Son muchos los empleadores que sueñan, también en Salta, con un mundo sin sindicatos. Se trata, pienso, de un sueño felizmente inalcanzable; también, de una ilusión perversa.

Estos sueños de trasnoche olvidan que la humanidad progresó hacia metas de igualdad y dignidad gracias a que los trabajadores se organizaron y fueron capaces de reivindicar, de luchar y de pactar.

 

Las democracias de posguerra fueron acotando, encauzando, los conflictos obrero-patronales. El reconocimiento de la dignidad del trabajo y la creación del así llamado Estado del Bienestar fueron los principales frutos de las luchas obreras y de la acción de los pensadores con preocupaciones sociales.

 

Aquel consenso posterior al final de la segunda guerra mundial incluyó un amplio reconocimiento al derecho de los trabajadores a fundar sindicatos, a definir sus plataformas, y a sostener sus reivindicaciones incluso mediante medidas de fuerza.

 

Si bien en la Argentina fueron muchos los intentos por trasladar o adaptar este consenso mundial a nuestra realidad, fue el artículo 14 bis de la Constitución Nacional el que recogió  una traducción certera de aquel pacto: Libertad y autonomía sindicales, junto a condiciones dignas y equitativas de labor, son los ejes más profundos de nuestro sistema de relaciones del trabajo.

 

Es cierto que la fuerza de los sindicatos no es, en el mundo, la que era décadas atrás. Es cierto que los idearios y estrategias sindicales están sujetos a debates en el seno del propio movimiento obrero. Como es cierta la necesidad de que éste adapte su accionar a una realidad que cambia casi diariamente, de la mano de las nuevas tecnologías y de las Nuevas Injusticias.

 

Pero ninguno de estos cambios puede deslegitimar ni a la libertad y autonomía de los trabajadores, ni a su derecho al trabajo decente (para utilizar el feliz concepto desarrollado por la OIT a partir de 1998).

 

Los Tratados Internacionales, dotados de especial vigencia local gracias a la reforma constitucional de 1994, son unánimes y enfáticos en definir y garantizar aquellos ejes de libertad y dignidad.

 

Pese a la irrupción oportunista de ciertos nacionalismos económicos y el énfasis de viejas banderas reaccionarias, el mundo del futuro es un mundo con sindicatos, con trabajo decente, con prestaciones sociales. Estos, a su vez, son los tres pilares de la paz mundial y de la paz social.

 

No hay ni habrá lugar -en ese mundo futuro- para empresas que produzcan para un mercado global apelando al trabajo esclavo, al trabajo sin derechos. Como no lo habrá para quienes desprecien los equilibrios ambientales y contaminen el planeta.

 

Quienes bregamos por las libertades y por el bienestar estamos convocados a defender el trabajo decente y los derechos colectivos de los trabajadores (tales los de organización sindical libre y democrática como el de trabajar en condiciones que marcan las leyes y los convenios colectivos).

 

En este sentido, muchos empleadores salteños necesitan darse un baño de realismo y abandonar, allí donde todavía se practican, rutinas autoritarias y antisindicales. En tanto, la judicatura y la Inspección del Trabajo deberían ponerse las pilas, actualizarse y marcar distancias frente a las consignas que proponen tolerar fraudes e ilegalidades.  

 

Atacar a los sindicatos, como ocurre en sectores de la industria del azúcar y en varios Municipios (Mosconi es el peor ejemplo, expuesto en el lenguaje brutal y rudimentario de su Intendente) es colocarse al margen del mundo civilizado. Es violar los Tratados Internacionales y la Constitución Nacional.

 

Lo acaba de señalar la Confederación General del Trabajo Regional Salta al poner en marcha su proceso de reorganización.

 

Vaqueros, (Salta-Argentina), 22 de marzo de 2021.