Jonathan Swift no nació un 13 de abril de 1724, lo que me priva de traerlo a colación por los 300 años de su nacimiento. Estas coincidencias siempre son útiles ya que brindan excusa para dar inicio a mis artículos, aprovechando cuando otros grandes personajes tienen la gentileza de nacer en fechas que conmemoren un aniversario con números redondos. Pero, a falta de esa concordancia, lo que sí podemos decir es que hace 300 años Swift (que no es Taylor) estaba terminando la obra por la que se le conoce universalmente: Los viajes de Gulliver, que se publicó en 1726.
A este genial irlandés se lo considera uno de los máximos exponentes de la literatura para niños, ignorando que nunca fue la intención de Jonathan dirigirse al público infantil. Prácticamente toda su obra consiste en mordaces críticas a la sociedad humana.
Precisamente los "Viajes…" desde su primera edición fueron objeto de numerosas censuras por la cruel sátira dirigida a los gobernantes de entonces. De los cuatro viajes de Gulliver prácticamente los únicos conocidos son el de Lilliput, con sus diminutos liliputienses y el viaje a la isla de los gigantes (Brobdingnag). De los otros dos viajes, hemos oído hablar: muy poco del viaje a Laputa (sobre todo en las discusiones en el tránsito) y nada del viaje a la isla de los Houyhnhnms (criaturas muy racionales pero muy parecidas a los caballos). Los Houyhnhnms (relinchos) son los amos de los Yahoos (¿le suena al lector?), que son individuos parecidos a los humanos, pero carentes de raciocinio. Los Yahoos poseen todos los vicios que, a juicio de Jonathan Swift, representan al ser humano, tales como la avaricia, el egoísmo, el vicio y la agresividad.
En 1729, Jonathan Swift escribió un breve ensayo titulado "Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público". En este ensayo, Swift aborda el problema de la pobreza en Irlanda, específicamente la difícil situación de los campesinos inquilinos que no pueden alimentar a sus hijos debido a la presión de los propietarios inflexibles. Su propuesta, presentada de manera satírica y provocadora, sugiere que la solución podría ser criar a los niños para el consumo de su carne, como una forma de aliviar la sobrepoblación y la hambruna. A través del sarcasmo, la ironía y el humor negro, Swift denuncia las condiciones deplorables de los jornaleros y campesinos, al tiempo que plantea una tesis absurda para resaltar la urgencia de abordar la crisis social y económica en Irlanda.
Recientemente el presidente Javier Milei se refirió a los dichos del diputado libertario Alberto "Bertie" Benegas Lynch (miembro del clan que fanáticamente admira Milei), quien cuestionó que la escolaridad sea obligatoria. Milei pretendió excusarlo culpando (cuando no) a los periodistas, (en este caso la muy respetada Romina Mangel), sosteniendo además, que fue una frase "absolutamente desafortunada y sacada de contexto". Pero no, ni se sacó de contexto, ni es una frase desafortunada para un libertario que se precie de tal; como veremos a continuación.
Murray, el can pensador
La propuesta de Jonathan Swift, que reseñamos, indudablemente es una sarcástica atrocidad, pero -desde el campo libertario- hay quienes han formulado propuestas parecidas como planteos "serios". Se trata -nada menos- que del fundador de la exótica teoría del anarco capitalismo e ídolo máximo de nuestro presidente Milei: el economista norteamericano Murray Rothbard. Tanto aprecio le tiene Milei que le ha conferido el exclusivo honor de bautizar a uno de sus perros con su nombre: Murray, que es el can que lo asesora a Javi en materia económica.
Dice Murray (el economista, no el mastín inglés), en su libro "Ética para la libertad" (pag.95): "Si un padre puede tener la propiedad de su hijo, puede transferirla a terceros. Puede dar al niño en adopción, o puede vender sus derechos sobre él en virtud de un contrato voluntario. En suma, tenemos que enfrentarnos al hecho de que en una sociedad absolutamente libre puede haber un floreciente mercado libre de niños. Esto suena, a primera vista, monstruoso e inhumano. Pero una mirada más atenta descubre que este mercado posee un humanismo más elevado. Debemos empezar por reconocer que existe ya, de hecho, este mercado infantil, sólo que, dado que los gobiernos prohíben vender los niños por un determinado precio, los padres se ven ahora obligados a entregarlos a centros de adopción. Y esto significa que el mercado de niños existe, solo que el gobierno ejerce un control máximo de los precios hasta reducirlos a cero y que restringe, además, las operaciones mercantiles a unas pocas agencias privilegiadas y, por tanto, monopolistas".
Y continúa esta aterradora insensatez de Murray: "La demanda de bebes y niños es muy superior a la oferta. Asistimos diariamente al espectáculo de la tragedia de personas adultas a quienes agencias de adopción tiránicas y fisgonas les niegan el gozo de poder adoptar un hijo. Se da, a la vez, una amplia demanda insatisfecha de niños por parte de adultos y parejas, y un elevado número de excedentes, de niños no deseados, desatendidos o maltratados por sus padres. Si se permitiera el mercado libre de niños, se eliminaría este desequilibrio y se llevaría a cabo una transferencia de bebés y de niños desde padres que no los quieren o no los cuidan a padres que desean ardientemente tenerlos. Todos los implicados: los padres biológicos, los niños y los padres adoptivos que los compran saldrían ganando en este tipo de sociedad! ".
Aunque los disparates de Murray se extienden a lo largo de varias páginas, finalizamos con una última muestra de su galería del horror y su mente extraviada: "Un padre o una madre no tienen derecho a agredir a sus hijos, pero tampoco deberían tener la obligación legal de alimentarlos, vestirlos y educarlos, ya que tales exigencias serían coactivas y privarían a los padres de sus derechos. A los padres les asistiría el derecho legal a no tener que alimentar al niño, esto es, a dejarle morir. Cabe preguntarse si les asiste a los padres el derecho a dejar morir (por ejemplo, no dándole alimentos) a un hijo deforme. La respuesta es, por supuesto, afirmativa, ya que deriva del derecho general, de permitir que muera cualquier niño, deforme o no. (No obstante, en una sociedad libertaria esta «negligencia" se vería reducida al mínimo gracias a la existencia de un mercado libre de niños)."
Crease o no, son palabras del gran Dios libertario que venera nuestro presidente. íQué las fuerzas celestiales nos protejan!