Quiero poner a consideración de todos nuestros lectores, una  sencilla  pero profunda reflexión de una colega y amiga, Ana Lía Parodi, sobre lo que estamos viviendo todos con esta pandemia de coronavirus. Es para pensarlo y por eso lo pongo a consideración de todos.

“Ayer me contacté con varios colegas por trabajo de comunicación institucional. Y me encontré con que lo que vengo sintiendo se replica en cada redacción virtual, en cada equipo de producción que trabaja en remoto, en aquellos que salen al aire, que van al canal, a la radio, a la oficina de la web.

 

Estamos agotados, el trabajo se multiplicó, la vorágine con la que una noticia sucede a la otra apenas nos da margen para chequearla, y ya hay que ponerla al aire porque modifica lo que comunicamos hace minutos.

 

Los gobiernos se transformaron en fuentes permanentes de información y de repente nuestra tarea volvió a ser esencial.

Pero también, todos los días, cada uno de nosotros informa sobre números de enfermos, cantidad de fallecidos y ya no en la lejana China, ahora en nuestras cercanas Italia y España.

 

Y nuestra tarea hoy es “mostrar la espera” de nuestras propias cifras.

 

Mientras tanto, nos llegan mensajes de oyentes, televidentes o lectores que nos hablan de los que aun se juntan en las esquinas de las villas a pasar el aislamiento “juntos”, de las mujeres que viven con sus agresores, de las familias numerosas que deben convivir en una sola habitación pequeña. Mensajes para pedirnos desesperadamente que preguntemos cómo van a hacer para comer porque se les está acabando el alimento, o para que los gobernantes sepan que sin las changas no pueden seguir, o que tienen terror a perder el trabajo...

 

Y también se vuelven imparables los mensajes de whatsapp en nuestros teléfonos (si los celulares de los ciudadanos comunes están estallados, imaginen los nuestros en los que tenemos agendas con cientos o miles de contactos) y suman angustia y adrenalina a nuestros días.

 

Las redes sociales dejaron de ser fuentes para nosotros porque se nos hace prácticamente imposible destinar tiempo a revisarlas y contrastar lo que leemos; pero siguen siéndolas para muchos ciudadanos.

 

Muchos periodistas están conociendo el trabajo desde casa y entonces los límites de tiempo se desdibujan y estamos conectados todo el día y la intoxicación de noticias se siente en el pecho. Pero sabemos que mientras uno está en casa, un compañero está poniendo la cara y querés ayudarlo a que tenga la posta, a que no se equivoque, a aliviarle la carga.

El que esta al aire salió de su casa y sabe perfectamente lo que significa esa exposición a las calles (controles policiales, permisos, el virus).

 

Estamos todos pasados de rosca, estamos todos "infoxicados", sentimos la pulsión de informar porque para eso nos formamos, pero somos humanos y sepan que los periodistas también tenemos miedo a la muerte.”