El celular reemplazó las reuniones. En las oficinas de los frentes políticos, los ringtones suenan graciosos, estridentes o musicales, tratando de “arreglar” incorporaciones promiscuas. Los rumores se suceden, las versiones se multiplican para uno y otro lado. A fulano no le pagaron y por eso se fue. A sultana la amenazaron y no quiso participar de la elección. Mil basuras se repiten.

Los nombres, en general archiconocidos por todos, se encadenan en alianzas que parecen una mezcla de ensalada de frutas con chinchulines. La desprestigiada derecha se junta con algún “sacha” populismo tan desprestigiado como ella y se abrazan, sonríen, se felicitan y se palmean las espaldas como padrinos de un casamiento. Se besan sin tocarse, o apenas, como las madrinas del mismo casamiento. Se miran satisfechos, viendo en el otro un fulero como ellos, apenas un espejo que deforma.

 

De propuestas no hablemos. Imposible juntar lo irreconciliable y exponer las diferencias entre pensamientos que solo delatan la unión por intereses que claramente no son políticos.

 

Era de Whatsapp, los mensajes vuelan a la velocidad de la luz, oscureciendo la política local. Los e-mails quedaron muy atrás y solo los teléfonos aportan información. Agachados sobre sus dispositivos, los reunidos pierden la mínima educación de mirarse a la cara, tan absortos están de contestarle a alguien lejos, en lugar de atender a quien tienen enfrente, donde tienen sus cuerpos comprometidos. Ese cuerpo que poco a poco se arquea hasta producir jorobas que te joroban. Que te anticipan una posición de sometimiento, de debilidad y que anticipa un cuerpo doblado ante el peso de la responsabilidad de gobernar que nunca asumirán, porque seguirán mirando al otro a través de una pantalla y nunca cara a cara. Nunca mirarán el dolor del otro, la necesidad del otro. Nunca mirarán la Patria. Miradas enfrascadas en dispositivos, que les arquea el cuerpo, que les tuerce la voluntad, que enrosca sus figuras mientras rosquean el destino.

 

 El frenesí de los papeles que no llegan invade las oficinas y la preocupación de los apoderados y representantes de candidatos, porque se cumpla con la palabra empeñada hace cinco minutos habla del valor de “la palabra empeñada”.

 

Desconfianza, voces bajas, miradas esquivas mantienen a la gente normal alejada de este mundo.

 

Finalmente son presentados los nombres por la prensa y allí comienza un baile de subidas y bajadas que se entiende poco. ¿Por qué aquel que se abrazaba con este, ahora puede mutar en socio del otro?

 

Desde afuera, el pueblo, que sabe que eso es sucio y que por lo tanto “no hay que meterse”, ese pueblo está cansado de las roscas infinitas que nunca resultan buenas para él.

 

Pueblo hay en los barrios periféricos, pero también en el centro y en los barrios privados. Hay pueblo entre los comerciantes y los fabricantes. Entre los deportistas y los sedentarios. Aquí no hay grieta social ni política. Están los que engañan con sus roscas y estamos el resto.

 

Y esa falta de palabra, esa desconfianza, esa ausencia de propuestas integradoras de la sociedad, aleja cada día más al ciudadano/pueblo de las urnas.

 

UNIDAD POPULAR. Una Lista, Un Partido, Un Mensaje.

 

Salta para vivir bien. Sin roscas.