Hay biografías que alcanzan ribetes de personajes de novelas. Al estilo de las de Julio Verne. Uno de ellos fue el ingeniero rumano Julio Popper (1857-1893), muerto en extrañas circunstancias con 35 años de edad. Sin embargo y para ese entonces este muchacho había protagonizado viajes y aventuras que lo convirtieron en una figura emblemática de la Argentina decimonónica.

Julius Popper nació en Bucarest, capital del reino de Rumania, el 15 de diciembre de 1857 y era hijo de Naftalí y Perla Popper, un matrimonio judío liberal.

 

Su padre era un destacado profesor que había fundado un colegio a contrapelo de la ortodoxia religiosa. En ese colegio estudió Julio y su padre fue uno de sus profesores. Allí adquirió una sólida formación académica y el manejo integral de numerosos idiomas entre ellos el rumano natal, yiddish, griego, latín, alemán, francés y castellano.

 

Su padre fue además el fundador del diario Timpul, con lo cual Julio se impregnó de la atmósfera periodística. Terminados los estudios se topó con restricciones estatales que le cerraban puertas a la hora de completar una carrera universitaria. Su padre no lo dudó y lo envió a estudiar ingeniería de minas en la prestigiosa Escuela Politécnica de París. Se convirtió en un brillante ingeniero que egresó con las más altas calificaciones.

 

Regresó brevemente a su tierra y enseguida inició un largo viaje que lo llevó por Egipto, Asia Menor y Oriente Medio, hasta la India, donde se acercó al Himalaya. Luego atravesó Rusia y Siberia y bajó por Alaska cruzando Canadá y Estados Unidos hasta llegar y radicarse en México. Se comenta que allí habría ejercido el periodismo. Luego viajó a Cuba y más tarde a Brasil donde a través de los diarios se enteró de hallazgos de oro en la Patagonia austral.

 

El conquistador

El confín del mundo era un nombre que le sonaba fuerte desde niño cuando un circo llegó a Bucarest y entre las atracciones traía un indígena fueguino al que presentaban como "El caníbal de la Patagonia".

 

Partió para la República Argentina en 1885 y al llegar a Buenos Aires tomó contacto con la alta aristocracia porteña. Su educación, el manejo fluido de idiomas, su rol de viajero, la buena presencia de una persona elegante, culta y fina, le granjearon amistades y le abrieron puertas. Y especialmente su condición de masón, con un alto grado para su edad, que lo vinculó a la Logia Docente de Buenos Aires.

 

Logró financiarse, partió hacia el sur y llegó a Santa Cruz donde unos marineros que bajaron a la playa en busca de agua dulce encontraron chispitas de oro en las arenas. No vio que eso fuera promisorio y decidió continuar hacia Tierra del Fuego. Allí exploró la bahía de San Sebastián y se instaló en un lugar al que llamó El Páramo.

 

Lavó las arenas y encontró oro en chispitas milimétricas acompañado por abundante hierro magnético y otros minerales pesados. Entre ellos luego se identificaría por primera vez en Argentina platino nativo. Convencido del potencial aurífero de las arenas de El Páramo decidió instalarse y montar una máquina a la que bautizó "Cosechadora de Oro". Era ingeniero de minas y por tanto no le costó mucho diseñarla y armarla. Con motores a vapor, chatarra marina y madera de la zona la dejó lista para funcionar. La compañía que había formado con los capitales de sus amigos masones de Buenos Aires comenzaba a dar sus frutos.

 

La máquina lavaba 75 toneladas de arena por día que le redituaban medio kilo de oro. Mientras la cosechadora hacía su trabajo siguió explorando Tierra del Fuego en nombre del gobierno argentino, dibujaba mapas y creaba topónimos, esto es daba nombres nuevos a los distintos accidentes del terreno.

 

El término Mar Argentino, que todavía se usa, fue impuesto por él.

El punto es que comenzó a tomar posesión de tierras, armó un grupo militar de protección, creo una moneda propia al igual que sellos postales, tuvo enfrentamientos con chilenos de Punta Arenas y bastantes problemas con los indígenas que habitaban la zona.

 

Fue llevado a juicio en Buenos Aires pero salió airoso explicando que sus acciones eran en favor del gobierno argentino, que los enfrentamientos con los indígenas fueron en defensa propia y que las monedas de oro y las estampillas solo tenían valor en su establecimiento como medio postal o de pago.

 

Lo cierto es que esas monedas y sellos postales tienen hoy un enorme valor numismático y filatélico. Se han escrito decenas de libros sobre Popper y las conferencias en el Instituto Geográfico Argentino en Buenos Aires, sus explotaciones mineras en El Páramo y especialmente en lo concerniente a la propia historia de Tierra del Fuego.

 

Su principal biógrafo y autor de varios libros fue Boleslao Lewin, especialmente en su obra: "Quién fue el conquistador patagónico Julio Popper" (Editorial Plus Ultra, 448 p. Buenos Aires). También se conocen novelas sobre Popper y hasta una historieta francesa donde aparece como un cazador de indígenas patagónicos.

 

Visita decepcionante

Una faceta poco conocida de la quijotesca vida de Popper fue su paso por Salta y la visita que realizó a la Puna de Jujuy en 1890 para visitar los lavaderos de oro de Rinconada y Santa Catalina.

 

A su regreso a Buenos Aires publicó numerosos artículos periodísticos en "El Diario", que contienen sus particulares observaciones sobre la geografía, el paisaje, la etnografía, la geología y la minería de esa región. La lectura permite apreciar que Popper consideró su viaje como una pérdida de tiempo. Habla en forma despectiva de las gentes nativas que habitaban en el lugar. Estima que el oro fue sacado mayormente por los propios indígenas o los españoles y que para el tiempo de su visita ya no era importante.

 

Entre las personas que menciona con respeto se encuentran el minero boliviano Avelino Aramayo y don Ramón Saravia, comisario del departamento de Santa Catalina.

 

.Se burla de todos los que vinieron a proponerle la venta de ricas minas de oro, viejos hallazgos, anécdotas históricas y sociedades de explotación. Menciona algunos métodos efectivos que utilizaron los españoles para obtener el oro, entre ellos unos diques de piedra bola que hacían en las quebradas secas a cierta distancia unos de los otros y que al llegar las lluvias estos dejaban pasar los materiales livianos por arriba mientras el oro se quedaba atrapado abajo.

 

También menciona la explotación por “robaderos”, a los que describe como “unas zanjas cortadas en las faldas de los cerros, en la que, cuando llueve, vuelven a echar la tierra que han excavado, recogiendo luego la arena concentrada por el agua”. Luego comenta que “A veces obtienen buenos resultados, consiguen oro equivalente a 10 centavos por cada día de trabajo y otras veces no”.

 

 Y aclara “Cuando toda una familia ha obtenido en un periodo de un mes de dura labor, media onza de oro, es porque Pachamama la ha protegido de un modo extraordinario. Y a eso se le llama mina de oro! Pero no lo creas, lector, no lo creas!”, afirma tajante.

Su veredicto es categórico en el sentido que no constituye ningún negocio explotar el oro de la Puna cuando dice: “Hoy el oro de la Puna ya no se explota.

 

 Cada vez que alguna de las compañías formadas en los últimos años con el fin de extraerlo ha puesto en práctica sus intenciones, se encontró con que el centavo de oro obtenido, cuesta cinco centavos de gastos de explotación”.

 

Misteriosa muerte

La figura de Julio Popper como aventurero, expedicionario, minero, explorador, pionero de las tierras australes, ha crecido con los años. Sin embargo, sus observaciones sobre la Puna de Jujuy y sus lavaderos de oro siguen siendo casi desconocidas.

 

 El último proyecto de Popper fue una exploración de la Antártida con apoyo del Gobierno argentino y empresarios de la época. No lo pudo concretar. Fue encontrado muerto el 5 de junio de 1893 en su departamento de la calle Tucumán al 300 de la ciudad de Buenos Aires. Su amigo Julio Belfort lo halló desnudo sobre unas pieles.

 

 Se dijo que fue un paro cardíaco pero otros hablaron de envenenamiento. Tenía pocos amigos y demasiados enemigos. Cuando fueron a buscar el cuerpo para la autopsia había desaparecido. Comenzaba el misterio de una vida novelesca.