En una época como la actual, de enorme crisis política, económica, institucional y de valores, ¿están nuestros líderes políticos preparados para hacerle frente a tantos desafíos? En otras palabras ¿puede nuestro sistema político producir el perfil de los dirigentes que se necesitan aquí y ahora?; líderes políticos capaces de realizar cambios históricos y de recuperar la credibilidad de la sociedad.

Los ciudadanos votan, pero no eligen a los candidatos a cargos electivos, por cuanto la responsabilidad en su selección y elección

 

recae sobre los partidos políticos por disposición legal, como también la obligación de prepararlos para la función pública.

 

La partidocracia

 

Pero estos sectores políticos, obligados por sus reglas internas, sus fines y sus incentivos, terminan constituidos en organizaciones que prioritariamente atienden los intereses de la cúpula y que acaban generalmente en manos de cabecillas capaces de satisfacerlas y rodeados de sus "leales."

 

La lealtad personal (una lealtad desvirtuada) es el factor que prevalece por encima de cualquier otro, siendo un pésimo caldo de cultivo que impide reclutar hombres públicos de valía para que lleguen a la jefatura del partido o sean escogidos como candidatos.

 

El primero en observar y documentar el fenómeno fue Robert Michels en su libro "Los partidos políticos - Un estudio de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna", aparecido en el año 1911.

 

Dentro de la misma temática, el constitucionalista Italiano Luigi Ferrajoli, en su obra "Poteri Selvaggi" (Poderes salvajes) escrita en 2011, un siglo más tarde que Michels, esboza un razonamiento similar al explicar por qué ya no los partidos, sino las propias democracias constitucionales, colapsan por incumplimiento "necesario" de sus mínimos valores vitales por la cúpula y por la base.

 

La lectura de su texto ilustra que este autor no llega tan lejos como Michels y se queda en el ideal que ello se lo arregla haciendo a los partidos políticos "de verdad" democráticos y altruistas para con la patria y los electores.

 

En razón que Ferrajoli cita no menos de ocho inconsistencias graves del sistema constitucional moderno, obliga a pensar que la ingenuidad en el arquetipo del catedrático es meramente retórica. Entre esas fisuras destaca la verticalización y personalización de la representación. (El star system llevado a la política con la pérdida del vínculo entre el electorado y los candidatos propuestos). Deja al descubierto que en la actualidad es creciente la crisis de participación. Respuesta al distanciamiento de élites del poder y partidos. Alerta sobre la decadencia de la moral pública, producto de la impotencia del ciudadano al tenerse por normales esas conductas inapropiadas.

 

Pone el foco sobre la desaparición de la opinión pública que, según indica, fue fraccionada por intereses privados (pérdida de los valores comunes).

 

Volviendo a lo nuestro, con el sistema político que tenemos es difícil que la sociedad produzca líderes políticos idóneos y lleva a que, el carisma, el talento y los méritos no puedan tener ninguna importancia a la hora de llegar a la elite de un partido, sino que, por el contrario, aquellos que rinden pleitesía eterna a los ocasionales cabecillas son los que copan los puestos de importancia para postularse a un cargo electivo, los que a veces son ocupados por candidatos de afuera, o intrépidos sin la preparación que se requiere para el ejercicio de la función a desempeñar. Lo antedicho lleva a una consecuencia lógica: la pérdida de la legitimidad otorgada y el inicio de un proceso de renovación sistémica, muy lento, imparable e impredecible, pero que en algún momento culminará; solo debemos esperar un nuevo vanguardismo político que termine de enterrar este régimen.

 

El problema, claro está, reside en la falta de democracia interna de los partidos políticos y en los procedimientos previstos para acceder a sus órganos directivos, con hábitos contrarios a los que deben sujetarse las organizaciones modernas y supuestamente democráticas, es que, por lo general, se alcanza la presidencia del partido o su intervención por el dedo de la dirigencia partidaria nacional, o con enorme poder local, lo mismo sucede con las precandidaturas a cargos electivos, a las que muchas veces se llega gracias a internas arregladas de antemano, o unilateralmente se propone a los aduladores o a parientes y amigos, cuyo único mérito es ser "personas de confianza" de la cúpula del partido. El auténtico debate de ideas, por no hablar de la crítica o de la simple discrepancia brillan por su ausencia. Es en ese entorno en el que hoy se forjan los líderes partidocráticos.

 

La vuelta al absolutismo

 

Este tipo de organizaciones se comportan de forma bastante parecida a la Corte de un monarca absoluto: con sus autoridades encaramadas en el papel de "El partido soy yo", la existencia de camarillas que se odian entre sí, que lleva a la puja entre facciones dentro del mismo partido; los favoritos/as de turno comandados por la jefatura partidaria central, la que a veces se polariza entre caciques enfrentados. André Hauriou denunció la partidocracia como contraria a la democracia, al prevalecer el autoritarismo como rasgo distintivo en el seno de los partidos, ello conduce a que estos se encuentren erosionados y sin idearios políticos.

 

Pero claro, las cualidades que permiten sobrevivir e incluso ascender en este tipo de ambientes no suelen ser las que se precisan en una situación como la actual, por cuanto lo que ahora se necesita para sacar a la sociedad de una crisis extrema son dirigentes con mucho carácter, coraje, transparencia y hasta mucha rapidez en la toma de decisiones, todo eso partiendo de la base de que tiene las ideas claras, o más modestamente, que tiene claro un programa de reformas más allá de las evidentes dificultades políticas para implantarlo. Por ello se necesitan líderes que den la talla para transformarse en buenos gobernantes, que trabajen para el ciudadano y no para su provecho, que entiendan la política como herramienta para responder y construir las demandas del pueblo, que defienda valores y principios republicanos, concordantes con la autoridad moral y la ética.

 

Una situación extraordinaria

Hoy, ya no bastan las cualidades, digamos básicas ni que uno, si es agraciado, puede dar por sentado que la mayoría de las personas de las que se rodea ofrecen: honestidad, seriedad, formación, capacidad de trabajo, una cierta inteligencia, etc. -más allá de que muchos gobernantes no las exhiben-. Esto puede ser suficiente para una época de estabilidad y bonanza, pero este no es nuestro caso. En este momento se requieren, aparte de esas condiciones, aptitudes extraordinarias porque la situación es extraordinaria.

 

Pero resulta que esas calidades -incluida la de hablar de cosas difíciles de forma improvisada ante un público poco complaciente y con ganas de hacer preguntas- no abundan; no se han adquirido, porque tal como funciona el sistema actual, no son en la actualidad requeridas para alcanzar el liderazgo político, siendo que para esta coyuntura especial se debería exigir a los líderes atributos concurrentes con la sabiduría.

 

Si los afiliados a los partidos políticos no reaccionan van a tener esa clase de líderes que se merecen, con los riesgos que ello trae aparejado. Los candidatos electos sin los aludidos requisitos, inexorablemente, tendrán un desempeño mediocre, demostrando en los hechos que carecen de méritos para hacer lo que les hemos encomendado con nuestro voto, y pondrán en evidencia su falta de entereza al valerse de su estatus para enriquecerse y favorecer a familiares y amigos.

 

La alternativa para salir de esta situación podría consistir en abandonar de una vez por toda estos (malos) hábitos adquiridos en muchos años de política de partido y dejar de actuar menos como un monarca absoluto y más como dirigentes de una democracia moderna. Por ejemplo, alentando la opinión crítica y hasta la disidencia, incluso dentro del propio partido.

 

Hay otra opción: seguir pensando y buscando soluciones. Por ejemplo: ¿Por qué insistimos tanto en que necesitamos un líder? ¿De verdad, es necesario que se recurra al mesianismo con tanta frecuencia? ¿No será que hace falta un ser humano con amplitud de visión para planificar y proyectar con corrección y convicción un plan de gobierno? Es que hoy la sociedad reclama una dirigencia que, por sobre todo tenga esperanza y fortaleza en revertir el estado situacional en que nos hallamos, que pueda conducir a los ciudadanos con el perfil de un servidor público con sólida formación y en la política: estadista; conocedor, interprete y ejecutor de políticas estratégicas, es decir aptas para el crecimiento y el desarrollo en el ámbito que fuere; que se encuentre dispuesto a luchar con valentía contra la corrupción, con capacidad para recuperar la república y que emerja como una verdadera y real oposición. Esta reconstrucción es una tarea que nos convoca a todos, no puede hacerlo un líder o un espacio político en soledad, la ciudadanía tiene que estar convencida y acompañar esta decisión. Cualquier acción política que se encare hoy debe tener en cuenta lo anterior y prepararse a recorrer un largo camino para lograrlo.