La inteligencia artificial (IA) y la automatización están reconfigurando rápidamente el mercado laboral global, obligando a las industrias en general y a la formación universitaria, a adaptarse a una nueva realidad donde la tecnología redefine las habilidades necesarias para prosperar.
La UNESCO, en un reciente informe, alerta sobre la necesidad de sistemas educativos que preparen a las personas para convivir y trabajar con tecnologías avanzadas, destacando la importancia de fomentar la resiliencia y la adaptabilidad en los estudiantes. Por su parte, en el último reporte del Foro Económico Mundial sobre el futuro del trabajo, subraya que el 65% de las habilidades requeridas para los trabajos en 2030 serán distintas de las actuales, destacando que las personas necesitarán dominar competencias tales como el pensamiento crítico, la creatividad y la alfabetización digital.
En el encuentro anual de este año en Davos, advirtieron sobre las nuevas palabras y conceptos que están siendo cada vez más utilizados y volviéndose muy comunes para las industrias y profesiones tales como: "Agentes de IA" para referirse a los sistemas capaces de detectar, aprender y actuar por si mismos y que están en vías de transformar sectores como el educativo por ejemplo ; "Confianza digital" para referirse a la expectativa de que las tecnologías digitales defiendan valores sociales ; "la colaboración para la era inteligente" que es el tema central de la Reunión anual de este año; "Escasez de talento" para referirse a la insuficiencia de trabajadores cualificados en sectores clave y "Tecnologías nucleares avanzadas" las cuales podrían desempeñar un papel fundamental en la transición energética que se vive, entre otras.
Rol crucial de universidad
Las universidades no solo deben formar profesionales capaces de integrarse en un mercado laboral en constante evolución, sino también liderar avances en investigación, transferencia de conocimiento y el desarrollo de estrategias inclusivas para cerrar brechas de desigualdad y formar a los recursos humanos para este nuevo escenario. Alvin Toffler, en su influyente obra "La tercera Ola", ya había advertido que "los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender." Esta afirmación cobra más relevancia que nunca, ya que la educación superior enfrenta el desafío de transformarse para guiar a las nuevas generaciones en un mundo donde el cambio es la única constante.
En un mundo donde la IA y la automatización avanzan a pasos agigantados, la educación superior debe reinventarse para no quedar obsoleta. Preparar a los estudiantes para trabajos que aún no existen.
El Foro Económico Mundial destaca la importancia de que los trabajadores y profesionales tengan habilidades como el pensamiento analítico, la creatividad y la adaptabilidad para construir una fuerza laboral resiliente. Sin embargo, estas competencias no se enseñan únicamente desde manuales, sino mediante entornos educativos que promuevan la innovación y el aprendizaje continuo. En este contexto, las universidades deben liderar una verdadera revolución educativa.
Pero ¿qué sucede en nuestras instituciones? ¿Qué tanto estamos aprovechando tecnologías como la IA para personalizar el aprendizaje, incorporar nuevos recursos y mejorar las tasas de retención, graduación e inserción laboral de los profesionales? Si bien algunas universidades han comenzado a implementar tableros de control de indicadores educativos en tiempo real, falta una adopción masiva de este enfoque.
Información y ética
La reciente decisión de Meta de abandonar la verificación de contenidos plantea preguntas inquietantes sobre el futuro de la ética digital y la alfabetización mediática. Esto significa que las plataformas de Meta, como Facebook e Instagram, ya no contarán con equipos dedicados a verificar la veracidad de la información que circula en ellas. En lugar de ello, han adoptado un sistema de "notas comunitarias", donde los mismos usuarios pueden agregar contexto o correcciones a publicaciones potencialmente engañosas. Aunque la idea de dar poder a la comunidad parece atractiva, este modelo tiene limitaciones significativas, ya que no todos los usuarios cuentan con las herramientas, el conocimiento o el tiempo para evaluar la precisión de la información. En el día a día, esta decisión aumenta el riesgo de que las fake news, la desinformación y los discursos de odio y cancelación se propaguen más rápidamente. Esto no solo afecta la calidad del debate público, sino que también puede influir en decisiones importantes de las personas, como a quién votar en una elección, qué productos consumir o qué prácticas de salud adoptar.
La falta de moderación puede crear un entorno digital más caótico, donde los usuarios deben navegar entre una avalancha de información, confiando únicamente en su criterio o en fuentes externas para discernir lo verdadero de lo falso. Es crucial la formación de ciudadanos capaces de interactuar de manera responsable y crítica en el entorno digital, promoviendo un uso ético y consciente de las tecnologías.
Las implicancias profundas para las carreras relacionadas con el periodismo y la comunicación social son notorias, ya que estas disciplinas se encuentran en la primera línea de la lucha contra la desinformación, dado que esta medida puede agravar la ya compleja tarea de los periodistas, quienes deben diferenciar información verificada de rumores y contenidos manipulados que circulan ampliamente en redes sociales. En un mundo donde la velocidad es crucial, esto podría ponerlos en desventaja frente a actores que priorizan la rapidez sobre la precisión.
Además, la saturación de información no verificada socava la confianza del público en los medios tradicionales. Si los usuarios están expuestos constantemente a desinformación sin un marco claro de lo que es verdadero, pueden adoptar una postura de escepticismo generalizado hacia todas las fuentes, incluidas aquellas con un historial comprobado de rigor periodístico. Esto representa un desafío crítico para las carreras de comunicación, ya que deben encontrar nuevas estrategias para reconstruir y sostener la confianza del público.
No perder el tren
Las universidades y programas académicos en estas áreas deberán adaptarse a este nuevo entorno. Será fundamental que integren en sus planes de estudio materias que aborden temas como la alfabetización mediática, la verificación de datos, y el análisis crítico de contenidos en plataformas digitales.
Además, deberán formar a los futuros comunicadores en el uso de herramientas tecnológicas avanzadas, incluidas las basadas en inteligencia artificial, para realizar verificaciones más eficientes y detectar patrones de desinformación.
Cabe destacar también que esta decisión también genera oportunidades. Los comunicadores sociales y periodistas bien preparados pueden posicionarse como figuras clave en la educación del público, ayudándoles a navegar de manera crítica en un panorama digital cada vez más complejo. También pueden destacar al ofrecer contenido de alta calidad, respaldado por rigurosos procesos de verificación, marcando la diferencia en un ecosistema informativo inundado de incertidumbre. En este sentido, el desafío se convierte en una oportunidad para que estas profesiones se reinventen y refuercen su relevancia social.
La investigación es clave
En cuanto a la investigación, las universidades deben enfocarse en producir conocimiento relevante que anticipe y responda a las transformaciones aceleradas por la inteligencia artificial y la Cuarta Revolución Industrial. Esto implica priorizar estudios interdisciplinarios que aborden tanto el impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral como los riesgos asociados, como la desinformación y la exclusión digital.
La transferencia de este conocimiento hacia la sociedad y el sector productivo se vuelve crítica para cerrar la brecha entre la generación de ideas y su aplicación práctica. Las universidades deben crear alianzas efectivas con gobiernos y empresas para garantizar que las investigaciones tengan un impacto tangible, desarrollando soluciones innovadoras, políticas públicas basadas en evidencia y programas de formación continua que preparen a los ciudadanos para un entorno cambiante. Además, deberán aprovechar tecnologías emergentes como la inteligencia artificial no sólo para optimizar sus procesos internos, sino también para diseñar estrategias educativas y de transferencia más inclusivas y eficaces, que lleguen a un público amplio y diverso.
El rol de las universidades no puede ser meramente adaptativo; debe ser proactivo impulsando la actualización curricular que incorpore competencias digitales avanzadas, incrementar el vínculo con empresas y organizaciones para ofrecer formación en habilidades específicas y prácticas en entornos reales, fomentar el aprendizaje continuo promoviendo el aprendizaje a lo largo de la vida, asegurando que los graduados y profesionales puedan actualizarse según las demandas cambiantes e impulsar la innovación tecnológica implementando herramientas de IA accesibles a alumnos, docentes y personal de gestión que les permitan avanzar por este camino.
Como dijo alguna vez Alvin Toffler, "los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender". ¿Estamos listos para aceptar el desafío?
(*)Visor Gremial agradece la gentileza de la autora del artículo (Silvia Álvarez) por permitirnos difundir temas de interés como estos. Gracias.