El mundo está que arde. En Ecuador centenares de heridos y un número impreciso de muertos marcan un enfrentamiento durísimo entre el Presidente Lenin Moreno y los pueblos ecuatorianos por el aumento del gas-oil un 123%. (¿Cuánto aumentó en la Argentina?)
La refinada Barcelona se oscurece con manifestaciones e incendios, bloqueos de aeropuertos y autopistas por un fallo de la Justicia contra los independentistas catalanes que declararon la independencia de España hace un año ya y están presos o prófugos.
En La Plata, Argentina, la ciudad de las diagonales, las mujeres duplicaron la población de la ciudad en uno de las reuniones más multitudinarias que se tenga memoria, en armonía, para trabajar juntas en la lucha por la igualdad y el final del patriarcado.
Todos los viernes, en buena parte del mundo, al menos occidental, niños del secundario realizan una huelga en defensa del medio ambiente y exigiendo que sus mayores enfrenten el Cambio Climático, porque de otra manera no habrá futuro para ellos.
¿Qué tienen en común estos ejemplos?
Nos encontramos ante un fenómeno que viene aumentando año tras año y que se manifiesta por la organización de reclamos colectivos desde la no conducción orgánica. Más allá de colectivos, como el de mujeres que ha sido tan importante para mantener el paso de un movimiento autogestionante, o el indígena en Ecuador, donde las cúpulas se vieron superadas por las bases, ninguno de estos ejemplos es conducido por estructuras partidarias o gremiales, por ejemplo. El cambio de los modelos de conducción acompañan la falta de representación de las organizaciones más antiguas y la aparición de nuevas formas de comunicación.
Hay que entender que estas son las nuevas formas de conducción política y que soslayarlas puede llevar al conductor actual a la categoría de “chofer de mateo”, ese que sirve solo para dar vuelta a la plaza.