Para visibilizar y poner a las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) en el centro de la agenda, el 27 de junio se conmemora el Día Internacional de las Pymes, tal como fue designado por la Asamblea General de la ONU en abril del 2016. La iniciativa fue impulsada por la delegación argentina en la ciudad de Nueva York, en ocasión de la 61ª Conferencia del Consejo Internacional de la Pequeña Empresa (ICSB).

Estas empresas son responsables de la generación de empleo e ingresos importantes en todo el mundo y son un factor clave en la reducción de la pobreza y el fomento del desarrollo. Las pymes tienden a emplear una gran proporción de trabajadores pertenecientes a los sectores más vulnerables de la sociedad, como mujeres, jóvenes y personas de hogares desfavorecidos. Como grupo, estos pequeños negocios son los generadores de ingresos más importantes en la "base de la pirámide".

 

Según datos de la ONU, las pymes son la espina dorsal de todas las economías capitalistas modernas. En el mundo, el 90% de las empresas existentes pertenece a este universo. Además -al igual que en Argentina-, representan el 70% del empleo y constituyen la mitad del producto bruto interno. A pesar de ser las mayores generadoras de empleo, estas empresas deben hacer frente a múltiples obstáculos, teniendo serias desventajas competitivas. Allí tienen problemas para controlar, planificar y prevenir, posibilidades para rodearse de personal competente, falta de capacitación de los integrantes de la empresa, deficientes sistemas para la toma de decisiones y la solución de problemas, dificultad para consultas externas a la empresa, incumplimiento de obligaciones impositivas y laborales, etc.

 

Las pymes son las principales generadoras de empleo en América Latina, pero cerca de 7 de cada 10 de sus trabajadores están en condiciones de informalidad, según datos difundidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Cabe preguntarse si ello obedece a algún síndrome de perversidad de los empleadores pymes que los lleva a mantener a sus trabajadores en la informalidad, mientras que las grandes empresas, por el contrario, son la bondad personificada y se preocupan porque sus trabajadores gocen de una registración adecuada. La respuesta es muy sencilla: las pymes, al no tener un gran volumen de transacciones, no alcanzan economías de escala, y el costo laboral de ese trabajo cuasi artesanal resulta altísimo. Sumado ello al costo de los insumos, de la energía, de los materiales, de la logística, del transporte, de los impuestos, etc.: no le dan los números.

 

En el caso argentino, la legislación laboral se ha convertido en una trampa mortal para las pequeñas empresas. No existe una política de Estado de auténtico apoyo al desarrollo de las pymes, lo que se confirma por su nivel de alta mortandad.

 

Nuestra normativa laboral no diferencia, prácticamente, entre empresas según su dimensión, como ocurre en otros países. De tal forma, el pequeño taller debe abonar las mismas remuneraciones, otorgar iguales vacaciones y licencias, pagar similares indemnizaciones, etc., que las que están obligadas, Techint o Ford Motor Argentina, lo que no parece muy equitativo. Si bien en 1995 se dictaron dos leyes que afrontaron la problemática laboral de las pymes, sus débiles estipulaciones cayeron prácticamente en letra muerta.

 

Lejos de apoyar a las empresas chicas, parecería que nuestra legislación se concentra en perjudicarlas aplicando sanciones por el trabajo no registrado que llegan a niveles de delirio (una indemnización de un trabajador registrado con cuatro años de antigüedad equivale a cinco sueldos. ­La misma situación, pero de un trabajador en negro alcanza los 55 sueldos!)- . Esta legislación punitiva ha demostrado su ineficacia para disminuir el trabajo clandestino, ya que luego de 35 años de vigencia se ha incrementado drásticamente el trabajo informal, pero, paralelamente, ha quedado un tendal de pymes des trozadas, las que arrastraron en su caída a infinidad de trabajadores