discurso que, como era de esperar, comenzó con el farisaico agradecimiento a los funcionarios que acababa de echar. Casi al finalizar su alocución el mandatario expresó: "Hay que terminar con que cualquiera pueda decir cualquier barbaridad", extendiendo su diatriba a los legisladores: "Se tiene que terminar con que cualquier legislador pueda decir cualquier barbaridad y después no puedan ser molestados…"
La palabra barbaridad es un sustantivo femenino que significa acción o acto exagerado o excesivo. Proviene del latín barbarus, que a su vez deriva del griego antiguo ("extranjero"). Los griegos la usaban para burlarse de las lenguas que no podían entender, que a sus oídos sonaban como "bar-bar".
Ahora bien ¿quién será el juez que pueda identificar lo que puede catalogarse como barbaridad y lo que no? Para las calumnias e injurias ya existe una legislación que le da cierta precisión al tipo penal en que incurren quienes las profieren. Para las barbaridades, no.
En Sobre la libertad (1859), el filósofo británico John Stuart Mill argumentó que "debería existir la libertad más plena de profesar y discutir, como una cuestión de convicción ética, cualquier doctrina, por inmoral que pueda ser considerada". También agregaba que "dondequiera que hay una clase dominante, una gran parte de la moralidad del país emana de sus intereses y de sus sentimientos de clase superior". Mill es uno de los pilares del liberalismo clásico en lo político, pero en lo económico evolucionó hacia ciertas formas de socialismo.
La libertad de expresión es un derecho humano consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
La libertad de expresión en la Constitución de Argentina se encuentra consagrada en el artículo 14 y en el artículo 75 inc 22, que reconoce rango constitucional a los referidos tratados.
Llama la atención que se quiera limitar la libertad de opinión de los legisladores ya que la inmunidad de opinión es la más importante de todas las que corresponden a un miembro del Congreso y consiste en la libertad que tiene para expresar en el desempeño de sus funciones sus ideas y juicios, sin temor a ninguna responsabilidad que pueda menoscabar su independencia. La Constitución asegura plenamente esta inmunidad en la que ninguno de los miembros del Congreso puede ser acusado, interrogado judicialmente, ni molestado por las opiniones o discursos que emita desempeñando su mandato.
Nuestros tribunales han dicho que "la indemnidad de opinión de los legisladores consiste en una inmunidad funcional, y no del intento de impunidad o privilegios personales, dado que este tipo de inmunidades contrarresta los efectos deplorables que rompen el equilibrio político. Tales son las razones que fundan los privilegios parlamentarios tan debatidos en cuanto a su extensión como indubitables en cuanto a su existencia" (in re "Fernández, Aníbal c/ Carrió, Elisa").
La libertad de expresión es consustancial a la democracia y por eso los autoritarios no comulgan con ella, manifestándose especialmente en los ataques a los periodistas. Generalmente no advierten estos gobernantes que la libertad de expresión actúa como "válvula de escape" evitando que los gobernados, al verse privados de su palabra, pasen directamente a los hechos.
Tiren papelitos
Vale la pena hacer un paralelo histórico con la "gesta" que emprendió el brillante humorista y dibujante salteño Carlos Loiseau, más conocido como Caloi y por su personaje Clemente.
En el Mundial de Fútbol de 1978, el relator José María Muñoz pidió a la población vivir el evento de manera ordenada y limpia, sin arrojar papelitos que pudieran ensuciar el espectáculo. Este mensaje encontraba plena sintonía con los factótums de la Dictadura que pretendían esconder sus crímenes bajo los goles de Kempes y Luque. Nada mejor que el fútbol para maquillar el escenario. En esos tiempos de bocas cerradas, el genio de Caloi encontró un resquicio para gambetear la gigantesca censura. Y su bandera fue Clemente, que a esa altura ya era un personaje entrañable que exhortaba a los hinchas con la consigna "¡Tiren papelitos, muchachos!".
Y la guerra de los papelitos se hizo masiva. La gente, obviamente, compró a Clemente y tiró más papelitos que nunca. Tanto que, camino al Monumental, la Policía llegó a sacarle los diarios para que no pudiera romperlos y tirarlos al aire. Ahí empezó a funcionar el ingenio popular para superar las vallas policiales. Y cada partido de la Selección fue una fiesta de papelitos y de burlas a Muñoz. La tarde de la final, contra Holanda, el césped parecía pintado de blanco.
Para la misma época la Dictadura había entronizado un slogan aparentemente ingenuo: "El silencio es salud". Fue impulsado previamente por el intendente peronista José Embrioni (que lo colocó en la punta del Obelisco) y ampliamente difundido por el tenebroso José López Rega, para la tranquilidad de las navidades de 1974. Pero la Dictadura ostensiblemente enviaba un mensaje a los argentinos que, ya de por sí, se habían auto infringido un mutismo conventual sobre los horrores que se estaban desarrollando. Se convertía, así, en una intimidación enmascarada, una amenaza disimulada de las consecuencias fatales que cualquier expresión disonante podía provocar.
Por eso conciudadanos, en defensa de la democracia, los incito, los exhorto a que ¡tiren muchos papelitos y digan muchas barbaridades!