Un especie extinta de ungulado que vivió en la Puna hace 40 millones de años se llama “martinmiguelia fernandezi”, en homenaje a uno de los héroes máximos de la Independencia.

Martín Miguel de Güemes, el héroe máximo salteño y prócer de la independencia argentina, recibió en 1995 un homenaje especial proveniente del mundo de la paleontología.

 

Los restos fósiles de un mamífero primitivo y extinto del Noroeste argentino fueron designados con el nombre del prócer por paleontólogos de la Universidad Nacional de La Plata y este hecho es casi desconocido fuera del mundo científico. Aquí se recapitula esa historia.

 

A mediados de la década de 1990 el arqueólogo y paleontólogo argentino Jorge Fernández exploraba un sector de la Cordillera Oriental de la provincia de Jujuy, en las sierras al oeste de la Quebrada de Humahuaca. Fernández estaba dotado de un raro sexto sentido para la búsqueda de fósiles y había realizado algunos hallazgos trascendentes en las serranías limítrofes entre la Cordillera Oriental y la Puna, más concretamente en las regiones de mina Aguilar, Barro Negro y Tres Cruces. Su blanco de exploración lo constituían las espesas secuencias sedimentarias de capas de areniscas rojas, calizas amarillas y margas multicolores que se expresan allí por doquier y que se depositaron a fines del período Cretácico y comienzos del Terciario.

 

Estaban representados en esa región, vistosa y turística, los estratos contemporáneos con la extinción a escala mundial de los dinosaurios. Precisamente en los niveles margosos verdes y rojizos había encontrado restos de peces pulmonados; tortugas, incluso algunas con sus caparazones completos, y restos de los mamíferos que se expandieron luego de la desaparición catastrófica de los dinosaurios. Todos esos hallazgos llamaron la atención de los paleontólogos del Museo de La Plata, en especial del entonces decano de los paleontólogos argentinos, Dr. Rosendo Pascual. Las capas geológicas, su composición sedimentológica y la naturaleza de los fósiles, especialmente las tortugas y los peces pulmonados, dieron pie a nuevas interpretaciones sobre el medio ambiente en aquella región unos 50 millones de años atrás.

 

Los antiguos caballos

 

Esto es, llanuras húmedas con lagunas de desecación periódica similares a los llanos de Colombia y Venezuela. También Fernández había encontrado en Barro Negro un depósito de turbas con huesos fósiles de mamíferos, pero mucho más moderno, del período Pleistoceno de la era Cuaternaria; esto es de la popularmente conocida Edad de Hielo y que fuera llevada exitosamente al cine en varias entregas.

 

Entre otros restos óseos encontró allí los huesos de caballos fósiles (Hippidion sp.). Vale la pena mencionar que los caballos se expandieron rápidamente en los ambientes sudamericanos luego de su ingreso desde América del Norte a fines del período Terciario. Se extinguieron unos diez mil años atrás y luego fueron reintroducidos por los españoles en el siglo XVI. Los caballos encontraron sus ecosistemas intactos y se reprodujeron explosivamente al punto de formar manadas de miles de animales que deambulaban por la Pampa. Darwin observó una montaña de animales muertos luchando desesperadamente por las últimas gotas de agua en charcos barrosos durante un período de sequía que ocurrió durante su visita a la Argentina en la década de 1830.

La historia del hallazgo que nos ocupa comenzó cuando Jorge Fernández realizaba exploraciones paleontológicas aguas arriba del río Yacoraite, entre las sierras de Mal Paso y Aguilar, al oeste de la localidad de Humahuaca, en la provincia de Jujuy. El hallazgo se produjo en unas capas de areniscas rojas en la confluencia de los ríos Laguna y Casa Grande. Precisamente esas areniscas rojas pertenecen al período Eoceno superior y fueron designadas originalmente como Formación Casa Grande en un estudio que realizaron los doctores Rogelio Bellmann y Raúl Chomnales, del viejo Instituto de Geología y Minería de Jujuy.

 

En esas capas de areniscas rojas de la Formación Casa Grande, Fernández descubrió restos óseos fragmentarios correspondientes a partes de un cráneo y mandíbula de un mamífero primitivo. Llevó los fósiles a la Universidad de La Plata, donde fueron entregados a dos paleontólogos especialistas en el tema, los doctores Mariano Bond y Guillermo López. Luego de una elaborada comparación con otros materiales fósiles provenientes de la Patagonia, llegaron a la conclusión que se trataba de un animal nuevo para la ciencia del grupo de los notoungulados (Orden Notoungulata, Roth, 1903).

 

Los notoungulados, etimológicamente “ungulados del sur”, fueron un gran grupo de ungulados extintos originarios de América del Sur. Dichos mamíferos tuvieron tallas desde el tamaño de un perro al de un elefante y cráneos con una variedad de dentaduras que superan, en ciertos aspectos, a la diversidad morfológica observada entre los ungulados vivientes.

 

Algunos llegaron a poseer unos cuernos frontales a la manera de rinocerontes. El fósil en cuestión fue asimismo clasificado como un toxodóntido (Suborden Toxodontia, Owen, 1853), dentro de los leontínidos (familia Leontiinidae, Ameghino, 1895). Ameghino denominó a los leontínidos en homenaje a su esposa, la francesa Leontina Poirier. Desde Linneo hasta hoy los animales y plantas han recibido un “nombre y apellido” que los identifica como género y especie. Se trata de la clasificación binomial que Carolus Linneo (1707-1778) popularizó en su libro “Systema Naturae” (1735) donde establece una categorización metódica de los seres vivientes.

 

Con ello surgió la ciencia de la taxonomía que trata de los principios, métodos y fines de la clasificación de los grupos de animales y vegetales.

 

A partir de Linneo todos los animales y plantas recibieron un nombre científico. Esto se hizo luego extensivo a los restos fósiles, que representan a plantas y animales que vivieron en el pasado geológico y que hoy se encuentran extintos.

 

Por ello, cuando se descubre un nuevo organismo, ya sea viviente o fósil y previamente desconocido, los zoólogos, botánicos o paleontólogos le ponen un nombre a su gusto y elección.

 

Dicho nombre puede hacer referencia a una característica biológica determinada del individuo o bien un homenaje a personalidades de cualquier campo de la actividad humana. Esas personalidades pueden ser contemporáneos o bien destacados hombres y mujeres de reciente fallecimiento o simplemente personajes de la historia. Lo mismo pasa con los minerales, con la diferencia que reciben un único nombre (ej., rivadavita por Rivadavia, sanmartinita por San Martín, sarmientita por Sarmiento, etcétera).

 

 “Martinmiguelia fernandezi”

 

Es común que el fósil a veces reciba el nombre del descubridor en su honor cuando el estudio lo realizan otros especialistas. Así quedaron inmortalizadas muchas personas que tuvieron la suerte de toparse con un resto fósil que no había sido clasificado previamente y que, respetando la ley vigente, entregaron los restos para su estudio a las instituciones científicas correspondientes. Téngase presente, además, que el tráfico y comercio con fósiles está penado por la ley.

 

Los paleontólogos de La Plata concluyeron que el mamífero fósil correspondía a un nuevo género y una nueva especie de la familia de los leontínidos y lo clasificaron como “Martinmiguelia fernandezi”, nombre propuesto como homenaje al general Martín Miguel de Güemes, defensor de la frontera norte de la patria y héroe de la gesta independentista; y la especie, en reconocimiento al descubridor del fósil, Jorge Fernández. Así lo hicieron conocer en 1995 en la revista Ameghiniana de la Asociación Paleontológica Argentina

 

Martinmiguelia fernandezi no ha sido invalidado por estudios posteriores y está vigente en la taxonomía paleontológica internacional, al igual que sus relativos Anayatherium, Ancylocoelus, Colpodon, Coquenia Elmerriggsia, Gualta, Huilatherium, Leontinia, Scarrittia y Taubatherium. Martinmiguelia fue entonces un mamífero ungulado primitivo, notoungulado leontínido, cuadrúpedo y herbívoro, de fuerte estructura corporal.

 

La familia de esos animales se caracterizaba por poseer unos incisivos similares a los cánidos actuales. La edad de los fósiles se remonta al Eoceno superior, unos 40 millones de años atrás, y son equivalentes a otros restos de mamíferos descubiertos por el suscrito en la Puna, en las localidades de Pastos Grandes y Antofagasta de la Sierra. Pertenecen a una época en que la Puna y la zona de Humahuaca se encontraban a muy baja altura, tenían clima cálido y húmedo, con bosques amplios y ambientes de ríos y lagunas con cocodrilos y tortugas.

 

El ambiente y Martinmiguelia desaparecieron muchos millones de años atrás, luego de que comenzara el fenómeno orogénico de la elevación de los Andes.

 

Una faceta desconocida de Güemes y su tiempo está en mi libro: “En torno a Martín Miguel de Güemes. La ciencia y minería de su tiempo” (Mundo Gráfico Editorial, 140 p., 2017, Salta). La mejor manera de recordar a Güemes es honrar su memoria.