Quien más, quien menos, escuchó hablar de Pangea. Esa fue la genial intuición del geólogo y meteorólogo alemán Alfred Wegener acerca de una gran tierra que se formó cuando se acoplaron los continentes en una sola masa terrestre.

 

Wegener murió congelado en los hielos de Groenlandia tratando de probar su teoría de la deriva continental. Pero nos dejó la idea, luego comprobada, de que los continentes estaban a la deriva y de que si los retrotraíamos encajaban como las piezas de un rompecabezas. Las costas de América del Sur y de África eran en ese sentido sumamente elocuentes como piezas de un engranaje mayor.

 

Pangea fue el supercontinente que unía todas las tierras, las cuales estaban rodeadas por un océano mundial o superocéano al que llamaron Panthalassa.

 

Hace unos 200 millones de años Pangea comenzó a desmembrarse y se partió en dos originando a Laurasia y Gondwana.

 

Nosotros, americanos del sur, quedamos dentro de Gondwana, la que se terminaría dividiendo en numerosos bloques que dan lugar a los actuales continentes de África, Australia, Antártida, América del Sur y la India. Esta última en su deriva continuó rumbo al norte y se estrelló contra Asia para dar lugar a la cadena montañosa colisional del Himalaya.

 

Una historia cíclica

 

La historia de por sí es apasionante, pero se vuelve aún más curiosa cuando se descubre que Pangea estuvo precedida en el profundo pasado geológico por otros supercontinentes. Y no uno, sino varios. Se calcula que desde el principio de los tiempos geológicos, esto es desde fines del Hádico o período infernal, hubo al menos seis supercontinentes hasta llegar a Pangea.

 

Y más sorprendente aún es que en la dinámica planetaria se espera la formación de otros supercontinentes en el futuro lejano. Por lo pronto uno de ellos ya tiene nombre y es Amasia, la unión de las Américas con Asia en una sola gran masa continental.

 

El hecho de que haya habido varios supercontinentes en el pasado y habrá otros en el futuro, abre ventanas de gran valor para entender el funcionamiento de la corteza terrestre. Si conseguimos deducir la existencia de esos supercontinentes pasados y predecir la existencia de otros hacia futuro, tenemos en frente una extraordinaria herramienta metodológica. Podemos usar el mecano de los continentes para ir hacia atrás o hacia adelante en el tiempo.

 

Esto lleva a pensar en que hay una ciclicidad en el armado y el desarmado de los supercontinentes o sea que se puede hablar de un "ciclo de los supercontinentes". Ciclo que se repetiría cada determinada cantidad de millones de años.

 

El análisis de los supercontinentes del pasado indicaría que ese ciclo se da cada 500 millones de años aproximadamente. Los continentes en su deriva navegan alrededor de todo el globo terráqueo. A veces los encontramos en latitudes polares y en otras cruzando el ecuador.

 

Las huellas del clima

 

Los distintos climas y ambientes imprimen sus huellas en los relieves dejando restos de bosques, selvas, glaciares, desiertos y restos fósiles de los animales y vegetales que vivieron en esas distintas situaciones. Precisamente fueron esos distintos elementos los que utilizó Wegener cuando ensambló su Pangea y lo hizo utilizando y clasificando los argumentos en cinco grupos: geodésicos, geofísicos, geológicos, paleontológicos y paleoclimáticos.

 

Pangea fue el último supercontinente y el primero en ser descubierto, pero como se señaló no fue el único. En base a los mismos argumentos que utilizara Wegener y de muchas técnicas que se desarrollaron en el último siglo tales como las dataciones radimétricas precisas del tiempo geológico, los isótopos de múltiples elementos químicos que se usan como huellas digitales de procesos pasados, la tomografía sísmica que ayuda a develar la estructura profunda de la corteza y del manto, los minerales magnéticos que conservan congelada la orientación de los polos durante su formación y que son una ayuda fundamental en el paleomagnetismo, los satélites que digitalizan la superficie terrestre, entre otras numerosas técnicas modernas y complejas. Asimismo han servido en el armado las viejas raíces de cadenas montañosas colisionales, los pulsos globales de distintos tipos de mineralizaciones, los enjambres de diques basálticos de la apertura de las zonas de rift, las mega glaciaciones continentales, la curva de altibajos del nivel del mar, las curvas de expansión y regresión de los niveles de oxígeno y anhídrido carbónico, etcétera.

 

Otra herramienta metodológica es el "Ciclo de Wilson" que explica cómo una masa continental empieza a adelgazarse por el calor interno hasta que se debilita y fractura para formar un rift como el que hoy se observa en África oriental. Las masas continentales comienzan a separarse hasta que ingresa en ellas el océano. El proceso continúa hasta que uno de los bordes de la corteza oceánica se hunde por mayor peso debajo del continente. Ello en razón de que el planeta tiene un diámetro fijo, o sea que no se puede expandir infinitamente. Comienza entonces un proceso de retracción hasta que finalmente ese océano se cierra y en su lugar se forma una cadena montañosa colisional.

 

Las tremendas presiones de esos choques hacen que las rocas comunes se deformen por presión y temperatura generando rocas metamórficas, las que van a ser una guía valiosa en las reconstrucciones continentales.

 

Los continentes más antiguos

 

Gracias a lo anteriormente señalado, los geólogos al igual que los detectives van sumando, elemento tras elemento, hasta poder reconstruir aquellos supercontinentes del pasado.

 

El más viejo sería Vaalbara, un nombre que acopla dos de los más antiguos cratones como son Kaapvaal en Sudáfrica y Pilbara en Australia. Hipotéticamente, Vaalbara habría existido en el Arcaico entre 3600 y 2800 millones de años atrás.

 

 Luego vendría Ur, que sería unos 500 millones de años más joven que el anterior, aunque su existencia también es hipotética.

 

Los restos de corteza volverían a fusionarse para dar el supercontinente Kenorlandia, entre unos 2.800 y 2.500 millones de años atrás.

 

El cambio químico de la atmósfera, las precipitaciones masivas de hierro marino y las primeras glaciaciones tuvieron lugar en ese tiempo.

 

El cuarto supercontinente se ha dado en llamar Columbia o Nuna y existió entre 1.800 y 1.500 millones de años atrás. Luego vendría Rodinia que existió entre 1.100 y 750 millones de años atrás y que estaba rodeado por el superocéano Mirovia.

 

El sexto y último supercontinente, antes de Pangea, fue Pannotia o Vendia que existió entre 650 y 540 millones de años. Dado que las masas terrestres estaban cerca de los polos se produjo una glaciación global que llevó a la Tierra a convertirse en una bola de hielo.

 

Estas mutaciones de continentes y océanos tuvieron gran influencia en la evolución de la vida, especialmente con la desaparición de las plataformas continentales.

 

Piénsese en la India, en camino de colisión contra Asia y en ese océano y esas plataformas, llenas de vida, que desaparecen para formarse allí una extraordinaria cadena montañosa: Himalaya.

 

El próximo gigante

 

Como se ve la explicación geológica es bastante complicada, pero al menos conviene saber aquí que los continentes se reunirían periódicamente en una masa única, que luego comenzaría a separarse hasta alcanzar un máximo y finalmente regresaría a la posición inicial.

 

Esos movimientos se producen a razón de algunos centímetros por año y de allí que el ciclo completo requiera grandes cantidades de tiempo. Lo cierto es que los continentes siguen moviéndose con distintas velocidades y los océanos expandiéndose o cerrándose según los casos en función de la tectónica de placas.

Se calcula que dentro de 250 millones de años habrán desaparecido el Atlántico y el Pacífico, las masas terrestres se volverían a soldar en un supercontinente rodeado a su vez por un superocéano.

En esa nueva distribución, a la que se ha dado en llamar el supercontinente Amasia, no solamente Asia se soldaría con América, sino que donde hoy está el Pacífico, quedarían entrampadas Australia y la Antártida.