Pocas cosas me indignan más que la frase: “Es un problema cultural”. Tal vez la escuchó usted alguna vez. Es una frase de cagón. Así se lo digo. De repique. En algunos casos es, incluso, una frase de traidor.
Ud. que no tiene responsabilidad política o social puede decirlo, repetirlo, equivocarse, porque su frase no tiene consecuencias. Pero cuando el que la propala, la emite, la grita, es un político activo, se trata de una confesión de partes. Confiesa su calidad humana.
Estas muertes recientes desnudan el escondite en el que se han metido los dirigentes salteños. La caverna sucia, moralmente sucia de aquellos que caminan junto a nuestra Virgen anualmente para olvidarse de ella a las 5 de la tarde. Una caverna que les permite gastar millones en campañas, pero no llevan agua a las familias moribundas. Gastan en pozos que son inoperantes por falta de bomba para sacar el agua. ¿Quiere las fotos? Las tengo.
Ahora se sorprenden, como siempre, de una noticia que los molesta. Un titular que los erosiona en su “imagen”. Esos niños en Ballivián, en Santa Victoria, no tienen más imagen, como tampoco tiene más imagen el wichi, otra vez, que enterraron en bolsas de plástico la otra semana porque nadie les ofrecía un cajón. ¿Qué nos está pasando?
Ahora lo digo yo, con todas las letras: ES UN PROBLEMA CULTURAL, pero no de los pueblos originarios sino DE LOS DIRIGENTES. Es la Cultura del desprecio. Del descarte de la humanidad.
Desde el retorno de la democracia la única respuesta que le dimos al problema de la pobreza estructural en Salta fue la pobreza conceptual para entender, atender y evitar con premura la falta de agua, el exceso de hambre y la injustificada muerte.
Y encima le echamos la culpa a la cultura del muerto, total, no se puede defender.