El cachetazo vino de afuera. Cuando no te lo esperabas, porque al final las cosas comenzaban a mostrarse un poco, solo un poco, más positivas, te llegó un cross de izquierda como los de Monzón.

Con la pera aún desencajada del sopapo, todos los actores de la política oficial empezaron a buscar razones para explicar cómo había entrado tremendo sacudón electoral.

 

Del otro lado no cabían en sí. Se miran sorprendidos y algunos comenzaban a practicar los pasitos de la Rosada, más perdidos que vegano en matadero, porque convengamos que solo se trataba de unas internas para ordenar los candidatos.

 

Pero igual, nadie se la esperaba y el cross agarró al gobierno con la guardia baja, distraída, relajada. Después de haber lanzado la lucha contra el hambre, de relanzar las negociaciones contra la deuda mortal del gobierno macrista incluso después de acalorar la discusión con ese FMI tan poco querido. Luego de haber soportado la amenaza que sobre las empresas caía en forma de un mercado que se cerraba por la pandemia. Cuando se habían conservado muchos empleos gracias al esfuerzo de los argentinos por medio de la IFE.

 

Cuando la lucha contra la muerte por las calles que se veía en las imágenes del mundo, que hoy internet hace públicas, desde Guayaquil, Nueva York, Roma, Madrid y decenas más nos mostraban un escenario posible y cercano, ya parecía alejarse. Pandemia que se montó sobre la crisis recibida de un gobierno absurdo, inescrupuloso, insensible, mentiroso, para atacar los basamentos sociales que caracterizan a la Nación.

 

Todos esos conceptos que nos propuso aquella gestión de la herencia y el desprecio de clase, como la solidaridad trocada en egoísmo, el estado presente contra el mercado dominante, el respeto de lo social por el dominio de la clase, la producción industrial cambiada por tasas de interés, la industria nacional reemplazada por la industria global, el nos salvamos juntos por el sálvese quien pueda. Un gobierno que lo resumió muy bien cuando argumentó que estaba contra el populismo, es decir, a favor del elitismo, el poder de los poderosos para ellos mismos, el resto no se lo merece.

 

Había que relanzar al pueblo hacia lo opuesto y nos cae el COVID-19.

 

Amenaza mortal y oportunidad social. Nunca tuvimos que entender más rápido que lo anterior, el liberalismo de Cambiemos, iba en contra de toda la sociedad. Hubo que terminar hospitales abandonados y equiparlos con industrias destruidas y personal expulsado del Estado. Hubo que investigar soluciones con una ciencia degradada, vaciada y debilitada. Y hubo que luchar todo este tiempo contra argumentos traídos de los pelos, marchas que remitían al párrafo previo, al yo solo versus todos juntos.

 

Salíamos de esto cuando vino el cross con forma de zapatos descalzados y 6 millones de argentinos no votaron por el Frente de Todos. Directamente no fueron. Mandaron la señal antes de las elecciones, cuando en realidad no se jugaba mucho, casi nada, solo una foto de una noche que puede revertirse. Porque lo saben. Si estuvieran en contra del gobierno hubieran votado por el otro, el nefasto. Pero eso no sucedió. Están dolidos, sí, por el camino que llevamos. Unos por falta de trabajo, otros por políticas que no avanzan, otros por retrocesos inesperados, otros por la soberanía, otros por la carne y su precio de usurero, algunos por la nafta en dólares, otros por el rollo con el FMI que no toma el camino judicial preanunciado, o por los bancos que siguen sacándole con LELICs lo prometido a los jubilados. Hay muchas razones que esperan respuestas y los votantes, el pueblo pueblo, los aborígenes del norte, los barrios populares, los agricultores familiares, los expulsados del gobierno por Macri y no repuestos por dignidad, los maestros apaleados en Salta, los estafados con los UVE para las casas o los autos, muchos quieren seguir aquel camino prometido y por eso avisan.

 

El no voto significa algo muy específico, “Aún tenemos esperanza, PERO NO PIERDAN EL TIEMPO”.

 

Y allí llegó una carta. Una simple hoja blanca con tinta negra. Un par de carillas explícitas, claras, contundentes que recordaba para qué estaban allí y, sobre todo, para quién estaba allí. Rememoró un compromiso, un pacto entre un pueblo y sus dirigentes. Explicó el silencio de las urnas, ese silencio ensordecedor de un pueblo expectante.

 

Y pidió acomodar los melones de una buena vez y contó que ella se acordaba todo el tiempo del pacto y que había que honrarlo. Y todo tuvo efecto. Una ligera hoja de papel blanco puso en marcha todo el proceso de renovación y sin dudarlo, se ganó peso político.

 

Una fina hoja funcionó como una brisa con la niebla, despejándola para poder volver a ver el objetivo, el destino, el sueño. Ya allá vamos, ahora sí, de nuevo, con los patitos ordenados. ¡Ahora sí!