A finales del siglo XIX, la humanidad se enfrentó a un cruce de caminos tecnológicos que definiría el rumbo del transporte.
Por un lado, el motor de inducción eléctrica, ideado por Nikola Tesla en 1887, ofrecía una visión de movilidad limpia y eficiente, alimentada por electricidad. Por otro, el motor de combustión interna, impulsado por el auge del petróleo tras el pozo de Titusville - Pennsylvania en 1859, prometía potencia y practicidad. Aunque el primero deslumbraba por su simplicidad y potencial renovable, fue el segundo el que conquistó las calles, tejiendo una era de asfalto y humo. ¿Qué inclinó la balanza? ¿Fue solo una cuestión técnica o hubo fuerzas más profundas en el juego? Hoy, en 2025, el motor eléctrico no solo resurge, sino que se reinventa con la inteligencia artificial (IA), dando vida a vehículos autónomos que podrían redimir un siglo de oportunidades perdidas.
Un Duelo Tecnológico en la Infancia de la Modernidad
El motor eléctrico de Tesla era una obra maestra: convertía electricidad en movimiento sin engranajes complejos ni combustibles sucios. En su mente, carruajes sin caballos surcarían ciudades alimentadas por una energía que, algún día, podría ser abundante y limpia. Sin embargo, en paralelo, el petróleo se alzaba como un titán. Edwin Drake había perforado el primer pozo comercial, y figuras como John D. Rockefeller, con Standard Oíl, lo transformaron en el combustible de una revolución industrial. En 1887, ni la electricidad ni la gasolina tenían redes de distribución consolidadas —las primeras gasolineras llegarían en 1905—. Entonces, ¿por qué el motor eléctrico no se impuso?
La respuesta aparente apunta a limitaciones técnicas. Las baterías de la época eran torpes, pesadas y de corta duración, mientras que los tanques de gasolina ofrecían autonomía y rapidez para reabastecerse. En 1908, el Ford Modelo T, barato y masivo, vendió el destino del motor de combustión como rey del transporte. Pero esta técnica narrativa deja sombras sin explorar. Los intereses económicos, liderados por gigantes petroleros, moldearon un mundo donde el petróleo no solo era combustible, sino poder. Décadas después, el desmantelamiento de tranvías eléctricos en favor de autobuses de gasolina en ciudades estadounidenses sugiere un patrón: En Córdoba Argentina los tranvías eléctricos comenzaron a circular en 1909 y a pesar de mi muy corta edad recuerdo la fecha de que un 09 de octubre porque era el cumpleaños de mi hermano, pero de 1962 dejaron de circular, En Salta fueron retirados en 1936 y llevados a Tucumán donde circularon hasta 1960. Evidentemente la conveniencia tecnológica no siempre decide el ganador; a veces, lo hace la influencia. Surge entonces una pregunta: ¿Que pasaría hoy si los tranvías eléctricos nunca hubieran sido retirados? ¿Serian un tesoro muy preciado? Solo basta con observar grandes ciudades de Europa y del mundo donde hoy en día son una joya de la Ingeniería no contaminante.
El Motor Eléctrico en la Era de la Inteligencia Artificial
Hoy, el motor eléctrico vive un renacimiento espectacular, y su alianza con la inteligencia artificial lo eleva a un nuevo horizonte: los vehículos eléctricos autónomos. Estos autos, impulsados por versiones modernas del motor de Tesla, combinan cero emisiones con una eficiencia revolucionaria. La IA actúa como el cerebro detrás de las ruedas, procesando datos en tiempo real para optimizar cada aspecto del viaje. Desde calcular rutas que minimicen el consumo energético hasta anticipar fallos mecánicos o adaptarse al tráfico, la inteligencia artificial transforma el motor eléctrico en algo más que un medio de transporte: una máquina pensante.
Imagina un vehículo que no solo te lleva a tu destino, sino que aprende de cada kilómetro recorrido. Gracias a la IA, estos autos dialogan con redes de carga inteligentes, ajustan su velocidad según el clima y hasta coordinan movimientos con otros vehículos para reducir embotellamientos. Este salto no es solo tecnológico, sino filosófico: nos invita a repensar el transporte como un sistema vivo, sostenible y conectado. En 2025, empresas como Tesla —irónicamente nombrada en honor al inventor— lideran esta fusión de electricidad e inteligencia, demostrando que el sueño de Nikola podría haber sido el futuro desde el principio.
¿Y Si el Pasado Hubiera Elegido Diferente?
Reflexionar sobre este giro histórico despierta una pregunta inquietante: ¿qué habría pasado si, hace más de un siglo, el motor eléctrico hubiera prevalecido? ¿Habríamos esquivado décadas de contaminación y guerras por el petróleo? Es imposible probar que una conspiración lo sepultó, pero el dominio de titanes como Standard Oíl sugiere que el progreso no siempre corona a la mejor idea, sino a la que mejor navega las corrientes del poder y la conveniencia. Ahora, con la IA como aliada, el motor eléctrico no solo regresa: se redime, ofreciendo una visión de movilidad que equilibra innovación, sostenibilidad y autonomía.
Un espejo para el futuro
La odisea del motor eléctrico —de promesa eclipsada a estandarte de la era digital— es más que una lección de historia. Es un recordatorio de que las tecnologías que abrazamos hoy, y las que ignoramos, moldearán el mañana. En 2025, los vehículos eléctricos autónomos, potenciados por la inteligencia artificial, no solo cumplen el sueño de Tesla; nos desafiaban a tomar decisiones conscientes sobre energía, datos y medioambiente. Lo que una vez fue una oportunidad desperdiciada ahora brilla como un faro de oportunidad hacia un futuro sin contaminación, que nos demuestra que, con la tecnología adecuada y la voluntad humana, incluso los caminos olvidados pueden alumbrar un futuro brillante.
(*) Especialista en Inteligencia Artificial