A veces HAY que preguntarse ¿cuál es la frontera del horror? ¿Cuáles las resistencias que tenemos para lo terrible? ¿En qué momento cerramos los orificios por los que entra el dolor ajeno? Y por supuesto ¿cuándo el ombligo comenzó a ser más importante que la vida o la muerte del otro?

Ucrania y su espanto, sus edificios perforados como pocas veces vista y repetidos hasta el hartazgo por una prensa efectista y tendenciosa, como cualquier prensa, vino a tapar nuestros propios horrores.

 

Cuerpos tirados maniatados, envueltos en bolsas de consorcio tamaño muerto, mutilados, nos trasladan al mundo ajeno y nos espantamos con la tranquilidad tenebrosa de estar seguros de que allí, con eso, no podemos hacer nada. Está fuera de nuestro alcance, es obvio que sí. ¿O no?

 

En Somalía otro espanto, con menos prensa y más hipocresía, la sequía y la guerra, internacional también, los bombardeos también, los fusilamientos a base de misiles también, colocan el horror, el espanto, la tragedia a donde no llegamos. Lejos. Que suerte, está lejos, decimos para adentro, allí donde nadie nos mira, cuando nadie nos ausculta.

 

Más cerca tenemos a Medio Oriente, una Franja de Gaza como una enorme cárcel bombardeada, destruida, con sus buenos y sus malos que desconocemos y que, a pesar de tener más relación por historia de ambos bandos, consideramos allá, a lo lejos, en un desierto arenoso, con palmeras y con fusiles. Nunca acá.

 

Pero cómo plantarnos frene a los 80 niños muertos en el norte de Salta. Aquí, a 300 km, a tiro de camioneta o vuelo de helicóptero en campaña. En Ucrania bombardean un hospital, resultado 7 muertos. Nuestros niños exceden los 11 bombardeos. Y nada. Solo un triste relato.

 

¿Cómo nos podemos parar ante la tragedia y decir un simple, “siempre pasa en esta época” como si fuera la temporada de compras? Llegó el verano, vamos a contar muertitos, entre los indios claro, los nuestros no.

 

Cada uno que pasó en el espacio que tenía que velar por estas vidas cumplió algún rol asignado. Hace un tiempo los ignoraron, luego los escondieron y ahora ni les preocupa, lo relatan como un dato y “¡ya!”.

 

Despojos, restos de una sociedad que debe depurarse de personas sin mérito. Lacras, especies inferiores, miserables descartables, infames madres y padres, baja estofa, calaña subhumana.

 

Me refiero a los que toman las decisiones que provocan estas muertes evitables. Me refiero a quienes no tienen más espacio para el horror ajeno provocado por ellos mismos.

 

Si no saben qué hacer, dejen el lugar a otros que aún no hayan cerrado su corazón, pero terminemos con este horror. Terminemos con la indiferencia. Podríamos si quisiéramos.