Las personas que supieron captar la esencia de los humanos y de la naturaleza, trascienden a través de los siglos. Un ejemplo es Horacio. CARPE DIEM parece haber sido escrito hoy, pues los argentinos y lo salteños necesitamos seguir sus máximas para lograr armonía y crecimiento.

Esta expresión latina, CARPE DIEM, pertenece a una pequeña joya literaria escrita por HORACIO, escritor latino que vivió en el siglo primero antes de Cristo. Su contenido dio lugar a análisis profundos sobre el sentido de la vida. Se hicieron películas que impactaron en nuestra juventud.

 

El poema dice así:

 

“Aprovecha el día. No dejes que termine sin haber crecido un poco.

No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

Somos seres humanos llenos de pasión, la vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.

Piensa que en ti está el futuro y asume la tarea con orgullo y sin miedo”

 

Horacio nos dice que el futuro está en nuestras manos. Que nuestro destino lo forjamos nosotros. Que nada es fácil. Que la vida “nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia”. Pero el futuro, lo que nosotros queremos para todos, especialmente para nuestra sangre, está en el presente. Por eso, aprovecha el día.

 

Estas máximas debieran ser memorizadas por nuestra dirigencia política. Pero se extiende a todos nosotros, porque nuestra dirigencia es fruto de nuestra negligencia o de nuestra diligencia. Quiénes nos conducen son expresión de lo que nosotros, como pueblo, somos.

 

Todas las encuestas prueban la insatisfacción con nuestra conducción. El cansancio de la grieta eterna que nos perjudica a nosotros y los beneficia a ellos, pues solo les interesa la próxima elección.

 

No creemos en nuestra dirigencia, en nuestros jueces, en nuestras instituciones. Queremos cambios, pero no estamos dispuestos a soportar el esfuerzo o el sacrificio de lograrlo. El problema es de todos, pero la solución es de otros.

 

El poema nos enseña que el futuro está en nuestras manos. Pero primero tenemos que definir cuál es el futuro que queremos. Todos deseamos techo, trabajo, buena salud, buena educación, progreso, vivir con esperanzas. Volver a ser una nación respetada por las otras naciones. Tener una moneda sana, sin inflación. Seguridad. Comprobar que nuestros hijos y nuestros nietos crecen y viven mejor que nosotros. Saber que el conocimiento está a nuestro alcance y que con él podremos lograr nuestro ascenso social y económico. Estos objetivos deben ser nuestra estrella polar, la brújula para no perdernos.

 

Los argentinos tenemos notables contrastes. Genios en las ciencias, en las artes, en el deporte. De algún modo revolucionamos la técnica de producir alimentos. Pero a la par, la mitad de nuestros jóvenes no aprenden lo que se les ensaña.

 

Somos solidarios. Los que necesitan un tratamiento muy caro, prontamente reciben donaciones para lograrlo. Los vecinos ayudan a los que sufren desastres, como incendios. En los más humildes existe un principio de autoayuda. Pero cuando un camión con mercadería vuelca, nos precipitamos a robar su contenido. En la televisión nos muestran a personas cargando carnes, botellas, mercadería en general, provenientes del vehículo dañado. Y este robo nos parece normal.

 

Dos días antes llenamos la plaza de Mayo en protesta contra el régimen militar, pero el día que intentamos recuperar Las Malvinas vitoreamos a quiénes ayer repudiábamos.

Adoramos a Maradona, con buenas razones, pero olvidamos a Favaloro.

 

Idolatramos a quiénes no supieron darnos trabajo y nos llenaron de planes. Pero olvidamos a un presidente eficiente, digno, honesto a carta cabal, como Illia.

 

Quiénes nos gobernaron y nos gobiernan, sean regímenes militares o civiles, no resolvieron nuestros problemas. Es hora de que nosotros asumamos la responsabilidad de lograrlo.

 

Tu destino y el mío están en tus manos y en la mía. Y en nosotros el de todos. Pero el oasis en medio del desierto solo se encuentra con esfuerzo, con educación, comprendiendo la diferencia entre las cosas y su valor. Si solo valoramos las cosas, si no existe ética en nosotros, podemos ser ricos pero no seremos pueblo.

 

Si nosotros cambiamos y nos comportamos con honestidad. Si estudiamos, si respetamos, si trabajamos, si nos involucramos, el resultado será dirigentes honestos y eficientes. El esfuerzo debe ser colectivo, pero los mejor situados, como la Justicia, por ejemplo, deben ceder privilegios para que su solidaridad sea imitada.

 

Si nuestros empresarios solo se proponen ganancias, sin solidaridad y los sindicatos no buscan mejorar la productividad. Y si el Estado no se transforma en un generador de servicios, eliminando el amiguismo y el parentesco, siendo frugales, ajustándose al presupuesto y a las leyes y si los organismos de control no actúan con independencia y valentía, estamos condenados a la irrelevancia.