Cada vez queda más claro que para el presidente Javier Milei el uso de la palabra "libertad" consiste solamente en un provechoso slogan de campaña, vacío de contenido.
Esto, en política, no es nada nuevo. El propósito del lenguaje debería ser aclarar y explicar el mundo tal como lo vemos. Cualquier distorsión del lenguaje, por cualquier medio, tiene como objetivo ofuscar, negar y, a veces, crear una deformación absoluta de la realidad que debería reflejar.
Nadie lo sabía mejor que el inventor de la "neolengua", el doble discurso y el Ministerio de la Verdad. En 1946, tres años antes de escribir "1984" (el libro que nos habla del "Gran Hermano"), George Orwell ya había publicado su perdurable y brillante ensayo, «La política y la lengua inglesa", que analizaba las formas en que la escritura inflada y vacía sirve a los propósitos del totalitarismo. Hoy, incluso siete décadas después, ha conservado su fuerza y frescura. En este sentido resulta coincidente que los integrantes del autodenominado brazo armado de las "Fuerzas del cielo", que rodean al primer mandatario, hayan conformado una especie de "think tank" con pretensiones de generar un nuevo lenguaje (que se supone gracioso y creativo) para uso del presidente (mandriles, econochantas, lilliputienses, soretes, pauteros, ensobrados y los 1051 insultos contabilizados en el sitio digital "chequeado.com" como pronunciados por Milei solo durante el 2024).
El concepto de libertad que parece utilizar Milei nos hace acordar al "Separate but equal" (en castellano: Separados pero iguales), doctrina jurídica del Derecho constitucional de Estados Unidos que justificaba y permitía la segregación racial, entendiendo que no suponía una violación de la decimocuarta enmienda de la constitución estadounidense, garantía de la igual protección de las leyes para todos los ciudadanos. Aquí tenemos libertades, pero diferentes para cada situación o grupo de personas. Así la libertad de prensa aplica para que desde los púlpitos del poder se pueda expresar cualquier barrabasada, pero no para que los periodistas puedan ejercer libremente su derecho de informar a la opinión pública. El libre mercado preconizado por el gobierno permite que los precios sean fijados al compás de la ley de la oferta y la demanda, pero no el precio del salario, que, contradiciendo la propia doctrina liberal, está encorsetado a capricho del gobierno de homologar, o no, las paritarias que libremente acordaron empresarios y trabajadores. en un colchón de bayonetas (nunca el armamento del Ejército Argentino fue muy moderno) y un aparato represivo cuya primera medida (el mismo día que se inició la dictadura: el 24 de marzo de 1976) fue la prohibición de toda acción sindical y en especial la supresión del derecho de huelga. Y, he aquí, que -sorprendentemente- nos encontramos, en estos días, con una nueva coincidencia: en un extrañísimo decreto, el gobierno libertario resolvió restringir el derecho de huelga a límites que prácticamente lo tornan estéril.
Reaparece la noción dual de libertad: para los poderosos, reducción de impuestos, libertades aduaneras y cambiarias, libertad de evadir y ser recompensado en generosas (e inmorales) moratorias. Para los débiles, jubilaciones misérrimas, supresión de obras públicas que los benefician (hospitales, escuelas, rutas, etc), aplastamiento de los salarios sin permitir su libre negociación y prohibiendo el recurso de medidas de acción directa.
Enfáticamente podemos afirmar que no existe democracia plena sin el ejercicio amplio del derecho de huelga (con sus razonables límites). Baste observar la historia del siglo pasado para entender que ningún gobierno totalitario (cualquiera sea su signo político) ha admitido la más mínima manifestación del derecho de huelga. Por la izquierda tenemos a Mao y Stalin (y todos sus satélites) que la huelga era innecesaria porque existiendo una sola clase social (la de los trabajadores) no se justificaban medidas que atentaban contra el "eficiente" sistema de producción comunista. En la otra mano (derecha) tenemos a Hitler y Mussolini que consideraban que los sindicatos eran nichos de… comunistas y bregaban por un sistema corporativo donde trabajadores, empresarios y Estado marchaban juntos en total armonía.
Las dictaduras de todo color prohibieron las huelgas: Pinochet, Videla, Onganía, Stroesnner, Castello Branco, Oliveira Salazar y un largo etcétera. No advierten que la huelga es una válvula de escape del propio sistema capitalista; es como la olla a presión que usaba mi madre (Marmicoc) en la que una pequeña valvulita evitaba que estallara (la olla, no siempre mi madre).
Con la torpeza, ignorancia y prepotencia legislativa que ha caracterizado toda la andadura de la política libertaria, en forma intrigantemente extraña se publicó el Decreto 342/2025, que regula la huelga en prácticamente todo tipo de actividad. ¿Qué es lo extraño? Que contra lo que podía pensarse el título del mencionado decreto no es "Regulación del derecho de huelga", sino "Excepción de la Marina Mercante Nacional", que prácticamente no tiene nada que ver con el contenido de la referida estrambótica norma. El espacio no nos permite analizar las desmesuras de este nuevo engendro símil legislativo, pero baste decir que no tiene ninguna posibilidad de atravesar los filtros constitucionales. Parecería ser una nueva norma "pour la gallerie" a la que nos tiene acostumbrados este gobierno libertario, con el efecto que yo llamo "fuegos artificiales": estallan, brillan en maravillosos colores y rápidamente caen olvidados en la penumbra de la noche.