Siendo honesto, debemos decir que el 8 de marzo, de cada año, siempre fue un día para la reflexión y ponderar a la mujer como sujeto de derecho y no de objetos de dominación y explotación como parte de una cultura machista y discriminatoria de género. El aumento de los casos de víctimas de violencia de género y de los femicidios, cada vez más seguidos, nos debe llamar a buscar líneas de acción directa con políticas públicas que se articulen transversal y efectivamente, en todos los estamentos públicos y privados de nuestra sociedad.

 

Más allá del horror y la impotencia y el dolor que conlleva toda violencia, en este caso de género, sin dudas que estamos ante lo que podríamos denominar, LA PANDEMIA de la violencia de género, que supera largamente, por la brutalidad demostrada en cada caso, al temor y el desenlace del contagio y hasta la muerte del COVID 19.

 

Para amortiguar la violencia contra las mujeres, o de género, además de intentar menguar los numerosos casos de femicidios, sin dudas que las políticas que intentó llevar adelante el Estado provincial; aun declarando la emergencia y prorrogarla en oportunidades, no solo no fue suficiente, sino que además no hubo políticas claras y con los recursos necesarios como para alcanzar los objetivos propuestos.

 

Más allá de la falta de recursos económicos y de logísticas, para llegar a tiempo y en forma para evitar tantas muertes, el Estado no fue  capaz de crear los mecanismos de articulación de los objetivos, con un proyecto donde estén involucrados los distintos estamentos del estado, la sociedad civil y la sociedad en su conjunto.

 

Sabido es que muchos femicidios, por no arriesgar a  decir todos,  pudieron ser evitados en caso de que se hubiesen tomado a tiempos las denuncias en las comisarías, o en las fiscalías de todo tipo de violencia contra la mujer. O en el mejor de los casos, se toman las denuncias pero cuando quieren actuar en función de esas denuncias, se llega tarde… el agresor llego primero y el femicida consumó su crimen. Después de ello, de nada sirve lamentarse. Una muerte por violencia de género, no importando el colectivo al que pertenece, es una herida mortal al conjunto de la sociedad que, en algunos casos, ve como la justicia, que no supo o no pudo actuar para evitarlo, no les da el debido castigo al culpable, y hasta por ahí sigue libre como si nada  hubiese pasado.

 

Sabemos que este mal, endémico, es la lacra de una cultura machista y discriminatoria en contra de la mujer. Es la cultura del poder, que no entiende que todos somos iguales, aun en la diversidad de género, en cuanto a derechos y oportunidades con dignidad.

 

Este 8 de marzo, no hay nada que festejar… si debemos reflexionar sobre nuestras conductas. Tampoco podemos esperar que  todo lo haga el Estado, aunque es él el que debe garantizar la seguridad integral de todos sus habitantes. Debemos por comenzar a llevar adelante una política de concientización y educación a corto, mediano  y largo plazo.

 

La violencia se practica desde el seno del hogar y trasciende fuera de él. Lo vemos entre los niños en edad escolar, donde niños y niñas son agredidos como si se practicara un deporte del más fuerte. Por eso es ahí, en la escuela y luego en los colegios, donde e debe implementar una educación de respeto y  consolidación de los derechos de niños y niñas, que vaya cambiando esta cultura de violencia.

 

Y eso es responsabilidad del Estado garantizarla a través de los planes de estudios en los distintos niveles educativos.

 

Nosotros debemos entender que para construir un mundo de paz, no podemos seguir soportando la falta de justicia. Y para eso, ésta debe modernizarse para ser más efectiva, más ágil y así llegar a tiempo para evitar, en este caso, todo tipo de violencia de género.

 

Y a los legisladores, les toca implementar leyes que permita combatir este flagelo que tanto nos duele como sociedad.

 

En la lucha contra la violencia de género, todos debemos comprometernos. Porque nada está libre de sufrirla, en forma directa o indirecta.

 

Y por último, mi reconocimiento a todas las mujeres que, en su lucha bajo la consigna NI UNA MENOS, no claudican en su derecho por vivir con dignidad y en defensa de la vida. A ellas, todo mi consideración, por la valentía de ponerle el pecho a los embates de los violentos pidiendo justicia.