Terminadas las elecciones se procede a cambiar los tópicos de discusión. Y la diferencia es notable.

De un lado se sigue hablando de elecciones, candidatos, halcones y palomas.

 

Del otro se plantean los verdaderos desafíos que nuestra sociedad se enfrenta. Se proyectan inversiones, el financiamiento del crecimiento, la negociación con el FMI o la inclusión de los expulsados por el liberalismo. Son solo algunos ejemplos.

 

Uno de los temas que se debe atender es la obsolescencia laboral y en esto Salta, nuestra Salta amada, está atrasada.

 

Las generaciones se han acortado. El sistema educativo ha expulsado a miles de jóvenes de sus filas formativas, esencialmente porque no propone una enseñanza que entregue un futuro promisorio. Se sigue con métodos antiguos y el cambio más importante surge de una pandemia externa y no de su interior transformador.

 

Lógico, la organización educativa que tiene que formar alumnos con capacidad de adaptación, no tiene, ella misma, esa capacidad. Mal puede transmitirla.

 

Pero el estado también es un dinosaurio celebrando los fuegos artificiales cuando llegan los meteoritos. Cada nuevo gobernante le agrega una capa ”geológica” de funcionarios cuyos elementos más inquietos y productivos son puestos en un rincón para que no molesten.

Y claro, no vienen a cambiar nada, vienen por su tajada.

 

Si el Estado, este Gobierno, no plantea un  horizonte de desarrollo EXPLÍCITO, claro y nítido, (y lo consensua) en una sociedad donde buena parte de sus integrantes YA están fuera del mercado laboral, y se pone a trabajar al mismo tiempo en las futuras y actuales generaciones, ya no se hablará de la obsolescencia laboral de las personas y se hablará de la obsolescencia social de una gran parte de los salteños. Y eso yo no lo quiero.

 

Esa es la amenaza que tenemos en ciernes y tenemos que resistirnos, aunque la correlación de fuerza no nos favorezca.