Desaparecida la euforia clásica luego de las elecciones en el mes de Diciembre de 2019, y cuando cesaron los pregones clásicos tales como el triunfo de la democracia, la madurez de la clase política, el escrutinio ejemplar y otras tantos desvaríos, el pueblo que despertó de la somnolencia electoral y las autoridades proclamadas, enfrentaron nuevamente la realidad.
Y de la manera más cruel y perversa oscurecida por la fría estadística burocrática, se empezaron a desnudar las miserias de una clase social dominante que arrasa habitualmente hasta con la esperanza de la población postergada, que ciega en sus limitaciones político-culturales sigue eligiendo a sus verdugos.
En esa pesadilla abrumadora los habitantes de la Provincia de Salta se desayunan cada mañana con la noticias reiterada de otra muerte evitable de niños o de adultos, con la increíble discusión de si la misma fue por desnutrición, deshidratación, diarrea o cuadro pulmonar, evasivas todas que eluden nombrar la causa real de esa desgracia social: la pobreza que genera y seguirá generando un sistema social económico criminal.
Sentados sobre prerrogativas de clase heredadas generación tras generación, la elite dominante, feudal y oligárquica, perpetra periodo tras periodo el plan macabro de individualismo, explotación capitalista, manejo discrecional de los fondos del erario para provecho personal, y la elaboración de consabidos discursos de lamentación falsa de cómo les duele la pobreza.
El ex gobernador Juan Manuel URTUBEY se radicó rápidamente en Europa a la espera de que pase la tormenta que lo tiene por único y exclusivo responsable de la muerte de niños, de la mentira de los números de la mortalidad infantil, del malgasto de dinero del Estado en ONG´s de dudosa eficacia, y de la puesta en escena de una hipotética Salta maravillosa que enamora, sobre la que montara su frustrada y efímera carrera presidencial.
La responsabilidad política como se sabe es al fin y al cabo la falta de responsabilidad, es sólo una manifestación del inoperante anuncio de “me hago cargo” que frente a las cámaras de televisión o en los discursos programados se dicen, pero que no genera un solo reproche del aparato judicial cómplice del latrocinio, plagado de funcionarios designados por el propio perverso mandatario, que asegura de eso modo su impunidad.
La deforestación, la usurpación de tierras comunitarias de los pueblos originarios, y las inundaciones constantes fruto de ese modelo agrícola para pocos en detrimento de todos los demás, no afectan a los citadinos inversores que habitan las grandes urbes, sino solo a los sufridos habitantes de la zona, que heroicamente resisten la precariedad y la exclusión.
Esta descripción somera del cruel estado de cosas en nuestra Salta, que no es diferente al desmanejo de otras partes del País y del mundo, tiene un nombre claro, preciso, e inconvenientemente aceptado como normal, y se llama capitalismo.
Muchas veces se entablan conversaciones o discusiones por este tema, y casi nunca falta el que pregunta: ¿En qué lugar del mundo funciona el socialismo? Pero nunca a la luz del desesperante panorama que el preguntón tiene ante sus ojos, se le ocurre indagar: ¿En qué lugar del mundo funciona el capitalismo?
Porque si el sistema que el ingenuo personaje defiende con su pregunta, es el que deforesta, genera inundaciones, desertiza grandes extensiones, desmonta irracionalmente, contamina, excluye, genera pobreza, desnutrición, muerte precoz, acumula y concentra riqueza en unos pocos, excluye al resto, e impone desde su superioridad el individualismo asesino del sálvese quien pueda o la meritocracia, se lo califica como algo que funciona, no tenemos esperanza.
Más temprano que tarde –antes que sea muy tarde- deberá entender la sociedad que la acuñada inmortal frase de Rosa LUXEMBURGO (“Socialismo o barbarie”)tiene más actualidad que nunca.
Sólo con un modelo humanista solidario podremos encontrar un destino mejor, de justicia social y de respeto al ser humano por encima de cualquier opción material de la barbarie capitalista.