Existía una especie de consenso de que la clasificación derecha-izquierda en la política era una especie de anacronismo. Te miraban con esa sonrisa irónica en los labios y te espetan: “los radicales, ¿son de derecha o de izquierda? ¿Y los peronistas?”, ¿Y tal o cual a quien representaba más precisamente? Seguía la conversación.

En vano uno trataba de meter con un martillo a tal figura dentro de algún esquema, que ya saltaban los renuncios que todos recordaban, las traiciones, las mimetizaciones, esa capacidad camaleónica, no exclusiva de los políticos argentinos, pero tan presente en estas pampas. Como si Groucho Marx, con su máxima de sus principios mutables*, hubiera venido a radicarse por aquí.

 

El médico político les puso nombre y adjetivo y así llamamos borocotizar la política, esa costumbre de saltar atléticamente de un partido a otro. Borocotó lo hizo explícito, pero el caso más doloroso, por sus implicancias socio económicas, fue el de Carlos Saúl Menem, quien con su carisma se animaba a explicarlo de la manera más absurda, con una sonrisa en la boca y un conjunto de medios que lo apañaron interesadamente, cómo él tuvo que mentir para llegar y arruinarle la vida a los argentinos por generaciones.

 

Es con esas prácticas individuales y grupales que las derechas y las izquierdas, así como los peronismos y los radicalismos y los forjismos y hasta los intransigentes, transigen. Y en esta desesperación por tomar el poder, te miran a los ojos y te mienten.

 

No es que la derecha o la izquierda no lo sean más, los que cambiaron fueron las personas.

 

Pero entonces, ¿no les parece que nos tenemos que preguntar como sobreviven estos, no les cambiemos el nombre, mentirosos? Acá tómese un momento. No siga leyendo y reflexione…………

 

Más allá de lo que usted pueda creer que significa para usted aceptar la mentira, el engaño, más allá de como esas mentiras le traen tranquilidad relativa en un imaginario aceptable para sus ganglios. Más allá del fabuloso debate Macri-Scioli del 2015, compendio si lo hay de cómo se emula al padre de todos los mentirosos (Menem), lo cierto es que las mentiras al final saltan. Los que apoyaron al mentiroso salen a cobrar las facturas, el mentiroso sale a pedir prestado y, como buen mentiroso, nos dice que eso está bien……

 

Serán nuestros hijos y nietos los que paguemos las consecuencias de haber aceptado por cierto un simple espejismo.