La lengua es dinámica. Vive. Se manifiesta en cada interacción y al hacerlo, crea figuras nuevas, voces que aparecen que antes no estaban. No se usaban. Muchas veces la lengua adquiere, adopta, importa voces de otras lenguas. Así, “placar” viene del francés (placard) y “closet” del inglés y usamos ambos para referirnos a nuestro españolísimo ropero. Paradójicamente, con el tiempo, adquieren usos exclusivos.

Alguien puede salir del Closet o del Placar declarando su sexualidad reprimida, pero nadie sale del Ropero con el mismo fin. En el ropero están los muertos.

 

También cambiamos significados, resignificamos. En una cancha de futbol quien conduce los hilos del equipo, quien ordena las fichas a su alrededor, es el Diez (va con mayúscula, disculpen) podría ser el ocho, pero si realmente tiene la manija le diremos que juega de Diez y hasta se lo pondremos en la espalda. Es la resignificación de un número después de un gran evento. Y ojo que no estoy hablando de futbol.

 

El Diez maneja el centro de la cancha. Todo lo ve, todo lo percibe. Sabe a dónde están sus jugadores y los del contrario y hacia donde se inclinarán, antes de que lo sepa el propio jugador. Conoce sus intenciones antes de que se les ocurra ni la idea. Por eso en futbol el diez es el Diez, pero no cualquiera puede ser el Diez.

 

Últimamente resignificamos la palabra Centralidad. Como no se le puede decir “es un Diez” porque queda fuera de tema, se lo bautiza como que “es central y más aún, tiene centralidad”.

 

Centralidad es como el baricentro para la física, el punto de equilibrio del sube y baja de nuestras infancias. Los pesos se balancean allí mismo, pero al revés. Desde ese punto salen las fuerzas que, aclarando los intereses escondidos, ordenan el todo.

 

Centralidad podría referir al panóptico de Foucault, un lugar desde donde ver todo, controlar todo, pero va más allá.

 

Habló Cristina. Escucho al periodista, cualquiera, y se refiere a la Centralidad de CFK. Propios y extraños prestan atención a esa flautista que con sus explicaciones alinea los planetas. Antes avisó, “funcionarios que no funcionan”. Más de uno se sintió aludido y una fuerza nada ligera le movió el sillón en su amplio escritorio.

 

Centralidad. Ella explica la inconsistencia de la estructura del secretismo de los bancos, la Bolsa de Valores y la AFIP, que protege a los evasores seriales, y con la “spica” en la mano, en la tribuna aplauden y los funcionarios acusan recibo y los sillones se mueven.

 

Centralidad. Y explica como la asistencia a los caídos del sistema neoliberal en las crisis fue organizada por el Estado, pero que hoy alguien los tercerizó y habría que recuperar esta gestión. Y todos entendemos que Pérsico y Navarro tienen que poner sus barbas en remojo. (En algún lado leí que estos dirigentes se oponen a Cristina, con una población que tiene a Cristina tatuada en el corazón)

 

Centralidad. Recuerda que cuando la crisis del Covid-19 arrasaba a las empresas, el Estado salió a sostener y que eso demostraba que, incluso para los empresarios opositores, el Estado era una necesidad.

 

Centralidad. Y va tocando tema tras tema sin un papel en la mano, gesticulando, acomodándose el pelo como en un descuido. Y la cadena nacional se arma sin Decretos ni Leyes que la convoquen. Porque todos saben que la flautista toca las notas necesarias para ir sacando a las ratas de sus escritorios, conducirlas al acantilado. Y dejar a otres ordenar lo desordenado.

 

En el lenguaje del liderazgo se llama conducción política y dentro de ella, esta Centralidad es la capacidad de mostrar con claridad que hay un camino que tenemos que recorrer y que la salida es posible.

 

Centralidad. Y aclara que la unidad del Frente de Todos no está en cuestión. “No se hagan los rulos” diría la flautista.